La llegada del rey emérito Juan Carlos I al aeropuerto de Vigo abre todas las portadas, salvo la de El Punto Avui. Las imágenes son del estilo de las fotos robadas que los paparazzis publican en las revistas del corazón, especialmente las que salen en El Mundo y El País. El resto llevan otra donde se le ve dentro del coche, el cristal de la ventanilla a medias y él haciendo el gesto de todo bien con el pulgar. No hay ninguna dignidad en estas imágenes, ningún aura de quien ha sido jefe de Estado, del héroe de la transición democrática, etcètera. Se ve un señor muy mayor que dibuja una mueca marchita y escasa en una cara agotada. Quería ser una sonrisa y agoniza en el gesto vago de un hombre acabado y desvalido. Abandonado. Las fotografías son tan tristes —la de La Vanguardia más que cualquiera— que no hay manera que los títulos levanten la estampa que entra por los ojos y la reinterpreten compasivamente. Según cómo te las miras, algunas fotos parecen la escena de un intercambio de prisioneros de categoría, como en la película de Spielberg, El puente de los espías. Da lástima: el emérito ha sido blanqueado por todas las instituciones del Estado español y protegido por el corrillo de medios y opinadores remilgados, zalameros y pelotas, y las portadas de hoy son una prueba clara de ello.
ABC, el tabloide monárquico, habla de "reencuentro con España" y el contraste con la imagen —un primer plano del emérito dentro del coche— no puede ser más trágico. España debe ser alguna cosa más que una pista alejada del aeropuerto de Vigo. La Razón dobla la apuesta y lo enmarca en "el inicio de la esperada normalidad". Para esconder en los lectores una bola de este tamaño tienes que tener mucha cara, mucho fanatismo o una confianza colosal en tu poder de distorsión de la realidad. ¿Qué es "la esperada normalidad"? ¿Que la fiscalía barra todo el historial del real comisionista bajo la alfombra de la inmunidad y la prescripción? ¿Que reciban al rey emérito en el aeropuerto de Vigo media docena de personas y un coche de la Guardia Civil? ¿Que no se pueda alojar en ninguna residencia pública y tenga que refugiarse "en casa de un amigo", como explica El Mundo? ¿Que haya establecido su residencia a los Emiratos y de vez en cuando "visite" España, como dice El País con severa ironía en su titular? ¿Que vuelva sin "rendir cuentas", como titula Ara? Si eso es un rey... Hoy quizás se reproduciría la historia de Francesc de Borja, Duque de Gandía, que juró, al hacerse jesuita, "nunca servir un señor que se me pueda morir".