Es como si el tiempo se hubiera detenido aquel 15 de octubre del 2016. "No te puedo responder", dicen unos. "Me sabe mal pero tengo prisa", argumentan otros. "No, gracias", responden los más concisos. En Altsasu nadie quiere hablar del tema. Está presente en todo el municipio navarro, en forma de carteles y pintadas de todo tipo. También con un contador en la plaza del Ayuntamiento de los días que sus jóvenes llevan en la cárcel (1.085), los kilómetros recorridos por las familias (488.000) y el dinero gastado (208.000 euros) para defender a sus hijos. Pero no quieren hablar, y menos con un foráneo que no saben de donde sale. Todavía menos en campaña electoral; todavía está muy presente el show que hizo Albert Rivera.
Delante del bar Koxka, zona cero de los hechos que lo han impregnado todo, la camarera del Biltoki Jatetxea ofrece algunas respuestas más precisas. En la barra tiene una estelada y lazos amarillos. Pero tampoco quiere hablar, ni de Altsasu ni de Catalunya ni de nada que pueda estar relacionado, por muchos que sean los paralelismos. "¿Sabes qué pasa? Que quizás eres de fiar, pero yo no te puedo decir nada", responde mientras limpia la máquina de café. "Es que aquí ya han venido un montón de periodistas y después acaban diciendo lo que quieren", se excusa. Lo que quieran expresar ya lo expresarán ellos, sin intermediarios. A los carteles que ya había por la libertad de sus jóvenes ahora se han añadido los de los presos políticos catalanes.
Altsasu, en la frontera con Euskadi, es un pueblo muy politizado. No sólo es un feudo del nacionalismo vasco en Navarra —hoy Geroa Bai tiene 10 de los 13 concejales, y los otros 3 son de EH Bildu—, sino que también es epicentro de movimientos ciudadanos como el Ospa Eguna contra la presencia de la policía española. A pesar de todo, para hablar con alguien estos días, aunque sea sobre la visión vasca del conflicto catalán, más vale quedar previamente. "Hay mucho dolor y desconfianza", admite Bel Pozueta, madre de uno de los jóvenes de Altsasu.
"Si no se vive en primera persona hay más tendencia a creerse la versión oficial"
Manu Gómez sí quiere hablar. Este profesor de biología es también una persona involucrada en movimientos de la sociedad civil. Fue uno de los organizadores, el 13 de abril de 2014, de la primera consulta de Euskal Herria, en el municipio navarro de Etxarri Aranatz, a diez minutos de Altsasu. Para hacerlo entró en contacto con Josep Manel Ximenis, exalcalde de Arenys de Munt que les ayudó. Primero lo intentaron por la ley de consultas navarra. Después lo organizaron a nivel popular. Fue citado a declarar ante un juez posteriormente pero la cosa no prosperó. Años más tarde, mirando lo que ocurre en Catalunya, ve "un paso más en un camino que ya no tiene retorno". De ahí la represión del Estado español.
"Mucha gente las historias de aquí las veía con incredulidad, no se lo acababan de creer, y ahora lo estáis viendo en primera persona", confiesa Manu. "Si no se vive en primera persona hay más tendencia a creerse la versión oficial", justifica. Había mucha "ingenuidad" sobre el poder que tiene el Estado. En este sentido, explica: "Cosas que estamos viendo en Catalunya ya las habíamos visto aquí: cómo se hace la represión, cómo se montan historias que después se hacen más ciertas de lo que son, todo eso ya lo hemos vivido aquí de muy cerca". El mejor ejemplo que encuentra es el de los siete CDR, encarcelados e investigados por terrorismo. Sin embargo, puntualiza que la existencia de ETA era un lastre en el caso vasco.
Manu entiende que pueda haber miedo y temor. "Al final el Estado ha adoptado una vía de represión, de porrazos y privar de libertad a personas, y eso genera un precio personal a pagar. En cierta manera es lógico que haya miedo", asegura. No obstante, matiza que "como país no veo este miedo colectivo", y que "los políticos acabarán poniéndose al frente o apartándose a un lado". Insiste en que "Catalunya está en un punto de no retorno".
"Aparte de la represión, no entienden mucho más. Pero la represión la saben hacer muy bien"
A veinte minutos de allí en coche, ya en territorio guipuzcoano, está Ordizia, municipio que ha sido históricamente gobernado por el PNV y desde mayo por EH Bildu. Sus calles, como los municipios vecinos, están llenas de ikurriñas, carteles por la libertad de los jóvenes de Altsasu, otros por la libertad de los presos políticos catalanes, esteladas... Y una sola bandera española, sobre la que se bromea mucho en el mismo pueblo. Como la rojigualda no se movía de ahí, los vecinos de debajo pusieron en el balcón una ikurriña y una pancarta de "Ongi etorri errefuxiatuak" (Welcome refugees). En el interfono no se pone nadie.
Es día de mercado, muy popular. Pedro ha venido desde Donosti para comprar quesos y está en una terraza haciendo una cervecita, esperando a su compañera. Está siguiendo muy de cerca lo que pasa en Catalunya y celebra que "por fin los catalanes empiezan a abrir los ojos y ven lo que es la represión auténtica". Ve muchos paralelismos, empezando por el caso de los CDR: "Hay la misma manipulación, hay la misma represión, hay el mismo patrón y todo va en la misma línea. Aquí ya lo vimos". En un ataque de sinceridad, admite que "pensaba que la sentencia sería más dura, porque son unos cabrones."
Pedro no ve mucho recorrido al diálogo con el Estado español, porque los únicos que quieren dialogar son los catalanes. "Aquí durante 40 años nos dijeron que, sin violencia, todo se podía negociar. Se acabó la violencia y no se negoció nada", recuerda el hombre. "Aparte de la represión, no entienden mucho más. Pero la represión la saben hacer muy bien", lamenta. También critica el papel del PNV, especialmente del lehendakari Íñigo Urkullu, que es "un blandito". A pesar de todo, rebate que "una cosa es Urkullu y otra muy distinta la población vasca, que va muy por delante que sus políticos".
En la plaza del frontón municipal, Aitor, jubilado de 61 años, utiliza hasta cinco veces la palabra "desproporcionada" para referirse a la sentencia. Advierte que la solución pasar por dialogar, pero que "hablar sin voluntad es perder el tiempo". Pero es muy pesimista sobre que se reconduzca la situación; ve "demasiado ruido por parte de todos". Tampoco ve a sus vecinos tan concienciados como habría que esperar. "De verdad, verdad, sobre el 15% de la población. El resto, de boquilla, sólo como ya pasaba aquí", asegura.
"Nosotros no lo conseguimos cuando lo planteó Ibarretxe. No nos dejaron ni votar"
Subiendo hacia el norte, Zumarraga cumple el prototipo de pequeña ciudad obrera, industrial. No sólo porque hay una factoría de Arcelor Mittal, el gigante mundial del acero, con unos 500 trabajadores sólo en el municipio. La arquitectura también recuerda un poco a la banlieue de París. Con el boom industrial pasó de una población estable de 3.000 habitantes en los años 50 hasta los 12.000, cuatro veces más, consecuencia de una fuerte inmigración del resto del Estado. Hoy es el único feudo que conserva el PSE-EE desde hace dieciséis años en la comarca de Goierri. También en las elecciones generales del 28-A fue primera fuerza.
En pocos minutos empieza el partido de la Real Sociedad, y las calles de Zumarraga son un batiburrillo de niños y no tan niños corriendo con la camiseta blanquiazul. A diferencia de los municipios vecinos, el espacio público es bastante sobrio de simbología política. En el Ayuntamiento hay una pancarta contra la violencia machista. Al lado, en el batzoki (sede política y social del PNV), una pancarta donde dice "hemen" (aquí), el eslogan electoral de los jeltzales. Pero se sigue hablando de política, y de las noticias que llegan de Catalunya.
Resu —de Resurrección—, que está haciendo unos encargos, dice que ella no es "ni independentista ni españolista". "No soy nada de eso", quiere dejar claro. Aun así, expresa su profunda "pena" con todo lo que está pasando en Catalunya. De hecho, su hija vive allí y fue a visitarla, casualmente, el día que salió la sentencia, que considera "totalmente injusta". La compara con la de Alsasu. Aprovecha para desmentir el panorama apocalíptico sobre las calles de Barcelona: "Sólo me encontré a unos policías a la estación de Sants que me pidieron el billete de tren para poder entrar, pero ya está". Denuncia que "no se puede meter una persona en la cárcel por sus ideas", pero admite que "aquí ha sido igual".
"Tendrían que haber dejado hacer un referéndum", defiende la jubilada. "Todo el mundo tiene derecho a opinar, también extremeños, andaluces, gallegos y cualquier pueblo que lo quiera hacer. Todos tenemos derecho", insiste la mujer. "Nosotros no lo conseguimos cuando lo planteó Ibarretxe. No nos dejaron ni votaron", admite. "Lo que pasa es que aquí después no hubo movida, simplemente echaron hacia atrás", añade en este sentido. De momento no ve una solución próxima; sólo ve un "follón del copón".
"Todo lo que sea en contra de ellos será terrorista. ETA les iba muy bien. Pero incluso cuando no había lucha armada, todo seguía igual"
En Hernani, feudo de la izquierda abertzale situado a las afueras de Donosti, ya saben lo que hay. Sólo entrar a la herriko taberna —bar donde se reúnen los simpatizantes de la izquierda independentista— suena La flama, de Obrint Pas. Ahora hace diez años aquel recinto fue registrado por orden del juez Baltasar Garzón en una operación contra Segi, las juventudes de la izquierda abertzale. Hoy Mikel, conductor de autobús y vecino del municipio, toma unos zuritos con su compañera Maider, profesora de instituto. Ella levanta la cabeza y señala las fotografías que hay encima de la barra: "Nosotros ya sabemos lo que hay". Son los retratos de los encarcelados, una veintena, y de los muertos, otra veintena. Todos ellos son jóvenes. Todos ellos son sólo los de Hernani y, según el Mikel, "ni siquiera estaban en la lucha armada".
Maider vive con cierta incredulidad que los catalanes hayan abierto los ojos ahora. "Nosotros ya sabemos lo que es la policía; aquí ha matado a gente. A mí me sorprendía un poco viendo a los catalanes sorprendidos con las actuaciones policiales", admite ella. Y envía un aviso a navegantes: "Todo lo que sea en contra de ellos será terrorista. ETA les iba muy bien. Pero incluso cuando no había lucha armada, todo seguía igual. Y no encontrarán nada más pacífico que Catalunya". Hay un hecho de que la sorprende mucho también, como a muchos de los preguntados. "La derecha allí es mucho más independentista que aquí", dice entre carcajadas.
A pesar de todo, Mikel lo compara con lo que pasa en Euskal Herria y ve el movimiento independentista catalán "más involucrado" y "con más fuerza". En Catalunya "puede que la gente se está cansando un poco con la represión, pero el núcleo del movimiento tiene mucha fuerza", insiste. Repite lo que ya es una constante: "Nos dijeron que, en ausencia de violencia, se hablaría de todo. Y eso no ha pasado nunca. Es más: ahora tenemos al señor Rivera queriendo cargarse los fueros y todo".
Recorriendo Euskal Herria no cuesta nada encontrar visitantes catalanes a cualquier ciudad o pueblo. Una pareja de leridanos hace una semana que viaja por allí. "No sé qué te dicen, pero a nosotros la mayoría nos ha dicho que hemos perdido el coco, que no sabemos qué estamos haciendo cuando tenemos al Estado delante", confiesan con un punto de estupefacción.