Pedro Sánchez y Emmanuel Macron han firmado este jueves en Barcelona un tratado de amistad y cooperación de 24 páginas donde se dice que proveerán juntos para que Europa sea el continente de tus sueños. Los diplomáticos le llaman un "marco general de actuación", es decir, un documento sin gas como una botella de Vichy abierta hace un mes. No solo no concreta nada de nada. Es que las concreciones que pueden derivarse pueden ser hoy esta y mañana la contraria. Humo y espejos. Los diarios llevan títulos grandilocuentes, teatrales, pomposos, con un verbo indigesto de tan ampuloso, expresiones sin sustancia que se ve a kilómetros que van llenas de nada. "España y Francia se conjuran para ir a una en Europa", proclama Ara. "Macron y Sánchez se alían en un momento crítico para la UE", celebra El País. "Amigos por Europa", se extasía El Periódico. "Sánchez y Macron se alían en Barcelona por una Europa más soberana", fantasea La Vanguardia.
Esos títulos responden más a las ganas que tienen los diarios de quedar bien y taparse las propias vergüenzas. Han generado tanta expectación sobre la cumbre y le han dedicado tantos recursos que ya no pueden hablar en términos reales, veraces, fidedignos, auténticos. Es necesario que la cumbre sea un éxito sí o sí. El resultado es que escriben y fotografían muy por encima de las posibilidades del acuerdo y siguiendo las líneas preparadas desde la Moncloa. Un tratado que es apenas un mimo tiene que equipararse al de Versalles, al de Roma, al de París. No puede aparecer como un hecho inane. ¿Qué dirán, si no?
Toma dos asuntos en que la amistad y la cooperación hispanofrancesa o francoespañola afectan a cuestiones de sustancia para Catalunya. Uno, la conexión ferroviaria, vital para el corredor mediterráneo. Francia se compromete a invertir para enlazar su red, pero no concreta en qué ni cuándo. Ambos estados, en fin, han pactado que tienen ganas. Todo es tan vago y vaporoso que Pedro Sánchez, en la presentación, habló del corredor mediterráneo y del corredor atlántico como de dos mellizos, cosa irreal con las cifras en la mano: las regiones mediterráneas suponen el 51% de las exportaciones españolas y el 50% del turismo extranjero. La línea acumula ya dos décadas de retraso, pero si ya estuviera operativa supondría duplicar las exportaciones, según prevé la Unión Europea. Muchas gracias, presidente, prèsident.
Otro asunto es la lengua catalana, geográficamente extendida por los estados español y francés. Sería lógico decir alguna cosa en el Tratado de Barcelona firmado en Barcelona, más todavía cuando es una petición específica del presidente Aragonès. Pues nada. Ni para quedar bien. No hay ni una mención a la lengua catalana en el documento, que sí habla de potenciar la enseñanza del castellano y del francés en los respectivos territorios. Es exactamente lo que decía el excelente filólogo Joan Solà en el Parlament en 2009: "[En España] el castellano [es] soberano, indiscutible, obligatorio, con derechos ilimitados. Las otras lenguas [son] subordinadas, inferiores, voluntarias, vergonzantes". Tanto es así que el Tratado de Barcelona —de Barcelona— ni lo han traducido al catalán.
A mediados de la década de 1950, el escritor Kurt Vonnegut —el de la novela Matadero Cinco, sobre el despiadado bombardeo aliado de Desden en 1945— fue contratado por Sports Illustrated, la famosa revista estadounidense. El primer día, el jefe de redacción le pidió que escribiera una pieza corta sobre un caballo que había saltado una valla para huir del Derby de Kentucky, la competición hípica más famosa del país. Vonnegut se quedó mirando el papel en blanco durante toda la mañana. Finalmente, escribió: "El caballo saltó por encima de la puta valla", entregó el papel a su jefe y renunció al trabajo. Pues eso. Los presidentes firmaron el puto tratado.