Los datos son preocupantes. Uno de cada siete adolescentes sufre un problema mental diagnosticado, y casi 46.000 se suicidan cada año, siendo esta la segunda causa de muerte entre la juventud, según la Organización Mundial de la Salud. Con la pandemia, además, las cifras no han parado de crecer: los síntomas de depresión se han duplicado en niños y adolescentes en comparación con la década anterior.
Es importante saber, sin embargo, que la depresión se puede prevenir y tratar. En este punto los padres tienen un papel clave, ya que tienen que estar alerta a las señales. Lo explica Amalia Gordóvil, profesora colaboradora de Psicología en la Universitat Oberta de Catalunya, que asegura que "los principales síntomas de la depresión infantil son cambios en el estado de ánimo más allá de los habituales, por ejemplo, que el adolescente se aísla no solo de los padres, sino también de los amigos, o pierda interés por las actividades que le gustaban antes, o empieza a mostrarse más irritable". También se puede manifestar mediante otras señales: "una dejadez de la higiene personal, una bajada en el ejercicio académico o conductas de riesgo sexuales, de abuso de sustancias o delictivas".
¿Cuándo se pueden empezar a detectar los signos de alarma?
La depresión se puede diagnosticar desde la infancia, pero es durante la etapa de la adolescencia cuando somos más vulnerables, ya que es en este momento vital cuando pasamos por una crisis de identidad, donde buscamos otros modelos de referencia más allá de los familiares. Eso "no significa que haya una relación causal con la depresión, pero como padres tenemos que trabajar desde la infancia con el fin de reducir riesgos", asegura a la psicóloga.
Los padres tienen que intentar crear un clima de confianza y comunicación sobre las emociones en casa, a fin de que los hijos puedan expresar lo que sienten sin miedo. La psicóloga insiste en que "la mejor ayuda que pueden ofrecer los padres es cuidar su propia salud mental para ser modelos saludables de afrontamiento a las dificultades".
El primer paso es entender la depresión
Con el fin de detectar y poder actuar si los hijos sufren una depresión, lo primero que hay que hacer es entender en qué consiste este trastorno. Los expertos la definen como "un trastorno mental que afecta al estado anímico de la persona que lo sufre, de manera que la tristeza o la irritabilidad y la frustración interfieren significativamente en la vida diaria de la persona durante un largo periodo de tiempo, cosa que dificulta su vida personal, social, escolar o laboral". Aunque se puede detectar, es necesario que sea diagnosticada por un profesional de la salud mental.
También es importante saber que hay ciertos factores "de riesgo" que pueden aumentar las posibilidades que se sufra depresión a cortas edades, explica Amalia Gordóvil. "El hecho de que algún miembro de la familia consuma sustancias, la presencia de depresión en alguno de los progenitores o las dificultades relacionales entre miembros del núcleo familiar pueden ser detonantes, además de, lógicamente, de si se ha sufrido maltrato y/o vivido situaciones de estrés agudo o sostenido como el acoso o el abuso".
Los padres tienen que construir relaciones saludables y hacer de modelos
Los expertos insisten en que advertir la depresión a tiempo es clave. Cuando no se hace, la consecuencia más grave, según la psicóloga, es que la persona no reciba las herramientas necesarias para gestionar sus emociones y que aparezcan pensamientos de suicidio que puedan llevarse a la práctica. Además, se incrementa el riesgo de llegar a la adultez con una baja autoestima que conduzca a relaciones tóxicas dependientes, sentimientos de incapacidad o desarrollo de otras enfermedades mentales.
¿Qué pueden hacer los padres? En primer lugar, afrontar las situaciones estresantes de forma saludable. "Si los hijos ven que después de un mal día en el trabajo te quejas y bebes un gin-tonic para olvidarlo o tomas un ansiolítico, estás transmitiendo que la regulación emocional pasa por el consumo de sustancias, cosa que no es un buen mecanismo de afrontamiento," señala Gordóvil.
Otro problema grave es invalidar las emociones de los hijos, transmitiendo mensajes como "eso que te pasa no es nada" o "yo a tu edad no tenía tantas tonterías en la cabeza". Si se hace esto, se transmite a los hijos que las emociones que sienten no son correctos. Además, hay dos mensajes importantes que se pueden transmitir explícitamente o mediante acciones, y que ponen en riesgo la salud mental de los hijos. El primero es "no eres capaz", y se transmite desde la sobre protección, haciendo por los hijos cosas que por su edad podrían hacer por sí mismos, y el otro es "no lo eres suficiente", cuando no valoramos las cosas que hacen bien o desaprobamos las decisiones propias que toman.
Es crucial, pues, no invalidar las emociones, procurar hacer de modelo manteniendo hábitos y relaciones saludables y no sobre proteger o menospreciar lo que viven los niños.