La designación de Quim Torra, abogado, editor y escritor, como candidato a ser el 131 president de la Generalitat de Catalunya es todo un torpedo en la línea de flotación de los que aspiraban a un candidato que poco a poco fuera volviendo al redil del autonomismo, marcara distancias con el pasado reciente del independentismo y pasara página al referéndum del 1 de octubre y la declaración de independencia del Parlament del 27-O. También despeja cualquier duda sobre el carácter provisional del nuevo Govern de Catalunya a partir del liderazgo indiscutible del president Carles Puigdemont con una persona de su absoluta confianza.
Cuando hace dos años, en la primavera del 2016, Torra publicó su libro titulado Els últims 100 metres, en el que explicaba, con un subtítulo que era toda una declaración de intenciones, la hoja de ruta para ganar la República Catalana, no se le podía ni pasar por la cabeza que algunos de estos metros, veremos cuántos y si son los últimos y decisivos, los iba a recorrer desde la más alta magistratura del país: la presidencia de la Generalitat.
Sus últimas palabras del libro, que son también un homenaje a Muriel Casals, la diputada independentista y expresidenta de Òmnium fallecida un mes antes, cobran así un protagonismo inusitado: “Y los cien metros finales que nos faltan por recorrer tienen ahora un nuevo sentido, con la muerte de Muriel Casals. Ella es justamente el mayor argumento para trabajar más que nunca para conseguir la independencia: se lo debemos. Te lo debemos, estimada Muriel”.
Quim Torra cumplirá 56 años el próximo 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes. Un día en el que, como es sabido, la gente suele hacer bromas, inocentadas. No soy capaz de distinguir entre los 34 diputados de Junts per Catalunya y una vez se han descontado los inelegibles a la presidencia por decisión del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supremo, o de ambas instancias judiciales a la vez, una elección que pueda enervar más los ánimos del establishment español.
Torra es todo lo que han pretendido aniquilar con la expulsión del Govern, la supresión de la autonomía de Catalunya y la aprobación del articulo 155: independentista, radicalmente democrático, representante del tejido asociativo (exdirigente de la ANC) y cultural catalán (expresidente de Òmnium), y de una lealtad más que probada al president Puigdemont. Será, además, el primer president de la Generalitat desde la época de Josep Tarradellas que no es militante de un partido político. Todo un signo de los tiempos: punto y final a 38 años en que el inquilino del lado montaña de la plaça de Sant Jaume era de Convergència o del PSC.
¿Cómo será la presidencia de Torra? Aunque es toda una incógnita su convencimiento en que es un peón al servicio del proyecto republicano puede darnos alguna pista. También una de sus recientes frases pronunciadas desde la tribuna del hemiciclo del Parlament: “Los culpables de la violencia policial del 1-O serán juzgados y condenados”. O esta otra: “El Estado ha cambiado las porras por las plumas de dictar sentencias”. O esta última: “¿Qué le pasa al Estado español con los presidentes de Catalunya? ¿Cómo puede ser que la mayoría de los presidentes de la Generalitat hayan sido juzgados, encarcelados o se hayan exiliado? ¿En que país del mundo ha pasado algo así? Sólo con la república catalana nuestros presidentes serán libres y dejarán de estar perseguidos y represaliados”.
Quim Torra suele citar a menudo a uno de sus escritores favoritos, el austríaco Stefan Zweig, y su libro Castellio contra Calvino, un texto sugerente y también inquietante escrito en 1936, cuando llevaba dos años exiliado de Europa a causa del ascenso del nazismo. Castellio es un profesor humanista, defensor de la libertad que se rebeló contra el poder y acabó también exiliado; Calvino, un fanático intolerante que construyó un reino oscuro y opresor, que en el libro del escritor austríaco es una metáfora de los totalitarismos que en aquellos años estaban aterrando a Europa. No explicaré el final, pero el libro disecciona la batalla incruenta entre la honestidad y la hipocresía, entre un individuo libre y el poder desmesurado y dogmático. La historia de la modernidad occidental: la libertad contra la represión, el poder de la crítica contra la intolerancia.