No hay duda de que la figura de Jordi Pujol, potente, implacable y poliédrica, sobresale en un momento marcado por la falta de liderazgos. Si, además, se añade una familia con un dramático protagonismo y una turbia historia de acusaciones de corrupción y dinero negro con un increíble desenlace, el argumento está servido. Así lo ha visto HBO ,que este jueves estrena una producción de cuatro capítulos, codirigidos por David Trueba y Jordi Ferrerons, en que intenta dibujar no sólo al político sino a toda la familia que lo rodea y que acabó determinando su historia. Bajo el título, La sagrada familia, la serie se divide en cuatro capítulos de casi una hora, el último de los cuales reconoce que el final de esta historia todavía está para escribir.
El relato queda en manos de decenas de testimonios que, a medida que van desfilando ante la pantalla, se encargan de tejer una narración donde aparece el Pujol activista, luchador antifranquista, el político ambicioso y con una idea igualmente ambiciosa de país; el hombre de Estado intelectualmente brillante, que con el dominio de seis idiomas consigue pasearse por las cancillerías de todo el mundo. Pero también, el político que utiliza los resortes del poder para perpetuarse, el hombre que se querría eternizar en el Palau de la Generalitat; el líder de un partido con financiación perseguida por las acusaciones del cobro del 3% en comisiones de obra pública; y, como una letanía constante, el padre ausente, que después de priorizar la política por delante de la familia, prefiere ignorar las actividades que se cocinan en el comedor de casa.
Todo ello lo convierte en un gigante con los pies de barro, una de las piezas más codiciadas por la operación orquestada por el Estado contra el independentismo, que le presiona para que frene la espiral soberanista con un aviso que le traslada en persona el ministro Jorge Fernández Díaz. Y al final, la expiación, el giro dramático protagonizado por la inesperada confesión que el 25 de julio del 2014 dejó aturdida a una Catalunya que hasta aquel momento estaba pendiente de empezar las vacaciones.
Josep Pujol y Lluís Prenafeta
Aunque el relato está protagonizado esencialmente por la narración de un rosario de periodistas, buena parte de los cuales especialistas en información judicial, despuntan de entre los testimonios recogidos las explicaciones de Josep Pujol Ferrusola, el único miembro de la familia que interviene en el documental, pero también la del que fue su todopoderoso secretario general de la Presidència de la Generalitat, Lluís Prenafeta.
Josep Pujol exculpa constantemente la figura del padre, y atribuye la confesión de la herencia para proteger a los hijos. Y no obstante, cuando la investigación abierta destapa un entramado de dinero opaco, en que la mayor parte corresponde a negocios del primogénito, Jordi Pujol Ferrusola, pero donde también aparecen con sociedades en Panamá cinco de los hijos de Pujol, además de la madre, el hijo se pregunta: "¿Era necesario tener eso? Diré que sí. Suena feo. No era posible progresar en el mundo inmobiliario en España en los años 80 si no estás dispuesto a gestionar una parte de tu patrimonio en blanco y una en negro".
El caso del Palau de la Música y el cobro de comisiones por parte de CDC protagoniza otro de los capítulos y da pie a una reflexión igualmente cruda de Lluís Prenafeta, después de negar todas las acusaciones. "Desde Grecia, la Grecia antigua, ya había corrupción en este sentido. Si hay alguna cosa de corrupción, no digo que no, es consustancial", argumenta.
González y Aznar
Los inicios del liderazgo de Pujol los explican compañeros de activismo como Miquel Esquirol, Enric Bastardes y Miquel Sellarès; mientras que el papel como hombre de Estado, queda en manos de los expresidentes Felipe González y José María Aznar. González destaca el impacto que el Caso Banca Catalana tiene en las relaciones entre la Generalitat y la Moncloa, la denuncia de Pujol que aquella era una "jugada indigna", que quedó finalmente archivado y que el entonces presidente describió como un ataque a Catalunya. "Pujol sabía y sabe que no tenía razón", sentencia González.
La narración sigue un orden cronológico. El primer capítulo da repaso de los orígenes familiares y los episodios más destacados del activismo contra la dictadura, los hechos del Palau, la detención, las torturas, el Consejo de Guerra. Aquí aparecen los cimientos del liderazgo de Pujol, pero también ya el papel de Marta Ferrusola, que lo empuja a desestimar la posibilidad de evitar la prisión con un discurso de exculpación y, en cambio, protagonizar un discurso reivindicativo ante el Consejo de Guerra, que acaba con la condena de prisión. Pujol estaba ya casado y tenía dos hijos pequeños.
La llegada al Govern, el 23-F, la consolidación del papel a la Generalitat, la omnipresencia del president, el protagonismo en la política estatal, las relaciones con los gobiernos de González y Aznar, o la rivalidad con Pasqual Maragall, el relevo con Artur Mas y la pérdida del poder con la llegada del tripartito, se convierten en algunos de los episodios que sirven para explicar la personalidad del protagonista y la presencia constante de la familia.
Confesión de la herencia
La confesión de la herencia del abuelo Florenci llega con el último capítulo. Como previa, se describe la reacción del ministerio del Interior ante el crecimiento del soberanismo, y el aviso el entonces ministro Jorge Fernández Díaz, aconsejándole que muestre un papel de defensor de la Constitución. A partir de aquí, la proliferación de los informes falsos para embadurnar dirigentes nacionalistas, la policía patriótica, el comisario Villarejo y las conversaciones grabadas en el restaurante La Camarga entre Alícia Sánchez-Camacho y la exnovia del hijo mayor, Victòria Álvarez, que también interviene en la serie.
Finalmente la publicación en El Mundo de una captura de pantalla de los fondos que los Pujol tenían en Andorra precipita los hechos. El mes de julio del 2014 empieza en el seno de la familia los debates sobre la respuesta que hay que dar a este asedio. El 14 de julio, Oriol Pujol renuncia a sus cargos en el Parlament y el partido, donde era secretario general, por el escándalo de las ITV que lo acabará llevando a prisión. El 25 de julio, el expresident confiesa la deixa, el legado. Un Pujol, que durante años ha preferido no saber qué pasaba en su casa, se sitúa como cortafuego de la polémica en un intento de proteger a la familia. Una expiación, una redención del propio pecado, según deducen algunas de las voces que lo relatan en la serie. Pero la estrategia no surge efecto, el escándalo no se apaga, al contrario. Los Pujol se ven obligados a desfilar uno tras otro ante la comisión de investigación del Parlament, donde la ira desafiante de los cabezas de familia no hace más que atizar la polémica.
El retrato de Pujol -de los Pujol- acaba con este último episodio, pero con la advertencia de que todavía no se ha escrito el final de esta historia. La familia, con la única excepción de Marta Ferrusola, que ha sido apartada del caso por razones médicas, se enfrenta a acusaciones ante la justicia de pertenencia a organización criminal, blanqueo de capitales, falsedad documental y evasión fiscal. Más allá del pronunciamiento judicial quedará también la duda sobre cuál será la versión de Pujol que quedará para la historia, una vez se desvanezca la nube de polvareda provocada por la actividad de una familia, que, según HBO, hubo un tiempo en que se sintió sagrada.