Por su estética peculiar con boina, alguna vez parche al ojo y mascarilla con bandera española. Por su voz rota y atropellada más propia de un carajillero. Por sus batallitas inverosímiles más propias de una película de espías de serie B: "Fui tratante de caballos en Afganistán, traficante de armas en Somalia y comerciante de barcos cuando detuvimos Oubiña (el narcotraficante gallego)". José Manuel Villarejo (Córdoba, 1951) parece más bien salido de la saga de Torrente. Pero también es un excomisario, tan controvertido como condecorado, que ha trabajado durante décadas como enlace con los servicios secretos españoles, con la confianza de todos los que han pasado. Lo ha hecho desde las cloacas, que defiende: "Las cloacas no generan mierda, la limpian". El hombre de la grabadora ha participado, o dice haber participado, en multitud de operaciones, también contra el independentismo. Y ahora ha decidido encender nuevamente el ventilador para repartir la mierda recogida en las cloacas.
Lo ha hecho desde la Audiencia Nacional, donde lo juzgan como acusado en el caso Tàndem. Y en su cruzada particular contra el exdirector del Centro Nacional de Inteligencia, Félix Sanz Roldán, ha señalado a la inteligencia española para estar detrás de los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils, supuestamente para dar "un pequeño susto" a los dirigentes independentistas. Habría creado una célula yihadista falsa pero "habría calculado mal las consecuencias". En el centro estaría el imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, que había sido confidente justamente del CNI y que no se quiso investigar en el juicio de los ataques en la Audiencia Nacional a pesar de la petición de algunas acusaciones. El comisario jubilado no ha aportado pruebas pero dice que las tiene y que las tienen confiscadas. Por eso ha pedido que se liberen.
No es la única operación en que habría participado José Manuel Villarejo. Su trayectoria en la policía española es larga, aunque hay excedencias y lapsos de sombra en su actividad privada. Empezó en 1972 en la comisaría del CNP en Donosti y continuó en la Jefatura de Madrid y como agente encubierto para la Secretaría de Estado de Seguridad. Vio pasar a 19 ministros del Interior, que le dieron toda la confianza, tanto los del PP como los del PSOE (mención especial a Alfredo Pérez Rubalcaba). De hecho, ha recibido hasta seis condecoraciones del Ministerio a lo largo de su carrera. Cinco de estas medallas son posteriores a 2005, cuando según la Audiencia Nacional lideraba un "clan policial mafioso". Una por parte de Rubalcaba y cuatro por parte de Jorge Fernández Díaz. La sexta es de 1975 por su trabajo en antiterrorismo en el País Vasco. Dos de ellas tenían recompensa económica vitalicia. Tantas condecoraciones como causas judiciales enfrenta. En las tres piezas (de 25) por las que se le juzga ahora, la Fiscalía le pide 109 años y 10 meses de prisión por los delitos de cohecho activo y pasivo, tráfico de influencias, extorsión, revelación de secretos y falsedad documental.
Tampoco es la única vez que Catalunya se cruza en su camino. También tuvo un papel central en la llamada Operación Catalunya. Esta misma semana también ha hablado de ello en su juicio en la Audiencia Nacional. En sede judicial, en la primera sesión, el comisario jubilado aseguró que este operativo, orquestado por el ministro Jorge Fernández Díaz, fue un montaje que incluía la manipulación de correos electrónicos y grabaciones de audio con el objetivo de frenar el independentismo. Lo hizo de forma sutil: "Si algún día me dejan declarar sobre la operación Catalunya, explicaré cómo se manipulan correos y grabaciones. Por eso no nos han permitido hacer una auditoría independiente de los audios. Entiendo que no lo quieran, porque demostraríamos que están manipulados". Incluso, según se desprende del sumario, publicado por el diario Ara, Villarejo habría conspirado para implicar al mayor Josep Lluís Trapero en un caso de drogas e intentó que el juez Baltasar Garzón le pinchara el teléfono. Dice que el Estado todavía le debe 300.000 euros por la Operación Catalunya.
Las aventuras del Torrente de carne y hueso no acaban aquí. Ha reivindicado todo tipo de operaciones, algunas más inverosímiles que otras. El año pasado, en la comisión de investigación de la Kitchen (en la que también habría participado) del Congreso de los Diputados, explicó cómo dopaban al rey Juan Carlos I con hormonas femeninas porque se consideraba un "tema de Estado" que el entonces monarca "fuera tan... ardiente". El exjefe de la Unidad Central de Apoyo Operativo (UCAO), Enrique García Castaño, también lo ha situado en Iraq buscando armamento nuclear: "No puedo dar información porque está considerada secreta, pero se consiguió acceder a toda la documentación, que tenía clandestina el señor Sadam Hussein (...) Villarejo intervino a través de un colaborador". O en Sudamérica persiguiendo a ETA: "Cuando se instalaron los etarras en Uruguay, él montó allí una infraestructura hotelera y de distribución creo que de bebidas y eso... Él era el que distribuía las bebidas a los etarras".
La principal incógnita de Villarejo, ahora mismo, es su credibilidad. Para algunos dirigentes políticos, sobre todo en Madrid, tiene una credibilidad selectiva: sólo se puede investigar lo que dice cuando habla de la Operación Kitchen, por ejemplo. Pero no, en cambio, cuando habla de la Operación Catalunya o de los atentados del 17-A. Sea como sea, el hombre con una de las fonotecas más importantes de España hace temblar los cimientos del mismo Estado.