La lucha de los guerrilleros que lucharon contra el régimen franquista desde la finalización de la Guerra Civil Española hasta los años sesenta, es todavía una asignatura pendiente, no solo de explicar, sino sobre todo de reparar. Está en este contexto que cobra importancia la figura de Joan Busquets i Vergés, nacido en Barcelona en 1928, concretamente en Sant Gervasi de Cassoles, que, como último integrante de los maquis -nombre prestado de los resistentes franceses durante la Segunda Guerra Mundial- ha iniciado la que puede ser su última batalla, la de empezar un proceso, de momento administrativo, pero que puede llegar a ser judicial, contra el Estado español, para ver reparado su sufrimiento como luchador antifranquista y, por extensión, de todos sus compañeros de lucha, todos muertos y buena parte de ellos asesinatos.
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Con 96 años y la cabeza clara, Busquets ha relatado su vida con sencillez, aunque vivió una juventud de lucha, peligros y aventuras. Hijo de un militante de la anarquista Confederación Nacional del trabajo (CNT), en 1947 se exilió a Francia, donde se hizo militante de las Juventudes Libertarias, organización juvenil anarquista, donde colaboraba en "conseguir dinero para los guerrilleros y presos". Con ocasión de una visita de uno de los nombres legendarios de los maquis catalanes, Marcel·lí Massana, Busquets consideró llegado "el momento de probarme a mí mismo y hacer más contra el régimen de Franco" y pasó a formar parte de su grupo guerrillero.
De retorno a Catalunya, en aquel grupo coincidió con otro nombre célebre de la lucha guerrillera, Ramon Vila Capdevila, más conocido por el mote de Caracremada y durante 1948 se dedicaron a "acciones de sabotaje", con las vías férreas y las instalaciones eléctricas como principales objetivos. "Tuve el honor de participar en el sabotaje mayor que se hizo en Catalunya", afirma satisfecho Busquets, en referencia a una acción que tuvo lugar cerca de Terrassa contra instalaciones eléctricas y ferroviarias. Poco después dejó al comando de Massana para adherirse a uno que operaba en Barcelona.
"Barcelona me tiraba porque yo soy hijo de Barcelona", apunta, y por eso se integró en un nuevo grupo con otros nombres que también forman parte de la historia del maquis catalán, como Saturnino Culebras y los hermanos Josep y Manolo Sabaté -hermanos de otro legendario, Quico Sabaté-, además de los hermanos italianos Helios y Gregorio Ziglioli. Aquel grupo, sin embargo, cayó, Josep Sabaté fue asesinado por la policía en una emboscada y Busquets fue detenido el 18 de octubre de 1949. "La policía me detuvo en casa y a la Brigada politicosocial me llevó a la Via Laietana, donde caí en manos del comisario Creix, que era un torturador".
Condenado a muerte, le conmutan la pena
En la controvertida jefatura de la Via Laietana Busquets estuvo tres semanas, para ser trasladado a la Modelo, donde con carácter de urgencia fue sometido a un juicio militar sumarísimo, junto con Culebras y Manolo Sabaté. Los tres fueron condenados a muerte y Culebras y Sabaté, "fusilados en el Camp de la Bota", donde actualmente un memorial recuerda a las más de 1.700 personas que fueron ejecutadas allí por el régimen español. Busquets, sin embargo, se salvó. "Me conmutaron la pena", indica, recordando que alguna influencia hubo, por la mediación de conocidos y familiares con conexiones "con el cura que confesaba a Franco"
En todo caso, Busquets fue condenado a 30 años de prisión, de los cuales cumplió "veinte años y seis días", los quince primeros en Sant Miquel dels Reis, un monasterio de València reconvertido en presidio, y los cinco últimos en Burgos. Si el 7 de diciembre de 1949 fue condenado a muerte, el 18 de octubre de 1969 pudo salir de la prisión, eso sí, con cinco años más de libertad condicional, al final de los cuales, ya en 1974, optó por volver a exiliarse en Francia, donde reside desde entonces en Picauville, un pueblo de unos 2.000 habitantes en Normandía.
Con 96 años a la espalda, Busquets recuerda que su entrada en la militancia anarquista y posteriormente en la lucha armada provenía de la "influencia de la bestialidad y comportamiento de los franquistas en España". "Cuando dieron por acabada la guerra -afirma Busquets-, en Barcelona para ver una película primero tenías que levantar el brazo y canta el Cara al sol, y a quien no lo hacía le hacían beber aceite de ricino y a las mujeres les cortaban el pelo". Por eso se marchó a Francia, "por el ambiente negro que había". Es por eso mismo que ahora, sin arrepentirse de nada de lo que hizo, reclama un "reconocimiento jurídico y moral". Que España hasta ahora se haya negado a ello, "es lo que me da fuerzas para continuar", remacha el último maqui vivo, un hombre que es Historia en él mismo.