Tensión en el Govern de Junts pel Sí (JxSí). Las relaciones entre el Partit Demòcrata Català (PDC) y ERC atraviesan un momento complicado. Hasta el punto que cualquier chispa amenaza con provocar un incendio. Y los últimos días han saltado unas cuantas chispas. Todo, cuando la legislatura enfila el último tramo de la hoja de ruta.
El ambiente ya había llegado caldeado al final del verano. La negativa del president, Carles Puigdemont, a recibir a la CUP para abordar la cuestión de confianza, se había convertido desde el mes de julio en un quebradero de cabeza para el Departament de Economía, bajo la batuta del republicano Oriol Junqueras. De rebote, los negociadores de Economia chocaban con el rechazo de los cupaires a negociar los presupuestos hasta ser recibidos por Puigdemont.
Presiones estivales
A partir de ese momento, los mensajes públicos y privados de ERC para que Puigdemont se reuniera con la CUP y facilitara así la negociación presupuestaria se fueron repitiendo. Finalmente, el presidente recibió a los cupaires en el Palau de la Generalitat la primera semana de septiembre. Posteriormente, la diputada Anna Gabriel se limitó a anunciar el apoyo a la cuestión de confianza, sin comprometer el voto de su grupo ni al debate de política general ni los presupuestos.
Desde vicepresidencia no se entendió por qué el president no había aprovechado la ocasión para vincular las tres votaciones –cuestión de confianza, debate de política general y presupuestos–, sobre todo teniendo en cuenta que los anticapitalistas tendrían difícil argumentar un no a la cuestión de confianza que tiene que permitir recorrer el último tramo de la hoja de ruta.
Sant Boi
En este contexto de malestar, con la celebración del 11 de Septiembre, llegó la conmemoración de los 40 años de la Diada de Sant Boi para la cual se organizó un acto con la participación de ERC, Podemos y la CUP en el cual el Partit Demòcrata no fue invitado. El PDC encajó con profunda irritación el hecho de ser apartados de la convocatoria. A pesar de que desde de ERC, se aseguró de que la cita era abierta a todo el mundo, fuentes del PDC, atribuyeron a una decisión de los republicanos el hecho de quedar fuera.
Por esta razón y rompiendo la habitual tendencia a poner sordina a las diferencias, aquel episodio se saldó con una contundente carga de la coordinadora, Marta Pascal, que advirtió sin ambages a los republicanos contra la "tentación" de impulsar un tripartito.
Privatizaciones
El viernes pasado fue una portada de El Periódico, denunciando los efectos de privatizaciones en Sanidad que atribuía al Ejecutivo de Artur Mas, lo que volvió a encender al PDC. Este fue un incendio público que quedó atrapado y expuesto con generosidad en las redes. La fuente a quien atribuía el diario la información fue la conselleria de Salut y el enfado que provocó fue de tal magnitud, que el mismo conseller, Toni Comin, designado a propuesta de ERC, salió a desmentir que las privatizaciones que señalaba el diario fueran obra del Govern Mas. Según el conseller, fueron hechas por el tripartito.
A lo largo de la jornada, los tiros se cruzaron en todas direcciones. Públicamente acabó recibiendo al tripartito, la herencia del cual nadie salió a defender. De puertas adentro, lo que quedó más estropeada fue el entendimiento interno en el Govern y dentro de JxSí. El tuit del diputado Germà Bel se convirtió en la prueba más descarnada, y repartía tanto a la conselleria como al diario, a quien aconsejaba que contrastara las fuentes.
Este fin de semana llegó la última gota (de momento). Esta vez lo que ha atizado el malestar ha sido una entrevista de la consellera de Treball, Afers Socials y Famílies, Dolors Bassa, en el Diari de Girona, en que aseguraba que, actualmente, en temas sociales "hace más el Ayuntamiento de Barcelona que el de Girona".
La intervención de Bassas se ha interpretado como un dardo directo contra el president, que en enero pasado tuvo que abandonar la alcaldía gerundense para asumir la presidencia de la Generalitat. De hecho, se trata de un flanco especialmente sensible en la relación entre las dos formaciones después de que el relevo en la alcaldía se convirtió para Puigdemont en un auténtico vía crucis durante el cual los convergentes gerundenses lamentaron la falta de apoyo de los republicanos. De hecho, el nombre que el president impulsó para substituirlo en el consistorio tuvo que acabar renunciando.
Todo esto, mientras se dibuja el último tramo de la legislatura. Los choques públicos no son más, según fuentes del Ejecutivo, que el reflejo de cara afuera de un clima que se va enrareciendo por momentos de puertas adentro. La desconfianza entre los dos partidos que lideran el Govern se ve atizada por la necesidad de marcar perfil –expresión de curioso recuerdo en la plaza Sant Jaume– de cara a unas elecciones donde los hoy socios se tendrán que ver las caras y que está previsto convocar el otoño próximo. O, quizás antes.