Este sábado, La Vanguardia va a toda portada con lo que esta en casa llamamos CatalanGate y otros Caso Pegasus. También le decia un editorial. No es la primera vez que este asunto de espionaje abre la portada y protagoniza el editorial del diario. La impresión que da hoy, sin embargo, es que el diario se ha desprendido de la costra de aprensión con que hasta ahora ha encarado este caso y lo presenta —con la boca pequeña, si quieres— como lo que es, una vulneración de derechos y libertades y no un incidente más o menos grave que dificulta las relaciones entre los ejecutivos catalán y español, la estabilidad parlamentaria de la coalición de gobierno en Madrid, la gestión diaria de ambos gobiernos y otras consecuencias de corto plazo, transaccionales, el ñí, ñí, ñí de la narrativa oficialista en que se había pegado. Con pasitos de pájaro, muy poco a poco, el editorial indica que, un mes después del estallido del CatalanGate, media docena de sesiones parlamentarias, la destitución de la directora del CNI y las bravatas de la ministra Robles, aun hay un saco de preguntas sin contestar y de incógnitas por resolver. También apunta, entre líneas, a la podredumbre que supone el hecho que el CNI, dependiente del Ministerio de Defensa, espíe a exiliados y a su entorno, incluido su abogado, y a cargos políticos (el mismo President de la Generalitat!) inmersos en pactar, de buenas pero de mala gana, un acuerdo de investidura y la mesa|tabla de negociación, que es —bien que mal, guste o no, tarde o temprano— el mecanismo en que confían unos y otros para desbloquear el pleito catalán, principal conflicto del Estado español. Parece que La Vanguardia sufre porque la crisis económica puede pasar pero la situación en Catalunya puede quedar irresuelta.

El cuadro que presenta el diario es el de un gobierno español atrapado entre el boicot de los aparatos de inteligencia y seguridad a las soluciones políticas y unos interlocutores que caminan sobre las brasas de la desconfianza y el afán de solución. El editorial tiene una vibración diferente, quizás porque la parálisis democrática y la cultura política tóxica que difunde ese estado de cosas inquieta a La Vanguardia, que deja de lado el miedo a señalar a las víctimas reales del CatalanGate: los políticos independentistas y sus derechos, la misma democracia, y no la estabilidad del gobierno o la viabilidad de la mesa de diálogo. El chantaje ambiental del digamos, españolismo enfermo, vive del escrúpulo y el temor del resto a ser acusados de favorecer la causa secesionista si no se ponen unívocamente a su lado sin gris ni matiz. Es un pavor que no deja identificar bien el problema porque incomoda aceptarlo en su real dimensión, como cuando se definía como un suflé pasajero, una "desafección", un "golpe de estado posmoderno" o una variante del terrorismo. Todos conceptos desfigurados que han fastidiado terriblemente a quienes abordar la solución por la vía del acuerdo, que es la que La Vanguardia defiende. Hoy se ve un diario más claro, quizás valiente, menos miedoso si quieres. Todavía se agarra a alguna excusa extraña, como que nodebe sorprender la consideración del independentismo como enemigo "porque era una amenaza a la unidad del Estado". Claro. El independentismo es eso mismo: independentismo. La disidencia indepe, sin embargo, no justifica una vulneración de derechos y libertades de la altura del CatalanGate. El editorial se queja cortesanamente —pero se queja— y desautoriza las fabricaciones y los inventos, como que el President Aragonès coordinaba los CDR, etcétera, que el CNI alega para justificar el espionaje y su validación por el juez del Tribunal Supremo que autorizó la intrusión vía Pegasus. En España todavía gana espacio la visceralidad del "poco les espiaban" y "merecían más", que no es una versión actual del "A por ellos!" del otoño del 2017. Si La Vanguardia, que no es cualquier diario, vence el temor e ignora el chantaje que estropea y manipula la realidad, los fanáticos y hooligans lo tendrán más difícil. El diario habrá cumplido.

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