No han sido pocas las voces que a lo largo de los últimos años han pronosticado la muerte del liberalismo. En una reciente entrevista en el Financial Times, el presidente ruso Vladímir Putin afirmaba sin contemplaciones que «el liberalismo ha quedado obsoleto». Desde el ámbito académico, un gran número de intelectuales y teóricos de la filosofía política como Patrick Deneen (¿Por qué ha fracasado el liberalismo?), Edward Luce (La retirada del liberalismo occidental), Mark Lilla (El retorno liberal: Más allá de la política de la identidad), James Traub (Qué fue del liberalismo?) o Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Cómo mueren las democracias) ya auguran —y lamentan— un futuro iliberal.
Paradójicamente, en la última década también hemos sido testigos de un auténtico escarnio público al sistema liberal —o neoliberal—, al que se ha acusado de provocar innumerables desgracias, desde el colapso económico hasta el desastre medioambiental, pasando por el aumento de las desigualdades, la inseguridad ciudadana o la epidemia de la soledad (Monbiot, 2016). No deja de ser irónico que los mismos altavoces mediáticos que no hace mucho atribuían al liberalismo el veneno de todos los males, hoy se decrete —y compadezca— su prematura defunción (...).
¿Qué entendemos, sin embargo, por liberalismo? (...) El liberalismo es la filosofía de la libertad individual contra la servidumbre o la subordinación, la filosofía de los sistemas jurídicos basados en el respeto a los derechos ajenos, más que en el ejercicio del poder arbitrario; la filosofía de la prosperidad compartida mediante el intercambio y la cooperación libre y voluntaria, en lugar del trabajo forzoso o el saqueo; la filosofía de la tolerancia y la convivencia pacífica de religiones, etnias y estilos de vida, ante los conflictos religiosos, étnicos o tribales. El liberalismo nos descubrió la conciencia política de los derechos individuales, erosionó la esclavitud y animó a la humanidad a abrazar el comercio y la creatividad en lugar de la guerra, la violencia y el autoritarismo. La historia del liberalismo es la historia del ennoblecimiento universal. El liberalismo, es en resumen, la filosofía del mundo moderno (...).
El liberalismo es una filosofía humilde—no pretende dirigir paternalmente la vida de otros— y una filosofía minimalista —el orden político liberal sitúa las bases jurídicas que permiten la cooperación y convivencia pacífica entre las personas, a la vez que se respetan los heterogéneos proyectos de vida de cada una. Frente a la tentación autoritaria consustancial a cualquier proyecto político maximalista, los liberales consideramos que la tolerancia es el mejor dique de contención contra los abusos de poder. El liberalismo, utilizando una expresión de Hannah Arendt, "respetará la libertad para ser libres" (...).
El liberalismo nació, también, como una trinchera contra el miedo. Una trinchera que protegía la heterodoxia —en aquel momento religiosa— de los disidentes, así como su patrimonio. La primera se protegía mediante la tolerancia; la segunda, mediante la propiedad. Hay que estar precavidos, también, ante aquellos que aspiran al poder exhibiendo su bondad y sus deseos justicieros. Mientras algunos quieren un mundo perfecto, los liberales queremos un mundo mejor. Como dijo Richard Rorty, "el discurso liberal siempre ha sonado como un aburrido sermón de cautelas y renuncias, un canto a las emociones burguesas de la austeridad y la contención. El populismo inflama, el liberalismo aburre, y el aburrimiento es hoy la emoción más universalmente rehuida" (...).
Las urgencias que plantean los nuevos tiempos otorgan al populismo una ventaja narrativa, como ya sucedió en el período de entreguerras. ¿Qué discurso ofrecemos ante aquellos que pretenden debilitar los contrapesos institucionales, los derechos de propiedad o la seguridad jurídica? ¿Y ante la xenofobia o el proteccionismo? ¿Cómo podemos avanzar hacia un crecimiento económico más inclusivo y respetuoso con el medio ambiente? ¿Qué reformas fiscales pueden conjugar al mismo tiempo eficiencia, suficiencia y equidad sin perjudicar, sin embargo, la innovación y la emprendeduría? ¿Cómo podemos preparar las nuevas generaciones para el cambio tecnológico? ¿Sobrevivirá el mercado de trabajo al impacto de la robotización? ¿Tenemos que poner límites a la libertad de expresión para combatir la crispación social o la posverdad? ¿Es posible un nuevo modelo de gobernanza más allá del Estado-nación?
Este libro revisa algunos de los retos —políticos, culturales, sociales, económicos, tecnológicos— más importantes de nuestro tiempo y plantea oportunidades de cambio. No lo hace con la pretensión de ofrecer una respuesta cerrada, un único camino. El ensayo busca más bien regalar al lector la oportunidad de la duda, de la reflexión abierta e incluso, de la contradicción. Las ideas son herramientas mentales que nos ayudan a interactuar entre nosotros y con el mundo. Ante el asedio al orden liberal hay que plantear ideas y reformas en el marco de la igualdad humana, la libertad y la urbanidad. A pesar de los presagios apocalípticos y las crónicas de una muerte anunciada, el liberalismo está hoy más vivo que nunca. Te invitamos a comprobarlo.
Fragmento del libro La Resposta Liberal, obra del Institut Ostrom y publicada por Editorial Base