La relación de España con las mociones de censura ha sido de exageración. De ir más de cara a la galería que sustituir presidentes elegidos a las urnas. Este estricto mecanismo constitucional, concebido para desbancar a un gobierno y poner otro, se ha convertido con el paso de los años en una herramienta potentísima de presión y desgaste, ha servido para confrontar modelos de país, para hacer de rampa de lanzamiento para líderes incipientes, ha anticipado cambios de ciclo y a menudo ha transformado la cámara baja en una especie de juicio político de unos contra los otros con altas dosis de espectáculo entre parlamentarios.

Con respecto a la moción de censura, la redacción de la Constitución Española es breve y concisa. En el artículo 113 se establece que "el Congreso de los Diputados puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría absoluta de la moción de censura". El segundo punto del articulado dictamina que "tendrá que ser propuesta al menos por la décima parte de los Diputados y tendrá que incluir a un candidato a la Presidencia del Gobierno". Si nos fijamos en el reglamento de la cámara baja, en el artículo 177, se especifica que el candidato propuesto podrá intervenir "a efectos de exponer el programa político del gobierno que pretende formar". Es decir, que sirve para cambiar la presidencia a través de 176 votos (mayoría absoluta) sin cambiar la configuración del Parlamento. Se trata de un hito parlamentario casi imposible de asumir. De hecho, es uno de los objetivos de la Constitución del 78: que sea muy difícil que triunfe.

Ramón Tamames y Santiago Abascal el día que acordaron la moción de censura / Foto: Vox

"En la práctica la moción de censura está hecha para no triunfar nunca porque es muy improbable que el Congreso cambie de opinión en dos o tres años". Es el resumen que hace al profesor Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Alfredo Ramírez, en declaraciones a ElNacional. Subraya que, con la moción de censura, queda demostrado que la Constitución Española tiene "un espíritu de continuidad y estabilidad". "Es una carta magna que permite que se abran muchas puertas, pero que no queden muy abiertas. Que se tenga que hacer mucha fuerza para abrir una. Es decir, se puede tocar cualquier parte del texto, pero algunas son tan difíciles de reformar que, a la práctica, es como si fuera imposible", sintetiza Ramírez haciendo un símil muy casero.

En cualquier caso, según indica el profesor, históricamente las mociones de censura han tenido el papel de impulsar cambios políticos que estaban al caer. "Hasta la moción de Pedro Sánchez [2018] se hacían con la mentalidad y la perspectiva de que hubiera un cambio de gobierno en poco tiempo. No tanto para que ganara, sino que fuera un empujoncito final y ayudar a crear un ambiente de cambio de ciclo", explica Ramírez. De esta manera, el hecho de que la propuesta tenga que ser constructiva requiere de un tejido de pactos y alianzas extremadamente complejo por no comprometer la estabilidad política de un país demasiado acostumbrado a las sacudidas institucionales.

El "troleo" de Tamames y Vox

En esta ocasión, Vox se ha inclinado para poner a un candidato que no milita en el partido. El economista Ramón Tamames se ha puesto de acuerdo con Santiago Abascal para salir al atril y hacer el análisis del estado de las cosas. "Tengo libertad absoluta para decir lo que pienso", aseguró este exmilitante comunista después de aceptar el ofrecimiento de la ultraderecha, a quién no le dan miedo los planteamientos que pueda soltar. El discurso de Tamames es el secreto mejor guardado a estas alturas de la película porque nadie quiere revelar nada. Al ser un perfil independiente y de origen comunista, Vox confía en que dejará a la izquierda desarmada para contrarrestarlo. Lo que seguro que no hará es proyectar un programa político. En este caso hay una anomalía porque, en el caso utópico que prospere, el también fundador de Izquierda Unida (IU) tiene el compromiso de convocar elecciones generales lo más rápido posible.

En este sentido, Abascal, que espera que Meritell Batet ponga fecha al debate, sueña con un súper el domingo el 28 de mayo coincidiendo con las municipales y las autonómicas. Lejos de intentar una alternativa de gobierno, Tamames acabaría en seco la segunda legislatura de Pedro Sánchez. "La moción de Vox es una especie de troleo y está hecha con una manifiesta irresponsabilidad porque el partido que la presenta no es el principal de la oposición y el candidato no es un político en activo", critica al profesor Ramírez, que añade que está concebida para "hacer un teatro político" y "un espectáculo para llamar la atención de la gente de la calle" a partir del cual "se arrastra hacia el barro una institución democrática". Por eso defiende que "la postura más sensata es hacer el vacío y no participar del debate", tal y como plantea Esquerra Republicana.

El historial de mociones de censura en España arrastra unos cuantos fracasos y un único éxito. En 45 años de Carta Magna, se habrán propuesto seis – contando la actual de Vox – y solo hay un caso aislado de triunfo. Cuatro intentos en los últimos seis años. Pero que las mociones no salgan adelante no implica que no sirvan de nada. Al margen de la que ungió a Pedro Sánchez como presidente repentino, el resto han sido campañas de presión para agitar el avispero de la política española, intentar arrinconar al presidente de turno ante la opinión pública, intentar desgastar la oposición, alimentar la atmósfera de cambio de ciclo, empezar a poner en marcha la maquinaria preelectoral asegurando retransmisión mediática o intentar promocionar a un líder político que no es diputado. De hecho, la ley permite a los solicitantes proponer un candidato que no forme parte del arco parlamentario escogido a las urnas, como pasa en el caso de Tamames. La ultraderecha le había empezado a coger el gusto a censurar a finales del 2020, cuando nada más hacía un año que se habían estrenado en el Congreso. El candidato era Santiago Abascal, que planteó un desafío, no contra Pedro Sánchez, sino contra Pablo Casado, del Partido Popular. Aquello acabó como el rosario de la aurora entre los dos líderes de la derecha y la extrema derecha, con duras acusaciones cruzadas a la vista de todo el mundo. Vox se quedó solo, con sus 52 diputados.

La isla solitaria de Pedro Sánchez

El único triunfo parlamentario se lo apuntó Pedro Sánchez, quien en 2018 se aplicó otra vez su manual de resistencia y, consultando las crónicas periodísticas de la época, ganó una moción "que parecía perdida". Fue una pequeña isla en medio de un mar de frustraciones. El hoy presidente del gobierno echó a Mariano Rajoy de la Moncloa después de confirmarse la condena por el caso Gürtel contra el Partido Popular. El PSOE se aferró a la corrupción demostrada para convencer las fuerzas de izquierdas, soberanistas e independentistas y desbancar al gallego. Aquel gobierno entrante, sustentado por solo 84 diputados, acabó cediendo pocos meses más tarde tan pronto como los independentistas catalanes se negaron a aprobar los presupuestos. Justamente la corrupción fue uno de los pilares fundamentales de Pablo Iglesias (Unides Podem) para probar de deponer a Mariano Rajoy, que también temblaba por la tensión en aumento por el procés independentista y la desigualdad social. Era junio de 2017 y el otoño más caliente estaba al giro de la esquina. A pesar del apoyo de los independentistas catalanes y vascos, el PSOE no subió al carro de Iglesias, que aglutinó 82 diputados. Insuficientes.

Adolfo Suárez durante la moción de censura presentada por Felipe González en 1980 / Foto: EFE

Sea como sea, el primer intento de los socialistas para echar a un presidente de la noche a la mañana fue una derrota con aires de victoria, en 1980. Con la Constitución Española recién salida del horno, Felipe González estrenó esta herramienta contra Adolfo Suárez (Unión de Centro Democrático), que estaba asediado por la crisis económica, la relativa a la construcción del Estado de las autonomías y la sangre que provocaban los años de plomo de ETA en el País Vasco. En un hemiciclo emboirat por el humo del tabaco, González se quedó a 14 diputados de la mayoría absoluta, pero se presentó como una alternativa sólida, se confirmó como un buen orador y se le vio madera de presidente. Perdió aquella batalla, pero empezó a ganar las elecciones de 1982, en las cuales arrebató un cargo que mantuvo durante 14 años.

Antonio Hernández Mancha defendiendo la moción de censura en 1987 / Foto: EFE

En la historia democrática, el capítulo más decepcionante lo protagoniza Antonio Hernández Mancha. Alianza Popular acababa de perder en las urnas un baluarte, el exministro franquista Manuel Fraga, que dejó espacio para el desconocido Fernández Mancha al frente de la formación conservadora. Tanto poco conocido que este senador andaluz retó a Felipe González a un combate dialèctic frontal en el Congreso en 1987. El resultado: fracaso estrepitoso de Hernández Mancha ante un gobierno socialista con mayoría absoluta que alastó la moción. Además, González ni intervino y envió a la arena a su vicepresidente Alfonso Guerra.