El gobierno francés de Emmanuel Macron quiere acabar con los cinco millones de no vacunados que se resisten a cumplir las normas y son una de las fuentes principales por donde este virus sigue atacando y poniendo en peligro la estabilidad sanitaria, social y económica del país. El objetivo "de emmerder", es decir, "joder" a los vacunados no ha gustado a la oposición que tildan al presidente francés de querer dividir el país utilizando este tipo de vocabulario.
De rebote, muchos políticos de su partido han recibido el escarnio público de los más radicales contra esta pandemia. La imagen más esperpéntica la encontramos en el archipiélago de Saint-Pierre-et-Miquelon, situado en Norteamérica y al lado de la costa del Canadá.
El diputado de la LREM de esta región Stéphane Claireaux recibió la visita de los antivacunas a la puerta de su casa que lo amenazaron, insultar e, incluso, lanzaron encima de su cara, las algas que se acumulan en la arena de su playa. "Querían lapidarme", ha subrayado Claireaux. Él mismo detalla la secuencia para France Info: "Estaba esperando a los manifestantes para poder hablar con ellos. Había un coche cargado de algas y la gente empezó a estampármelas en mi cara. Mi mujer quiso defenderme y se puso a mi lado en las escaleras. Pasé miedo, incluso uno me arrancó la mascarilla que tenía en la cara diciendo que el virus no existe. La discusión era imposible. Hubo insultos, maltratos. En Saint-Pierre-et-Miquelon todos os conocéis y tenéis en frente gente que conocéis, pero sus rostros están tan distorsionados de odio que ya no les podéis reconocer. Es surrealista". La secuencia se ha hecho viral en redes.
Este político hace un llamamiento para acabar con las amenazas: "Presentaré una denuncia, es evidente. Algunos pueden pensar que se toman decisiones equivocadas. Todos recibimos amenazas de muerte por correo electrónico, se tiene que detener". Los antivacunas aseguran que fue el mismo Claireaux a quien motivó la reacción ya que les dedicó una butifarra con la mano. La tensión que se vive en este pequeño municipio es el ejemplo más evidente del malestar generado en Francia por las restricciones propuestas por el gobierno.
Macron no calla
El presidente se reafirma. "Aquellos que no quieran vacunarse, no los meteré en la prisión y tampoco los vacunaré por la fuerza. Pero hay que advertirlos: a partir del 15 de enero, ya no podréis ir a un restaurante, no podréis tomar una copa ni ir al teatro, no podréis ir al cine, nada". El Parlamento francés ha empezado el año con las gestiones para examinar el proyecto de ley que apunta a transformar el pase sanitario, que actualmente se exige para ingresar en lugares cerrados como los restaurantes, en un carné de vacunación con el objetivo de reforzar la lucha contra la pandemia en medio de una ola que provoca una sustanciosa cantidad de contagios diarios en el país. La intención es que esta medida entre en vigor para todos los ciudadanos mayores de 12 años y sirva para frenar la propagación de la variante Ómicron y evitar el colapso del sistema sanitario.
También se quiere castigar más. Falsificar uno de estos pasaportes se podría multar con un máximo de 75.000 euros y hasta cinco años de prisión. Mientras que utilizar el de otra persona puede oscilar en un castigo económico entre 135 y 1.000 euros. En paralelo, hay nuevas medidas. El retorno general del teletrabajo con un mínimo obligatorio de tres días semanales, el uso extendido de mascarillas en la vía pública para mayores de 6 años, la prohibición de consumir al transporte público y de pie en bares y restaurantes, y la reducción de aforo en lugares concurridos (2.000 al interiores, 5.000 en el exterior) son algunas de las nuevas pautas para la ciudadanía de Francia.