En la calle Alcalá de Madrid ya hacía tiempo que había ruido de sables. No eran pocas las voces que veían en el traslado de Inés Arrimadas a Madrid la voluntad de "matar al padre". Faltaba determinar el momento oportuno, un grave error, para decapitar al todopoderoso líder. Al final no ha hecho falta nada de todo eso. Hace una semana las urnas enviaron a Ciudadanos a la marginalidad política. Hoy Albert Rivera ya es un cadáver político, de quien ya casi nadie se recuerda, y Arrimadas parece ser la escogida para intentar reflotar un barco que se hunde como el Titanic. La orquesta, sin embargo, ha dejado de tocar.
La de Albert Rivera es la historia de un suicidio político. Tuvo en la mano una última oportunidad: poder conformar una mayoría de 180 diputados con Pedro Sánchez. La desperdició: optó por mantenerle el cordón sanitario que no le había puesto a la extrema derecha. Ha acabado pagando las consecuencias. Ya durante la precampaña electoral, el pánico reinaba en la dirección del partido, que tenían unos trackings internos pésimos. Empezaron la campaña aspirando a conservar una treintena. Pero ni siquiera eso. Las mismas encuestas de los grandes medios que año y medio atrás le situaban como primera bastante ahora le hundían en la irrelevancia. Había dejado de ser útil para el sistema, que ahora le ha dado la estocada. Lejos quedan las palabras del presidente del Banco Sabadell reclamando "una especie de Podemos de derechas".
Sus planes pasaban por emular la hazaña de Emmanuel Macron en Francia, pero se ha acabado pareciendo más al UPyD de Rosa Díez. Su apuesta por aliarse con la extrema derecha antes que con la socialdemocracia, que le ha costado el reproche del mismo partido de Macron, tiene parte de la explicación. Rivera intentaba vender que su partido era de "centro liberal", pero la realidad era otra. Según Sigma Dos, de los tres millones y medio votantes que ha perdido en estas elecciones, casi un millón se ha ido al PP y casi 400.000 a Vox. Sólo 200.000 optaron por el PSOE. Su votante no era de centro, porque el discurso del partido tampoco lo era.
Quería ser el Macron español, pero se ha acabado pareciendo más al UPyD de Rosa Díez
Quizás la idea de algunos intelectuales fundadores del partido era otra, pero Ciudadanos ha acabado siendo el gran precursor del españolismo. Ya nació así. Desde que tenía tres diputados en el Grupo Mixto del Parlament en 2006 hasta que consiguió 57 en el Congreso de los Diputados el pasado abril, Albert Rivera ha labrado una trayectoria política a base de catalanofobia. El procés fue su gran aliado para dar el salto a la política española, un viaje que llevó a su partido a atizar la crispación en pueblos como Altsasu o el Amer de Carles Puigdemont. Siempre ha preferido ser el pirómano antes que el bombero. La política de tierra quemada ha sido su estrategia hasta que la extrema derecha franquista que ha alimentado se la ha comido.
Por el camino ha construido un proyecto político basado en el caudillismo, que no sabe qué hacer con su marcha. Cuando este abogado que trabajaba en La Caixa fue escogido para llevar las riendas de la formación era más bien un parche para salir del paso. Pero, con el paso de los años, ha construido una organización política que giraba en torno a su figura. Ha eliminado toda disidencia interna, algunos marchándose por su propio pie y otros siendo apartados. El pasado julio llegó a ampliar la ejecutiva en 10 miembros, donde colocó a muchos perfiles afines y "leales", como los acabados de fichar Edmundo Bal y Marcos de Quinto. Cuando este lunes anunció que dimitía, directamente se disolvió la ejecutiva. Todo se sustentaba en su hiperliderazgo.
Ha construido un proyecto político basado en el hiperliderazgo y una trayectoria política en el españolismo
Los principios ideológicos, más allá de la cruzada contra el nacionalismo catalán y vasco, también han sido lo de menos; lo ha fiado todo a conseguir cuotas de poder. Una misma comunidad autónoma, la de Andalucía, la ha llegado a gobernar tanto con el PSOE como con el PP y el apoyo de Vox. Ha llegado a defender el no al aborto y todo lo contrario. Ha pasado de criticar el concierto económico a pactar una coalición con los foralistas de UPN y retirar la referencia a Navarra de su programa electoral.
En su primer cartel electoral, en 2006, ya lo advertía, pero han tenido que pasar trece años para descubrir que el Rey iba desnudo. Todo ha durado hasta que los mismos poderes que le hicieron soñar con ser presidente de España le han dejado caer. En la tierra que le vio crecer ha pasado de ganar las elecciones el 21-D a ser la octava el 10-N, por detrás del PP, la CUP y Vox.