Leyendo las portadas de Madrid causa la impresión de que la actual coalición de partidos que apoya al gobierno español se hunde a causa de las dificultades de encaje entre Podemos y Sumar, el proyecto de Yolanda Díaz. En realidad, si te acoges a los hechos, la vicepresidenta ha reunido bajo el paraguas de Sumar a media docena larga de artefactos políticos variados y un buen número de personalidades que orbitan en ese espacio. Los comunes de Ada Colau están. Los valencianos de Compromís y los madrileños de Más País, también. Jaume Asens —diputado en Madrid, donde es uno de los jefes parlamentarios de Unidas Podemos y él mismo afiliado de Podemos en Catalunya— decía este miércoles en la radio que la líder era Díaz sí o sí. La gente de Podemos en Valencia ya ha renovado el acuerdo con Compromís para las próximas elecciones autonómicas. Etcétera.
Hay más hechos así —dejémoslo aquí para no marear la perdiz— que deberían hacer pensar al periodismo sobrio, sin paranoias y de agenda abierta, que poco a poco el universo yolander tiende a reunirse más que a desintegrarse, a pesar de los encontronazos, reyertas, reproches y arañazos con el PSOE y otros aliados en el trámite de las llamadas leyes del "solo sí es sí", la "ley trans" o la de la vivienda. Sea como sea, la coalición se mantiene en un espacio político muy fragmentado, con unos líderes de alto octanaje personal, gente joven que proviene de la academia y el activismo, más acostumbrada a la brega y a la asamblea que al acuerdo y al gobierno.
El Mundo intenta este jueves extender el incendio imaginario entre Podemos y Sumar a siete gobiernos autonómicos. ABC se inventa un reproche del Tribunal de Cuentas a la financiación popular que promueve Sumar como si se tratara de un fraude alimentario, solo porque los de Díaz quieren recaudar 100.000 euros para la campaña a base de pequeñas donaciones. A ver, un poco de calma: con ese dinero no cubres ni unas horas de campaña en unas generales. La Razón busca perfidias y traiciones entre los socios del gobierno español en un oscuro trámite parlamentario sobre una ley que ya está cocinada y servida. Claro, El País procura promover la narrativa contraria: todo marcha de acuerdo a las previsiones y los fragmentos de la izquierda acabarán en una bonita bandera multicolor pese a las complejidades de la negociación, bla, bla, bla.
Ya veremos cómo se cierran las listas electorales, cómo va la campaña y qué pasa en las elecciones municipales de mayo y en las generales de finales de año —o cuando sean— pero hoy, con los datos en la mano, no parece que el proceso de recoser el patchwork de la true left poscomunista vaya por mal camino, por muchos aspavientos que haga la prensa de la capital de España y por más que se esfuerce en construir una realidad paralela a base de hechos alternativos. Las manías del Trío de la Bencina se contagian y provocan patéticos patinazos. El otro día, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, acusaba al gobierno español de despreciar la cultura china porque no había enviado a Alicante ningún representante a la enésima exposición de los guerreros de Xi'an, esos miles de soldados de terracota que encontraron enterrados en la tumba del primer emperador chino. Ese mismo día, Pedro Sánchez aterrizaba en Pekín para entrevistarse con Xi Jinping, presidente de China. En fin.