Robert Surroca i Tallaferro (Barcelona, 1934) es exmilitante del extinto Front Nacional de Catalunya, formación política que operó durante el franquismo en la clandestinidad. Recientemente, la Fundació Reeixida, dedicada a la historia del independentismo catalán, le ha hecho un homenaje aprovechando la presentación de la obra que recoge los textos de Daniel Cardona en el Museu d'Història de Catalunya. Surroca recibe ElNacional.cat en su piso del Eixample Izquierda donde acumula un volumen ingente de documentación sobre la resistencia clandestina independentista en la Catalunya bajo yugo franquista. A lo largo de más de una hora de entrevista, Surroca y Tallaferro respasa algunas de las acciones que los militantes independentistas organizaban para recordarle al régimen que aquí tenía una oposición.

Su entrada en política fue fruto de un hecho fortuito: encontró una revista en la calle y eso lo llevó a iniciar su camino. ¿Me podría explicar esta historia?

Sí, es muy simple. Un día, encontré en el tronco de un árbol una revista denominada Caliu, que publicaban los jóvenes del Casal de Catalunya de París. Yo no tenía ni idea que se hacían revistas en catalán ni que existían los Casales Catalanes. Eso fue hacia los años 1960-61. Los escribí, y me respondieron diciendo que me enviarían la revista. Recibí muypocas porque Correos las retenía, pero un día me vino a ver a un hombre, Joan Agut, que tenía una librería llamada Signa. Me dijo que venía de parte de Romà Planas, con quien yo me escribía en el Casal Catalán de París. Pero yo no conocía a nadie de París, ni sabía francés, y se lo hice saber. Cuando se fue, lo entendió: era espabilado. Entonces, escribí a Romà Planas para aclarar la situación, y él me respondió confirmando que Joan Agut era de confianza. Antes de marcharse, Joan me dijo: «Tengo una librería que se llama Signa, si nunca quieres comprar algún libro, ven, que te haré descuento». Cuando lo fui a ver, le pregunté directamente qué quería. Me explicó que formaban a un grupo de amigos —no habló de una organización política— que luchaban y hablaban de la izquierda y de la independencia de Catalunya. A mí, aquello me sonó a música celestial. Y así, a través de él, ingresé en el Front.

Robert Surroca i Tallaferro en su casa. Foto: Montse Giralt

¿Por qué aquella conversación le sonó a música celestial? ¿Ya tenía una convicción independentista en aquel momento?

Sí, sí, yo ya la tenía. Siempre me ha gustado mucho leer, y en cuanto hice 18 años, me apunté a la Biblioteca Central, que en aquel momento se llamaba así, aunque era la Biblioteca de Catalunya. Incluso el nombre Catalunya ya molestaba en aquel contexto. Un día, buscando fichas, encontré un libro de Historia de Catalunya. Yo, hasta entonces, no sabía que Catalunya tenía una historia propia. ¡Hoy día puede parecer obvio, pero en aquel momento, por el amor de Dios, no lo era nada! Habíamos sido educados en escuelas franquistas, donde nos hacían rezar, cantar Cara al sol, nos inculcaban la formación del Espíritu Nacional, y de la historia de Catalunya, de los hechos catalanes o de Companys, ni una palabra. Ni siquiera en casa se hablaba. Había miedo, mucho miedo. Cuando dicen que no había, yo puedo decir que sí, que lo he vivido y mamado desde pequeño. Aquella gente entró a fuego y a sangre, y las personas mayores, como mis padres, lo sabía muy bien. Mis padres eran catalanes, más o menos catalanistas. Mi madre, como muchas mujeres de la época, no se pronunciaba mucho, y mi padre tampoco; él estaba centrado en el trabajo y en llevar un plato a la mesa. Pero aquello fue un descubrimiento para mí. Aquel libro de Historia de Catalunya era toda una revelación. Empecé a leerlo y, por primera vez, me enfrenté a un texto en catalán. No había leído nunca en catalán y, al principio, solo dos páginas ya me hacían venir dolor de cabeza. ¡De verdad! Pero aquel momento me despertó. Sentí que me habían estafado, que me habían engañado toda la vida.

 

En la Biblioteca de Catalunya, todos los libros prohibidos de la etapa republicana se conservaban y se podían consultar. ¡Era sorprendente! Los tenían en el catálogo, y si los pedías, te los dejaban. Empecé a leer las obras de Martí i Julià, Per Catalunya, de Prat de la Riba... incluso de Torres i Bages. Era como un agujero en la censura de aquella época. Así me empecé a formar. No tenía tiempo para leer en la biblioteca porque tenía la tienda y el negocio, que nos ocupaba todas las horas del día tanto a mi mujer como a mí. Pero pedía los libros en préstamo, y todavía guardo la tarjeta de préstamo de aquella época. Ahora, como investigador, incluso puedo consultar documentos restringidos. Leer aquellos libros me abrió los ojos. No era una formación histórica estructurada, pero me hizo darme cuenta que nos habían engañado. En mi casa, como ya te he dicho antes, no se hablaba de política.

Robert Surroca en la biblioteca de su casa. / Foto: Montse Giralt

Mi padre tenía un primo hermano que había sido miembro de Estat Català, policía de la Generalitat y francmasón. ¡Lo tenía todo! Cuando acabó la guerra, se tuvo que marchar al exilio a Tolosa. A casa, la policía vino dos o tres veces buscándolo, pero él ya había huido. Cuando finalmente volvió, hacia 1965, no le hicieron nada. Como hablaba catalán, castellano, francés e inglés, intentó encontrar trabajo en los hoteles, que en aquel momento empezaban a recibir turistas. Al principio lo cogían enseguida porque había poca gente que hablara idiomas, pero cuando sus papeles llegaban al sindicato, lo ponían en una lista de excombatientes que tenían que pasar en frente. Sobrevivió un tiempo viviendo en casa y con la ayuda de su red de contactos, supongo que entre francmasones, pero finalmente se tuvo que marchar de nuevo. Murió en Tolosa de Languedoc.

¿Cuando vivió todo eso, qué edad tenía?
Pues mira, nací en 1934, así que hacia los años 60 tenía unos 28 años. ¿Supongo que a aquella edad cualquier injusticia te golpea con más fuerza, y quizás de aquí nace la llama, no?

Me ha dicho que en aquella época usted creció rodeado de miedo. ¿Cómo se sobrepuso a este sentimiento? ¿Si incluso en su familia no se hablaba de política, qué lo impulsó a actuar? ¿E imagino que este miedo lo ha acompañado a lo largo de su activismo, verdad?
No, no. Yo he tenido miedo, y de verdad. Aquella sensación que te pone el pelo de punta, la he vivido varias veces. Especialmente en acciones concretas. Recuerdo perfectamente la primera que hice como militante del Frente. Fue el 1962, cuando Franco visitó Barcelona. Yo acababa de ingresar. Nos dieron unas botellitas de cristal con un compuesto similar al gas lacrimógeno. No sé el nombre técnico, pero la idea era que, cuando Franco llegara y sonara el himno nacional, las lanzáramos en el suelo. A mí me asignaron un punto delante de la catedral. Éramos diez militantes repartidos por diferentes lugares. Me preparé haciendo un agujero en el bolsillo de los pantalones para que la botella pudiera resbalar por la pernera. Cuando llegó el momento, la dejé caer, pero no se rompió. La tuve que pisar con el pie. Y entonces, fue un caos. El gas se expandió rápidamente, y los caballos –que tienen las ollares muy sensibles– se empezaron a alarmar. Los soldados del ejército, que estaban formando un cordón, perdieron el control. En medio de aquel caos, yo mismo lloraba como nadie, porque el gas subía directo hacia mí. De repente, vi venir hacia mí a tres individuos. Llevaban el escudo de la División Azul en la solapa y uno de ellos llevaba también las cinco flechas de la Falange. Al pasar por mi lado, sentí como uno decía al otro: «Hay que avisar en el capitán, sueño gasas lacrimogenos». En aquel momento, pensé en correr. ¿Pero, y si me habían visto? ¿Y si salía corriendo y me cazaban? Al final, me quedé clavado allí, intentando no moverme ni llamar la atención. Y así pasó. Pero te puedo asegurar que, en aquel momento, se me pusieron los pelos de punta como nunca a la vida.

¿Cuando llevasteis a cabo esta acción, cuál fue la reacción? ¿Se habló en algún medio?

Nada, nada, no se dijo nada a nadie. Ni los diarios ni la prensa hablaron. Todo quedó en silencio.

Robert Surroca muestra documentos que tiene en casa. / Foto: Montse Giralt

¿En definitiva, el objetivo era alzar la voz, crear una agitación?

Sí, sí, exactamente. El objetivo era protestar, dejar claro que no estábamos de acuerdo, en que había gente que no aceptaba aquel régimen. Era resistencia. Acciones como esta se hicieron a miles: pintadas, manifestaciones, lanzamientos de panfletos... Y algunas estuvieron muy chaladas, como cuándo instalamos altavoces en el Hotel Duval el 11 de septiembre de 1971. Aquel día emitimos un mensaje de lucha, que se grabó en mi casa. La voz que se siente era la mía. Los altavoces se instalaron en una habitación del hotel y resonaron por todas partes. También hacíamos acciones como colgar banderas. Como no se encontraban banderas catalanas, muchas las hacíamos nosotros mismos. A veces, incluso cosíamos banderas españolas para convertirlas en banderas.

¿En aquel momento, acciones como la de los gases lacrimogenos eran consideradas terrorismo?

No, en absoluto. En aquel momento no había actividades que se pudieran considerar terroristas, más allá de la resistencia armada del maquis. Eran acciones de protesta. Con respecto a las organizaciones que las llevaban a cabo, solo había el Front y el PSUC. Esquerra Republicana, en aquel momento, casi no tenía presencia militando en este tipo de acciones. Unió Democràtica, tampoco aunque había gente vinculada a la resistencia. Pero el Front sí que tenía un grueso de jóvenes militantes dispuestos a actuar.

Hábleme del Front y su posición con respecto a la lucha armada.

El Front, en los años 40, criticaba la lucha armada. Yo era quien se encargaba de las charlas sobre normas de seguridad dentro del Frente. Una de mis grandes preocupaciones era precisamente la seguridad, porque yo tenía un negocio y una familia a a quién proteger. Mi mujer y yo llevábamos la tienda mientras criábamos a dos hijos pequeños, y pensaba: "Si a ti te enganchan, todo eso se va al garete. ¿Como sacaré adelante a mi mujer"? Eso me llevó a insistir en la importancia de la seguridad dentro del Front. De hecho, fui yo quien formó el archivo del Front. Había muchas tareas a hacer, y a menudo, cuando se planteaba una necesidad, la respuesta era: "Pues hazlo tú". Así que lo hacía yo. Al principio de los años 60, la propaganda escrita no se distribuía en grandes cantidades. Se utilizaban remitentes falsos para enviar manifiestos y boletines por correo, pero yo advertía que eso podía ser peligroso. En Correos, si identificaban a una persona como receptora habitual de cierto tipo de propaganda, la podían asociar a una ideología comprometida. Así que propuse otro método: dejar la propaganda directamente en los buzones de los destinatarios. Me dijeron que lo organizara, y así lo hice.

Robert Surroca acumula mucha documentación en su casa. / Foto: Montse Giralt

¿Qué relación tuvo con el caso de Ignasi a Agustí?

Ignasi Agustí, el autor de Mariona Rebull, era un fascista declarado. Cuando estuvo la manifestación de curas [protesta de 30 curas en 1966 delante de la comisaría de Via Laietana que finalizó con una brutal intervención policial], escribió un artículo a El Español titulado "Estos bonzos incordiantes", comparando a los curas que protestaban con los monjes budistas que se inmolaban en señal de protesta. En respuesta, actuamos contra su librería, Argos, en el Paseo de Gracia: rompimos los cristales y repartimos octavillas. El contenido de una de estas octavillas lo criticaba por haber intentado colaborar con la Generalitat el año 1936 a cambio de dinero. Cuando no le pagaron, se marchó a Francia y después a la zona franquista, donde fundó la revista Destino. A mí, sin embargo, me parecía injusto criticar a alguien por decisiones tomadas a los 20 años, en una época en que la gente no estaba tan formada políticamente como hoy.

¿Cómo acabó creando las normas de seguridad del Front?

Yo insistía mucho en la necesidad de formar a la gente en normas de seguridad porque no podíamos permitirnos errores. Un día, Jaume Martínez Vendrell, que sabía que yo era quien llevaba este tema al Front, me propuso ir a Lleida a hablar con un grupo de personas. Allí los enseñé a hacer cócteles Molotov, mechas retardadas y artefactos incendiarios, además de hablar de seguridad.

¿Cómo aprendió a hacer cócteles Molotov?

Un compañero me lo enseñó. En este tipo de movimientos, se aprende de otros. Recuerdo estar en Lleida con otros militantes de les Borges Blanques. Les enseñaba estas técnicas, pero no daba tiempo a cubrirlo todo. Además, yo cambiaba de identidad a cada encuentro para evitar ser identificado, pero siempre había el riesgo de ser reconocido. Fue entonces cuando me propusieron que lo pusiera por escrito. Así nació un documento titulado El dur camí de l'alliberament, com seguir-lo. Era un manual de normas de seguridad para los miembros del Front.

 

 

¿Cómo conseguía información sobre los cuerpos de seguridad y su funcionamiento?

Leía mucho. Muchos de los libros que tengo son memorias de exjefes de espionaje alemán, ruso, etc. Cuando un tema te preocupa, te fijas y aprendes de todas partes. La gente a menudo piensa que algunas acciones son sencillas, pero la policía sabe mucho. No se trata solo de represión física. El año 1973, la Brigada Política Social me vino a buscar por un despiste de un compañero. En aquel momento, la policía perseguía a Joan Colomines Puig, médico y futuro diputado de Convergència, a raíz de una caída de la Asamblea de Catalunya. Él se pudo zafar y sabía que yo no vivía en casa, sino en la tienda, donde había vivienda. Me pidió ayuda y lo escondí. Montamos una coartada: él estaba escribiendo un libro sobre diagnóstico biológico –cosa que era cierta– y, como en su casa no podía trabajar con tranquilidad, supuestamente me pagaba un alquiler para utilizar mi espacio. En realidad, se escondía. Pero cometió una imprudencia. Un día, él y su mujer salieron a comer por el barrio, y la policía, que la seguía, descubrió su escondrijo. En lugar de detenerlo directamente, vigilaron la zona y, cuando lo localizaron, también vinieron a por mí. Mantuvimos la coartada y, como era una cuestión menor, no nos maltrataron. Eso sí, me retiraron el pasaporte.

Robert Surroca tiene 91 años. / Foto: Montse Giralt

¿No lo detuvieron?

No, no. Me citaron en comisaría y fui. Allí me sometieron a lo que denominan la mordida: varios policías, chicos y chicas que se mueven en ambientes universitarios y laborales, especialistas en memorizar caras, fueron entrando mientras me interrogaban. Me miraban fijamente, pero nadie me conocía. Yo llevaba el aparato clandestino del Front, pero no asistía a reuniones de la Assamblea de Catalunya ni de otros grupos políticos, así que no me reconocían. También tuve la suerte de que, en la escalera donde vivía, había un inspector de policía de la criminal. Su mujer, cliente habitual de mi tienda, me apreciaba mucho. Cuando tenían algún problema, siempre me venían a buscar a mí. Recuerdo una vez que su padre quedó encajado entre el inodoro y la pared, y me pidieron ayuda para sacarlo de allí. El hijo, que era policía, lo sabía y me tenía respeto. Cuando sus compañeros lo alertaron sobre mí, él respondió: Es un poco catalanista, pero una muy buena persona. Supongo que eso también influyó en el trato que recibí. Con respecto al doctor Colomines, tampoco lo maltrataron. Su causa era menor para la policía, no había motivo para hacerlo.

¿Qué volumen de gente se movía por Barcelona o Catalunya en estas acciones? ¿Eran iniciativas exclusivas de Barcelona o también se llevaban a cabo en otras ciudades?

No, no, el Front tenía una red muy activa en varias comarcas. ¡Y tanto! No era una cosa exclusiva de Barcelona.

¿Qué tipo de actuaciones se hacían a las comarcas?

Bien, en general, la protesta se visualizaba con pintadas, colgadas de banderas y la distribución de manifiestos. Eso era lo que se podía hacer en aquel momento. También había otras acciones, como ayudar a pasar personas en la frontera.

¿Cómo funcionaba?

El Front siempre ha tenido una relación especial con el presidente Companys, sobre todo por la manera como murió. Tanto es así que el boletín clandestino que publicábamos se llamaba Per Catalunya, en referencia a las últimas palabras del presidente. Cuando se conmemoró el 25.º aniversario de su muerte, nuestro delegado en París, Manuel Viusà, había hecho una biografía de Companys. Nuestra intención era hacerla llegar a Catalunya, pero no estuvo terminada a tiempo. Así que decidimos imprimir solo la portada con papel engomado y la enganchamos por todo Catalunya, especialmente en los monumentos dedicados a los caídos miedo Dios y miedo España. En aquel momento, ya teníamos una red organizada para hacer entrar material clandestino al país. Aprovechando esta infraestructura, empezamos a pasar otras cosas: armas antiguas del FAC, militantes de ETA... Eso último nos llegó por casualidad. El año 1969, después de una escisión con el PSAN, mantuvimos una relación cordial con ellos. Un día, Joan Josep Hermet nos pidió ayuda para llevar a Francia a un miembro de ETA que había hecho un atraco a un banco y había huido hasta Montserrat. Nosotros no teníamos nada montado para eso, pero, como gestionábamos el paso de fronteras, accedimos a ayudarlo. Así empezamos a pasar personas al otro lado. Con el tiempo, esta colaboración creció. Nos dieron contactos en el País Vasco y nos pidieron más traslados. Poco a poco, acabamos pasando a una treintena de personas. Pero la situación se complicó cuando, en una de estas operaciones, algunos de los que ayudábamos llevaban armas visibles. Eso era un riesgo innecesario para nosotros. Cuando volvimos, lo planteé a la ejecutiva del Frente y dije que lo teníamos que cortar. El paso clandestino de fronteras lo dábamos por nosotros, para el Front y por gente afín, pero no podíamos arriesgar nuestras estructuras por una causa que no era estrictamente nuestra. Y así se acabó nuestra colaboración con ETA.

¿Había simpatía y buenos ojos, pero ustedes nunca quisieron ser como ETA, verdad?
Bueno, a partir de un determinado momento, el Front sí que creó ÈPOCA.

¿Y cómo fue eso? ¿Me puedes explicar un poco por qué?
Yo me encontré un poco de traspiés. Yo colaboraba mucho, a título particular, con Jaume Martínez Vendrell, que era quien había impulsado todo eso. Él me pidió que hiciera charlas sobre seguridad y que lo pusiera por escrito. En aquel momento, yo no sabía que las charlas eran para la gente que después formaría ÈPOCA. Pero Jaume ya lo tenía todo en la cabeza, lo tenía claro. A través de él, colaboré en muchas cosas. En un determinado momento, me pidió que fuéramos a hacer un depósito a la Catalunya Nord para almacenar unas armas que después recogeríamos. Eran las armas del FAC. Un día, Jaume, que tenía una empresa de máquinas de charcutería, me llamó utilizando esta excusa para disimular la conversación. Me dijo: "Por cierto, mi sobrina está embarazada", que quería decir que el depósito ya estaba lleno. Fuimos con Anton Ribas i Sala, recogimos seis pistolas Walther del 9 corto (que eran del FAC), las empaquetamos y las depositamos en la librería de Joan Ballester Canals, Públia. Esta librería, situada en la calle Consell de Cent, era conocida para vender solo libros en catalán y por la venta del famoso mapa de los Països Catalans, hecho que llevó Ballester a ser encarcelado.

Robert Surroca actuó siempre en la clandestinidad. / Foto: Montse Giralt

¿Quién proporcionó las armas del FAC?

Las armas del FAC las habían comprado varias personas. Curiosamente, Joan Ballester Canals sabía que yo había montado el archivo porque Joan Cornudella, que trabajaba en un despacho situado en su librería, me conocía. Cornudella había estudiado Económicas y a menudo trabajaba allí, haciendo sus escritos y estudios. Yo iba a menudo a la librería para comprar libros en catalán, una forma de resistencia y de apoyo a la cultura del país. Por ejemplo, la colección de la Gran Enciclopeèdia Catalana, que se publicaba por fascículos, era una manera de colaborar en la difusión del conocimiento en catalán. Supongo que Ballester, aunque no sabía exactamente lo que yo hacía por el Front, debió conocer mi implicación. Cuando murió, sus hijos me vinieron a buscar para decirme que su padre había expresado el deseo de que yo pudiera quedarme con todo lo que guardaba. Fui a la calle Tres Senyores de Gràcia, donde tenían un almacén lleno de documentos. Al principio, pensé que encontraría material comprometido, pero en realidad todo eran publicaciones en catalán impulsadas por Ballester. Me sorprendió la cantidad de ediciones que había hecho, porque había una gran cantidad. Con el tiempo, sus hijos me han ido dando más material. Entre estos documentos conservo una serie de cartas intercambiadas entre Planchart, Ballester y otras personas. A primera vista, parecen insignificantes, pero en realidad eran mensajes codificados para coordinar la compra y el transporte de las armas del FAC. Estas armas se compraban y se hacían llegar a Francia, donde parece que alguien se ponía en contacto con Jaume Martínez. Fue él a quien nos encargó hacer el depósito. No sé quién las llevó hasta allí, pero nosotros las recogimos y las trasladamos a la librería de Ballester. Todo formaba parte de una red más amplia. Había el Front involucrado a través de Jaume Martínez y otras personas que colaboraban por la causa. Pero yo no sé exactamente a quién fueron a parar aquellas armas ni quien las recogió después. Con respecto a las armas de ÈPOCA, la situación era diferente. Aquellas provenían directamente del Front y se introdujeron en Catalunya en tres ocasiones.

¿Cuáles fueron las acciones principales de ÈPOCA?

La acción más destacada fue la recuperación económica de la Seguridad Social de Bellvitge. En este asalto murió un policía y otro resultó herido. El grupo todavía se estaba organizando y armando, y necesitaban dinero para sostenerse.

¿Qué quiere decir "recuperación económica"?

Es un término utilizado por los anarquistas. No hablaban de atracos, sino de "recuperaciones económicas", ya que consideraban que los bancos y las instituciones robaban a la sociedad, y que ellos simplemente recuperaban aquel dinero para devolverlos al pueblo.

Usted participó en acciones a favor de Jordi Pujol. ¿Ahora que se está haciendo una cierta reparación de su figura después de unos años de ostracismo, podría reflexionar sobre este tema?

Yo me creo la historia de la deja del abuelo Florenci por un motivo sencillo. A en Pujol lo encarcelaron por las actividades del Palau y, sobre todo, por un documento muy poco conocido llamado Os presentamos al general Franco. Este documento, que tengo en el archivo, por cantar El Cant de la senyera. En aquel momento, le hicieron varias propuestas porque, siendo un médico católico de la burguesía catalana, tampoco les interesaba hacerle un Consejo de Guerra por oponerse a Franco. Le ofrecieron una pena menor si reconocía que se había equivocado, pero no lo aceptó. Se mantuvo firme, denunciando los militares y el régimen. Aquella actitud fue muy digna. Yo empecé a pintar Catalunya Pujol y otras consignas por mi cuenta antes de ingresar en el Front en 1962. En aquel momento, Pujol se había convertido en un símbolo de la catalanidad y de la lucha contra la dictadura. Con respecto a la deja del abuelo Florenci, su padre tenía claro que, dada la actividad política de su hijo, podría llegar un momento en que tuviera que huir. Supongo que por eso puso dinero en Andorra a nombre de su mujer e hijos, para garantizarles un cojín si nunca se veía obligado a exiliarse o volvía a ser encarcelado. Esta es una suposición mía, pero no creo que vaya muy desencaminado. Durante su presidencia, Pujol tuvo un papel importante en la reconstrucción de Catalunya. Quizás porque estaba todo por hacer, pero impulsó muchos proyectos en cultura, lengua y país. Para mí, Pujol ha sido uno de los presidentes más importantes que ha tenido Catalunya.

 

 

Después de todos estos años de resistencia y clandestinidad, llega el periodo de transición y democracia. ¿Cómo ha evolucionado usted y su acción política en estos años?

Bien, yo siempre he sido uno resistente, pero no un político. El año 1990, cuando el Frente decidió autodisolverse, se hizo una asamblea de militantes y había tres opciones. Los antiguos, como Malaret y Espriu, querían congelar las siglas. Los de comarcas, liderados por Josep Maria Casablanca y los de Cadaqués, querían ingresar a Esquerra. Y finalmente, un grupo formado por Antoni Torró, yo mismo y otros jóvenes, que habíamos impulsado Catalunya Libre y colaborado en las elecciones europeas, queríamos continuar esta experiencia. Se hicieron votaciones y ganó la integración a Esquerra Republicana. Me tocó a mí y a Casablanca ir a negociar con Àngel Colom. Nos recibieron con los brazos abiertos, ya que el Frente tenía un gran prestigio y su incorporación era un gran favor para Izquierda. Muchos militantes se sumaron, pero yo no ingresé. Yo he militado en el Frente y no milito en ningún sitio más, porque yo no soy político. Colón me proponía sitios en el partido, pero yo no me quería engañar a mí mismo. La experiencia me ha dado la razón, porque en los partidos a menudo tienes que vigilar más al compañero que tienes al lado que el enemigo que tienes delante. En cambio, en la resistencia, nos podíamos fiar totalmente los unos de los otros, porque nos lo jugábamos todo: prisión, exilio o cosas peores.

¿Qué ha supuesto la democracia para los partidos políticos?

La democracia es el sistema por el cual todos habíamos suspirado durante la dictadura. Es la única forma políticamente viable para que la gente exprese sus necesidades, esperanzas y reivindicaciones. Ahora bien, el problema es que muchos partidos, casi todos, a menudo miran más por los intereses del partido que por los intereses del país y de sus clases populares, y eso no tendría que ser así. No nos engañamos, para muchos, la política también es un modus vivendi, con sueldos importantes. Pero, a pesar de sus imperfecciones, la democracia sigue siendo el mejor sistema conocido.

Robert Surroca durante la entrevista con ElNacional.cat / Foto: Montse Giralt

¿Usted considera que el Procés y el 1 de octubre han fracasado?

Políticamente, es evidente que no se ha conseguido el objetivo. Ahora bien, si lo miramos desde una perspectiva histórica, hay que valorar el camino recorrido. En los años setenta, cuando el independentismo todavía era clandestino, éramos cuatro gatos. Durante los ochenta y noventa, a pesar de poder manifestarnos, seguíamos siendo pocos. Pero a partir de cierto momento, el independentismo empezó a llenar las calles de manera masiva. Manifestaciones que no se veían desde la liberación de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, referéndums y movilizaciones históricas han sido un éxito. Sin embargo, tenemos delante un adversario muy duro, que nos ataca por el suelo, mar, aire y ahora también con la justicia. España nunca dejará perder Catalunya. No tiene que poner al ejército en la calle, pero sí la Guardia Civil y otros mecanismos represivos. Estar dentro de Europa los impide hacer determinadas acciones, pero siguen gastando muchos recursos en infiltraciones, espionaje y control. No nos quieren dejar marcharse ni por motivos económicos –Catalunya representa el 25% del PIB estatal– ni por motivos simbólicos. No nos soportan, no aceptan nuestra lengua e interpretan que lo hacemos para provocarlos.

¿Cómo cree que evolucionará el independentismo? ¿Qué puede hacer para recuperar la fuerza?

El independentismo es cíclico, como los dientes de una sierra: hay subidas y bajadas. Hay momentos en que las circunstancias hacen que el movimiento se exprese con más fuerza, pero eso no quiere decir que desaparezca. Todos aquellos que salieron a las calles y formaron una cadena humana de norte en sur, desde Catalunya Norte hasta el País Valencià, siguen teniendo el mismo sentimiento. Su ideología y las ganas de luchar no han desaparecido. El problema es que, a menudo, la política de partidos desanima a la gente. Pero cuando se vuelva a generar un contexto propicio, ya sea mediante elecciones, manifestaciones u otras acciones, este sentimiento volverá a emerger con fuerza.