"¡Es que me estaban matando!". El relato de Carles García Soler es durísimo. En el año 72, en plena dictadura, fue delatado como impulsor e integrante de la organización armada Front d'Alliberament de Catalunya (FAC), que atentaba contra instituciones próximas al régimen pero procurando no dejar muertos. La policía le vino a buscar y empezó un largo periplo. No es Ovidi Montllor, pero sí que le llevó a ser uno de los protagonistas reales de la cinematográfica fuga de Segovia. Antes, sin embargo, pasó por Via Laietana 43. Y salió "completamente destrozado", según relata: "Mi estado físico era tan, tan, tan jodido que el director de la Modelo, en persona, me vio y dijo que yo en aquellas condiciones no entraba. Tuvo que intervenir por teléfono el gobernador civil y acabé entrando. Estaba completamente destrozado, físicamente roto por todas partes".
¿Qué le pasó allí dentro? Tan solo llegar a la Jefatura, explica Carles García Soler, lo metieron de un empuje dentro de una habitación, rodeado por una docena de policías que le hicieron "la rueda". Y no se quedó en eso: "A partir de aquí fueron 72 horas de torturas sin descanso. Lo más bestia que te puedas imaginar. Me hicieron el quirófano (atarle en una cama y aplicarle golpes o descargas), la cigüeña (aparato de hierro que te sujeta por cuello, manos y tobillo, una posición incómoda que provoca rampas en los músculos rectales y abdominales)... Y cuando perdía el conocimiento me colgaban con las esposas de un gancho hasta que me despertaba". En medio también hubo una visita al despacho del comisario Pedro Polo, vestido con camisa falangista, viendo que no soltaba nada. García Soler recuerda sus palabras: "Estos bestias que hay aquí fuera te van a matar. O sea que tú mismo. O cuentas algo o acaban contigo".
García Soler acabó confesando la participación en dos atentados "poco significativos" y dio el nombre de dos personas que ya habían huido y que no llegaron a detener nunca. Empezaron pidiéndole la pena de muerte y acabó condenado a veinte años de prisión por el consejo de guerra. "Yo le llamo la casa de los horrores. No me imagino nada más tétrico y terrible como aquel lugar", asegura el exmiembro del FAC. Recuerda su compañero Ramon Llorca: "Lo desgraciaron de por vida con las torturas. Le provocaron unas dolencias lumbares para siempre. Nunca más fue una persona normal".
El gobierno de Pedro Sánchez ha rechazado todas las peticiones de resignificar el edificio, a pesar de haber votado a favor en 2017
El edificio de Via Laietana número 43 tiene mucha historia entre sus cuatro paredes, una historia especialmente oscura. Hoy sigue siendo la sede de la Jefatura Superior del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) en Catalunya. Lo sigue siendo a pesar de haber sido el principal centro de torturas primero de la dictadura de Primo de Rivera y sobre todo del franquismo en Catalunya, a cargo de la Brigada Político-Social de la dictadura, donde había los temidos hermanos Juan y Vicente Creix. O simplemente la casa de los horrores, como coinciden muchos de los que estuvieron detenidos sin ningún tipo de garantía. Miles de personas fueron maltratadas, torturadas y humilladas, algunas tan ilustres como el expresidente Jordi Pujol y otras más anónimas. Una simple placa del Ayuntamiento, a menudo vandalizada por el fascismo, les recuerda: "Memoria de la represión".
Pero todo ha quedado en esta simple placa. En varias ocasiones, el pleno del Ayuntamiento de Barcelona (con el voto del PSC), el Parlament de Catalunya y el Govern de la Generalitat han reclamado la recuperación de este espacio todavía utilizado por la policía española. También llegó al Congreso de los Diputados el 1 de junio del 2017, cuando se aprobó una proposición para reconvertir el espacio en un centro memorial de la represión franquista. Obtuvo el voto a favor de todos los partidos —incluyendo rl PSOE— excepto el PP, que entonces gobernaba el Estado. Pero, a pesar de la llegada de los socialistas a La Moncloa, nada ha cambiado. El ejecutivo de Pedro Sánchez ha rechazado todas las peticiones, argumentando que el CNP ya lo ha resignificado con su tarea actual. Lo único que consiguió ERC, en la negociación presupuestaria del año pasado, es paralizar unas reformas que se tenían que hacer en el edificio.
Los políticos no han resuelto la reconversión, pero la movilización social persevera: el primer y tercer martes de cada mes se manifiestan decenas de personas convocadas por la Comissió de la Dignitat, con la participación de represaliados de Via Laietana. En paralelo, ahora hace pocos días, casi dos centenares de entidades de 20 países --entre ellas la Comissió de la Dignitat, Irídia y Òmnium-- lanzaron un llamamiento internacional para reconvertir este espacio. Las diez entidades impulsoras también presentaron la primera querella contra seis torturadores, por el caso del sindicalista Carles Vallejo, aprovechando la nueva ley estatal de memoria democrática. Hasta ahora, las víctimas del franquismo han tenido que ir a buscar la justicia en Argentina. El otro gran handicap es que muchos de los responsables de aquellas torturas ya están muertos. García Soler pone ejemplos de agentes ya traspasados: los hermanos Creix o el comisario Genuino Navales.
Activistas y sindicalistas
La abogada Pilar Rebaque también pasó por allí. Próxima al pensamiento trotskista, fue detenida con 18 años en una manifestación contra el proceso de Burgos, el consejo de guerra a dieciséis miembros de ETA. Allí fue insultada, vejada, humillada. Cuarenta años después de aquel episodio es la portavoz de la Comissió de la Dignitat y hace casi veinte que lidera iniciativas y logra victorias con los papeles de Salamanca o con la ley del Parlament de reparación de víctimas del franquismo (2017). También pica piedra con Via Laietana. Recientemente intentando una visita de la comisión de Justicia del Parlament a las instalaciones, que ha sido denegada por la delegada del Gobierno Maria Eugènia Gay alegando que es un "centro operativo". Rebaque rebate el argumento: "Cada vez que tengo un detenido me voy a la Verneda. Ni carnets de identidad se hacen en Via Laietana". Mientras no se hace nada para reconvertir el espacio, intenta mantener viva la movilización y dar a conocer historias personales con nombres y apellidos.
Es el caso de Carme Travesset. Pasó no una, sino tres veces. La primera detención fue el junio del 72, cuando con 17 años estaba repartiendo unos panfletos en un encuentro de sardanas en Calella. "La típica amenaza y poco más; era menor", precisa. La segunda, después de una redada contra gente de cuatro partidos. "Fueron tres días un poco más intensos y estuve siete meses en la prisión de mujeres de la Trinitat, donde tenían mucho odio a las presas políticas," relata. Y la tercera, en octubre del 75, cuando|cuándo estaban imprimiendo en el aparato de propaganda del PSAN (Partido Socialista de Liberación Nacional de los Países). "Estuve cinco días en Via Laietana, cinco días con torturas continuadas", denuncia.
La detención ya fue salvaje, a cargo de siete u ocho agentes de la Brigada que le lanzaban puñetazos, le tiraban del pelo y le disparaban un revólver a pocos centímetros de la cabeza. Y en la comisaría le practicaron inmediatamente el sistema de "la barra". Esposada de manos y pies, le pasaban una barra de hierro entre las piernas y los brazos, que se sostenía entre dos mesas. Ella quedó boca abajo y le azotaron los pies descalzos con barras de hierro y correas. Cuando se desmayaba, la lanzaban en el suelo hasta que recuperara la conciencia y la azotaban con los mismos instrumentos. Cuando al cabo de dos meses, ya en libertad provisional, la pudo ver un médico, concluyó: "Tejidos de los pies rotos. Tendones traumatizados. El corazón sumamente delicado. Bajísima la presión, en ocho. Atrofiamiento de las piernas. Columna vertebral desviada y bajada. Estado general agotado". Hoy Carme Travesset relata cómo las "secuelas" le duraron "unos cuantos años". No podría estar mucho rato de pie y tuvo que someterse a varios tratamientos. "Pero la dignidad de no haber cedido al chantaje de la tortura, eso dura toda la vida", asegura.
Antònia García no ha sido nunca afiliada ni sindicada, pero sí que se define como activista obrera y social. En aquel momento, el año 72, con 20 años, estaba organizada en las Plataformas Anticapitalistas y trabajaba en la empresa Starlux, en el polígono de Montmeló, que inició una huelga total fuertemente reprimida. Celebraban las asambleas en la calle y en la Iglesia, que desalojaban. La llegaron a interrogar y tomarle el documento de identidad. Fueron a registrar su casa y un par de policías nacionales armados hacía guardia permanente en su portal. Así que no volvió y se mudó temporalmente a Barcelona. Hasta que el 8 de febrero del 73, en la estación de metro de la Sagrera, la detuvo una pareja de paisano de la Brigada Político-Social. Lo hicieron encañonándola con una pistola. Con un jeep se la llevaron a Via Laietana.
"Estuve 72 horas, tres días y tres noches, con interrogatorios constantes", relata Antònia García cincuenta años después, que prosigue: "A fin de que dijera nombres de compañeras y compañeros, las torturas y los maltratos eran continuos. No me dejaban ni dormir, ni comer, ni beber agua. Además, las condiciones de los calabozos, en el sótano, eran como entrar en la mazmorra de un castillo de la época medieval". García recuerda cómo cada mañana desinfectaban con zotal, un producto tóxico que se usa para establos, con un "olor insoportable que llegaba al cerebro". Todo tipo de torturas físicas y psicológicas —que dice haber visto posteriormente en películas norteamericanas— y ella tenía una sola preocupación: "No desfallecer". Y resume: "Entrar detenida aquí es entrar en el infierno. La maldad, la crueldad, la barbarie, ejecutada por los torturadores, era el pan de cada día".
Colectivo LGBTI, pueblo gitano...
Por aquellas cuatro paredes de la Jefatura Superior de Policía no solo pasaron activistas políticos o sindicalistas, sino personas de muchas otras procedencias. "Via Laietana no ha sido solo un lugar donde llevar a los represaliados políticos. Hubo primero una ley de vagos y maleantes y después una ley sobre peligrosidad y rehabilitación social. Han pasado el colectivo LGBTI, el colectivo romaní...", señala la abogada Pilar Rebaque, de la Comissió de la Dignitat.
Alpe Conceptes, nombre con que se hace conocer, es un veterano activista LGTBI. Participó en la primera manifestación en Barcelona por los derechos de las personas trans y homosexuales en el año 77, después de haber sufrido la homofobia institucional. El primer recuerdo que tiene es del 71, cuando tenía trece años. Estaba al lado de la plaza de les Glòries yendo a comprar libros para su hermana. Lo cogieron dos grises, que lo subieron a una furgoneta y le removieron los bolsillos. Le encontraron seis billetes de 500 pesetas. "Me hicieron firmar, a golpes, una autodenuncia que acababa de hacer seis chapas", recuerda. Después le obligaron a mantener relaciones sexuales con ellos. Le violaron hasta que se cansaron y lo lanzaron a la calle, amenazado con no decir nada si no quería que su padre perdiera el trabajo. De ahí una ambulancia lo llevó al Hospital Clínic, donde denuncia que lo sometieron a terapias de Ludovico (la del protagonista de La naranja mecánica) para "ayudarle a vivir con normalidad a la sociedad".
Rebaque: "Via Laietana no ha sido solo un lugar donde llevar a los represaliados políticos. También han pasado el colectivo LGBTI, el colectivo romaní..."
Y dos años más tarde, en febrero del 73, cuando tenía dieciséis, acabó en Via Laietana, después de una redada en el bar La Luna. Lo que sabe es lo que le explicó su madre: que le llamaron para que lo fuera a recoger y que llevara una manta porque supuestamente lo habían recogido desnudo en la calle. "En los sótanos me rompen tanto la ropa que mienten y le tienen que decir eso a mi madre. Yo no voy por la calle desnudo. No ha sido nunca una afición mía", rebate Alpe Conceptes, que todavía era menor de edad en aquel momento. "Me rompieron y rasgaron la ropa, pero, al ser menor, solo me violaron y apalearon", ironiza el activista LGBTI. Lo enviaron a casa, sin dejarlo pasar por el hospital. Hasta el 2008 no se atrevió a hablar de lo que le había pasado.
No es, ni mucho menos, el único caso. Tania Navarro, una de las primeras activistas transexuales del Estado, también pasó por este edificio que califica de "casa del terror". Una decena de veces entre los años 72 y 75. También estuvo en correccionales y en la prisión Modelo de Barcelona. Lo relata en su libro La infancia de una transexual en la dictadura, publicado el año pasado, donde denuncia el trato vejatorio y los maltratos a los que la sometían los policías franquistas cada vez que pisaba el número 43 de Via Laietana. El régimen la clasificaba como "homosexual" y "maleante".
También en democracia
Como explica el periodista Antoni Batista, el ministro nazi Henrich Himmler, creador de la Gestapo y las SS, vino a Barcelona en octubre de 1940. Vino para preparar el encuentro entre Adolf Hitler y Francisco Franco a Hendaia, pero también para asesorar a la policía franquista en la represión de la disidencia. Dejó el trabajo a cargo de su comisionado, Paul Winzer, que se instaló en La Rambla. Aquí nació la Brigada Social, que torturaría durante toda la dictadura en Via Laietana. Pero las denuncias de maltratos van más allá de la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975 y llegan hasta el periodo de la Transición y la democracia.
Teresa Lecha ha pasado tres veces por allí, las tres en democracia. "Me detuvieron por independentista", asegura la entonces militante del PSAN y una de las fundadoras de los Comitès Catalans de Solidaritat amb els Patriotes Catalans (CSPC) en 1979. "La primera fue a raíz de una gran razzias contra el independentismo el año 81. La segunda fue por llevar el año 82 una pancarta que decía independencia en una manifestación contra la LOAPA. Y la tercera, el año 84, por una manifestación por la lengua", relata. Lecha, como enfermera del Hospital Clínic, también vio cómo iban pasando hombres y mujeres a causa de las torturas de Via Laietana: "Hombres y mujeres de varias organizaciones; del PCI, el GRAPO, el PSUC, vascos, independentistas...".
Las denuncias de maltratos van más allá de la muerte del dictador y llegan hasta el periodo de la Transición y la democracia
La primera vez estuvo "ocho o nueve días" y Teresa Lecha recuerda que la "encerraron en una habitación de los horrores (llena de objetos extraños)", le "pegaron unas cuantas bofetadas" y "la pasearon por los terrados" para intimidarla. La segunda vez la policía engaña a los abogados, les dicen que es un "puro trámite", pero acaban pasando tres días y el juez les acabó enviando a la prisión acusados de sedición y rebelión. La intervención de Heribert Barrera (ERC, entonces presidente del Parlamento) en Madrid hizo que los dejaran en libertad al cabo de un mes y medio. Y la tercera vez: "Todo el camino hasta comisaría no pararon de pegarnos e insultarnos. A Jordi Llobet le hicieron comer la hoja en catalán que llevaba. Allí continuaron la rueda de golpes e insultos hasta que pude llamar al abogado Gil Matamala y aquella noche nos sacó de aquel antro. Al día siguiente el juez nos soltó sin ninguna acusación".
¿Qué se tiene que hacer con Via Laietana?
Carles García Soler está muy movilizado, desde la sectorial de personas represaliadas de la ANC. Participa de forma regular en las protestas que se organizan ante la Jefatura. Y tiene claro qué haría él: "Yo creo que hay que tirar al suelo el edificio. Lo eliminaría. Yo mismo era incapaz de pasar por el lado y tenía que cambiar de acera o ir por las calles de detrás. Tenía un pánico y una angustia que eran insoportables". Matiza, sin embargo, que está de acuerdo con la reconversión en un espacio de memoria. Y ve con buenos ojos la creciente presión social: "Está cogiendo un volumen que alguien tendrá que repensárselo. Pero costará, porque Madrid no lo aceptará fácilmente".
En la necesidad de reconvertir este espacio coinciden todos los que han pasado por él. "Este espacio se tiene que convertir en un museo de la represión. Lo que no puede ser es que siga en manos de los mismos. No se puede olvidar todo lo que ha pasado. Nuestros jóvenes tienen que tener acceso", asegura Carme Travesset, esperanzada que con la presión social será posible. En la misma línea se pronuncia Alpe Conceptes: "Se aprobó que sería un espacio de memoria. Es una cuestión de convivencia; Via Laietana ha sido un espacio de agresión, y no solo por política". Y remacha: "Tiene que salir del mapa. Es que no lo utilizan ni logísticamente, solo para marcar paquete". Antònia García confía en que más pronto que tarde "se podrá rescatar la verdad y que nunca más se pueda olvidar qué significó este edificio para la ciudadanía y para la gente que quería la democracia y hacía todo lo posible para implantarla".
En la necesidad de reconvertir este espacio coinciden todos los que han pasado por él
La presión de las entidades memorialistas crece. Pilar Rebaque, de la Comissió de la Dignitat, es optimista: "Desde que han empezado las movilizaciones ha tomado un cierto vuelo. Ya no solo es una cosa de entidades memorialistas, sino de toda la sociedad". La abogada señala como les llaman desde varios puntos del país "para ir a explicar Via Laietana". No piensa desfallecer en la movilización: "Te emociona cada vez que te viene un señor que te dice que ha pasado por Via Laietana y te relata su historia".