Es grande el entusiasmo de los diarios españoles por la referencia a "la integridad territorial de los Estados" en el documento donde los países miembros de la OTAN redefinen la misión de la alianza militar acordada en la cumbre de Madrid. Nada podía complacer más a España y a la españolidad. Por lo que se ve en las portadas, los editoriales y entre el kommentariat, los diarios revientan de satisfacción, cada uno a su estilo. Es lógico. Es una muy buena salida geopolítica para un estado, España, que tiene problemas serios para explicarse, para definirse, para proponer un proyecto que anime la pluralidad de los que ahora mismo la componen queriendo o sin querer. Es obvio que, para los poderes españoles, la referencia de la OTAN a la "integridad territorial" —una fórmula para aludir a la unidad de España menos chapucera, menos manchada de dictadura, más homologable— no hace referencia a Ceuta y Melilla, sino también a Catalunya y al País Vasco, y es un gran triunfo estratégico, porque remacha el clavo del dogma nacionalista español por excelencia —España Una— que ha acabado por atribuir la crisis de 1898, la Guerra Civil, el terrorismo de ETA y lo que tú quieras a una única causa: el separatismo, la agresión a la unidad de España. Así justificó Pedro Sánchez la masacre de Melilla hace cuatro días. Es una confusión parecida a la fobia de los alemanes a la inflación. Alemania tiene una memoria económica colectiva que combina la historia económica de la República de Weimar en una sola gran crisis, que abarca al mismo tiempo la hiperinflación de 1921-1925 y el desempleo masivo de la Gran Depresión de 1929. En realidad, la hiperinflación y el paro brutal fueron acontecimientos diferentes. No iban juntos. Al contrario, el paro explotó durante una época de deflación. Esta manía alemana, sin embargo, gobierna su política económica y se impone al resto de la eurozona con los resultados que ya conoces —Grecia, por ejemplo.
Ciertamente, la española es la mirada típica del viejo nacionalismo que suena a lata oxidada, el que se construye contra un enemigo exterior, real o imaginario, de una patria ideal. Mientras el presidente de los EE.UU., Joe Biden, o el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, leen el acuerdo en referencia a las amenazas de Rusia y China —también enfermos de nacionalismo— o incluso en referencia a la presión migratoria sobre Ceuta, Melilla, etcétera, o la garantía del suministro energético de Occidente, en España el acuerdo se lee contra Marruecos, pero también en relación al desafío independentista. El Mundo ya lo adelantó ayer por boca del ministro de Exteriores. Este jueves, el resto de diarios, desde La Vanguardia hasta La Razón, dedica algún rincón de portada al compromiso de la OTAN de proteger militarmente la "integridad territorial de los Estados", bla, bla, bla. A la UE, que es un club de estados, le va como anillo al dedo.
Si la exaltación y las emociones de los medios impresos españoles son señal de alguna cosa o, vistas en conjunto, representan el sentimiento del país, el actual entusiasmo atlantista se debe, seguramente, a pensar que resuelve el principal problema español, que el editorial conjunto de los diarios catalanes del 26 de octubre del 2009 describía como la incapacidad de aceptar "la madurez democrática de una España plural". Un procés independentista después, el 13 de octubre del 2017, Martín Caparrós, un magnífico cronista argentino residente en Barcelona con pocas simpatías por el independentismo, se preguntaba en The New York Times si España puede llegar a ser un país del cual nadie quiera marcharse. Ya estamos en el 2022, en plena represión no sólo del independentismo político, sino de todo lo que se supone que lo estimula, como el uso normal de la lengua del país en las escuelas. ¿Es España el país del que nadie quiere irse? Parece que aun no, como subrayaba este miércoles Francesc-Marc Álvaro, uno de los columnistas de referencia de La Vanguardia, en su pieza: "[...] los agravios que pusieron en marcha el procés no han desaparecido y sólo estamos atravesando una discreta letargia". La cumbre de la OTAN se cerrará hoy. Se descolgarán las banderas. Se limpiará el Museo del Prado de los restos de la cena de gala de este miércoles. Los líderes volverán a sus casas. La declaración de la "integridad territorial" será una entrada más en la web. Y España, al despertar, se dará cuenta de que el dinosaurio sigue allí.