Las protestas de los campesinos es el tema que manda en todas las portadas, ya sea porque es el título principal o la foto destacada. El emblema principal de la revuelta es la tractorada en Barcelona. Impresionaba ver a los tractores ocupando la Diagonal, la Gran Vía, la Meridiana. No solo porque eran dos mil —son muchos vehículos— sino también por los comentarios y el ademán de muchos peatones, que se hacían cruces de la complejidad y la belleza de estas máquinas. El imaginario de tractor del urbanita es ninguno o un armatoste de ruedas metálicas, descubierto y ruidoso, un utensilio primitivo, oxidado y chirriante, llevado por un señor mal afeitado y curtido, deslenguado y artero, camisa de cuadros sobre los vaqueros y gorra de alguna marca de pienso o lubricante. Junto a un tractor actual, estalla la cabeza: formas aerodinámicas, colores relucientes de competición, cabinas equipadas como una nave espacial, máquinas de precisión programables, guiadas por GPS y una app, con terminales, conectores y tomas de fuerza. Incluso los pequeños tractores viñeros parecen robots con ruedas. Muchos se han dado cuenta de que si la agricultura y la ganadería contemporáneas piden tecnología así —y si lo supieran todo caerían de culo— quiere decir que los campesinos practican un arte antiguo y una ciencia sofisticada y no son unos mequetrefes. Ha sido una aparición insólita, extraordinaria, increíble.
ABC habla de la tractorada como si se tratara de una operación terrorista ("El campo amenaza con colapsar los centros logísticos de las capitales") y se escandaliza de que los agricultores "distribuyan por WhatsApp su plan" para cortar carreteras y autopistas. Pobres. Quizás es la inercia habitual del tabloide monárquico, que todo lo ve como una amenaza, un desorden, un atentado. El Mundo adopta una actitud parecida pero sin caspa ni gomina: "La revuelta del campo amenaza a las ciudades sin interlocución con el gobierno [español]". ¿Qué quiere decir este título? No se sabe bien. Un subtítulo informa de que las fuerzas de seguridad han detenido a doce personas y han identificado a más de 2.500. Da la impresión de que "el campo" —como llaman los señoritos a la agricultura y la ganadería— se ha enfadado gratis para tocar las narices a la gente que vive en la ciudad. La Razón aún dice algo normal, pero igual lo presenta en portada como un problema de orden público. Lástima. Quizá no es casual que sean los diarios de esta línea ideológica los que muestran una sensibilidad tan tullida, enferma y miserable.