De violencia, poca. De rebelión, nada. La mayoría de medios españoles están decepcionados y tristes —o lo hacen ver— porque la sentencia del Tribunal Supremo sobre el 1-O ha sido más floja de lo que querían. Otros alaban la contención de los jueces y proclaman la benevolencia del Estado con sus ciudadanos rebeldes.

Muestra ejemplar del primer caso es el director adjunto de El Mundo, que lloriquea en La débil unanimidad de Marchena y el turrón de Junqueras, en casa. Inventa sus propios hechos ("derogaron la Constitución con sus propias normas, la sustituyeron arbitrariamente por un régimen alternativo de poder autoritario y utilizaron la fuerza de la masa...") sin entender que la sentencia descarta esa versión de la realidad porque ya tiene su propia versión. Su homólogo en ABC se lamenta de la poca contundencia judicial, pero la excusa porque hay "un vacío legal" que debe cubrirse, pues la resolución de hoy "no contenta a los que nos preocupa la unidad nacional". Y así el resto de la derecha mediática.

Los medios madrileños —salvo algunos digitales, como eldiario.es o Publico— habían mantenido caliente la rebelión hasta el último momento. Horas después de publicarse la sentencia, El Mundo aun tenía esta pieza en portada: "el Supremo aprecia violencia pero no suficiente para la rebelión", con un deje como de de pena. El País entretenía el mismo argumento hace unos días.

Se entiende perfectamente. Tantos meses fabricando el relato de la violencia y el golpe de estado, extendiendo una interpretación que tenías que creer con fe, y resulta que el Supremo, tras 52 sesiones de la vista, dice que nah. Más aun, descarta a los testigos de la policía y de Guardia Civil españoles por "exceso de emocionalidad", justamente la parte del juicio que cubrieron con más afán (algún diario, la única). Tantos meses de esfuerzo por seguir el ritmo de los atestados policiales, la instrucción de Lamela-Llarena, la fiscalía, las declaraciones anónimas de policías y guardias civiles en shock por las miradas de odio y el peligro del fairy. Todas esas crónicas del juicio, especialmente las de El País, explicando cada día, tantos días, que la violencia y la rebelión estaban clarísimas. Todo a la basura.

Periodismo de Estado

Pues no. Qué va. Todo lo contrario. Hay muy buena sincronización entre policía, justicia y periodismo de Estado. El relato de la violencia (la equiparación "a los peores años del País Vasco", etcétera) y del golpe de estado era útil mientras se instruía y se juzgaba el 1-O: desacreditaba a los líderes independentistas, especialmente a los Jordis, y deshumanizaba el mismo movimiento. Además, era perfecto para justificar a posteriori los asaltos del 20-S, los garrotazos del 1-O, las prisiones provisionales, el 155, las euroórdenes, la represión. También evaluaba hasta donde resistían el periodismo y la sociedad españolas la reescritura de la historia —muy bien, gracias— y la recuperación de un chivo expiatorio clásico.

No es que la violencia esté fuera del lenguaje de la sentencia. La palabra aparece 89 veces en los 493 folios de la cosa. Hay muchos ejemplos. Uno de los mejores es de los "ciudadanos apostados en actitud táctica" en los puntos de votación. "Apostado" va siempre con "francotirador", "asaltante", "ladrón"… como "pertinaz" va con "sequía". "En actitud táctica" alude a alguna operación armada. 

Un delantero centro nunca está "apostado" en el área ni un alumno está "en actitud táctica" en su pupitre. Es un remanente de conceptos que se han utilizado y aun se usan en los diarios para evocar en el lector la violencia, la hostilidad, la agresión. "Ciudadanos apostados en actitud táctica" describe a gente que hacía chocolatadas, veía cine o participaba en talleres de yoga. Es el tipo de lenguaje que la prensa española utiliza desde el inicio de la vista en el Supremo. Un lenguaje retroalimenta al otro y ambos fabrican la historia de la violencia.

El nuevo relato

El relato que se abre paso ahora es otro. Por una parte, dicen, la sentencia prueba la generosidad de España. Un columnista de ABC, habla de sentencia "magnánima —como suele ser España—", educativa y medicinal, que abre una oportunidad a la política, etcétera.

El director adjunto de La Vanguardia considera que la sentencia es "una lección para todo el mundo", también para aquellos que se escondieron tras las togas de los jueces para no abordar un problema estrictamente político". Se hace raro que no mencione que unos aprenderán la lección encarcelados y otros como altos cargos al gobierno de Andalucía, en la comandancia de Madrid o en su despacho de registrador. Una lección para todo el mundo, va: Daos un abrazo y no os peleéis más. También le duele "la ciudadanía, que mayoritariamente reaccionará, me atrevo a escribir escribir, con indignación y dolor". Me atrevo a escribir. Muy delicado

Su homólogo de El País se felicita porque los magistrados "palomas" —moderados, de mirada larga, etcétera— "han derrotado" a los "halcones" que promovían un castigo en forma de rebelión y prisiones más altas. Alabado sea el tribunal. Otros así destacan la bondad del Supremo en dejar el régimen de prisión normal, descartando una petición muy intensa del fiscal Javier Zaragoza para endurecerlo.

La unanimidad

La otra cara del nuevo relato es la unanimidad. Hace días que suena. El Mundo lo resume muy bien en una pieza publicada hoy pero escrita antes de que se publicara la sentencia: "Un tribunal compuesto de jueces de sensibilidades diferentes, magistrados de prestigio incuestionable, que en el transcurso de todo el juicio y las deliberaciones de la decisión del Procés han intentado mantener la unanimidad en sus decisiones". El País publica un perfil del juez Marchena tipo Santo subito! donde ni siquiera se menciona el asunto que benefició a su hija para cambiar de la carrera fiscal a la judicial, y define como "casos mediáticos" algunas actuaciones polémicas del magistrado.

El tono y el estilo encomiásticos son un poco del Pravda hablando de Vishinsky, el fiscal de Stalin, pero eso es anecdótico.

La unanimidad, en sí, no tiene ningún valor jurídico. No mejora ni empeora la sentencia, ni hace más justas o injustas las condenas. Es un rasgo atípico de la justicia y de la vida —de las deliberaciones entre pares se suele seguir una decisión por mayorías, raramente unánime.

Políticamente, sin embargo, conviene vender esta narrativa: jueces de varias sensibilidades coinciden en la misma sentencia, como queriendo decir que lo mires como lo mires —tanto si te ultraja su dureza o te da rabia su lenidad—, la sentencia es justa, inatacable. Si siete magistrados justísimos y profesionalísimos, tan diversos y heterogéneos, la firman sin discrepar ¿por qué tienes que discrepar tú, seas quien seas?

La ausencia de votos particulares que difieran de la mayoría y propongan una argumentación jurídica diferente no es sólo una manera de evitar la crítica y la discrepancia en un asunto de alto impacto social y político. También es una tarjeta de presentación —y un desafío— al Tribunal de Justicia Europeo: esta sentencia representa a cualquier juez y doctrina jurídica, atreveos a enmendarla.

Los diarios explican todo esto sin cuestionarse nada. Ni el concepto restrictivo de las manifestaciones que define la sentencia. Ni la descripción y elogio de los encausados como gente no violenta que, al mismo tiempo, promueve "hechos de violencia", o que "la ausencia de violencia en convocatorias multitudinarias añadía una señal de identidad que reforzaba, si es posible, su capacidad de convocatoria" —una petición de principio. Ni la valoración política de la página 60, al acabar la relación de hechos probados. Ni siquiera les sorprende que siete magistrados tan diferentes y tan profesionales lleguen todos juntos a las mismas y unánimes conclusiones sin una brizna de diferencia. Todos en primera posición de saludo ante el amo bueno.

Foto: un momento fe la película Doce años de esclavitud