Hace unas semanas la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya decía que no se esperaba que hubiera suficientes vacunas para el coronavirus para volver a la normalidad hasta el año 2022, como mínimo. La cantidad de dosis será demasiado pequeña para cambiar algunas medidas de protección que estamos viviendo estos meses: manos-distancia-mascarilla, hasta que, como mínimo, la producción aumente y llegue a la cifra de 2.000 millones para finales del 2021.
La deseada 'normalidad' parece que todavía no tiene fecha de vuelta y mientras tanto, todos nos vamos haciendo la idea de que el 2021 tampoco será un año normal. Nos acostumbraremos todavía más al teletrabajo, saldremos más a comprar y quizás gastaremos más y haremos que la mascarilla sea un complemento más de nuestro día a día. Algunos psicólogos ya advierten que "los políticos que fingen que la normalidad está cerca se están engañando a ellos mismos y a sus seguidores", explicaba Thomas Davenport, el profesor de tecnología de la información del Babson College en Wellesley, Massachusetts, en declaraciones en la CNN. De esta manera, constata que las personas que no se adaptan al cambio creen que volverá lo "normal" y por lo tanto sólo retrasan la modificación de sus rutinas.
Adaptación a los cambios
"Cuando pasan cosas buenas y malas, al principio sientes emociones intensas", comentaba Sonja Lyubomirsky, profesora de psicología de la Universidad de Clifornia en Riverside también en la cadena norteamericana. "Después te adaptas y vuelves al inicio. Eso es mucho más poderoso en cosas positivas. La gente no se adapta tan bien a los cambios negativos de sus vidas".
El beneficio de la adaptación hedónica –capacidad de la mente para aceptar rápidamente alguna cosa del entorno que semanas antes no existía, originariamente estaba destinado a proteger a los humanos de los depredadores– es que funciona en todas direcciones. Los cambios que alteran la vida diaria un mes pueden desaparecer rápidamente al día siguiente cuando ya no son relevantes. Los comportamientos que se mantienen son los que están conectados a nuestras rutinas diarias que "se activan automáticamente", exponía. Un claro ejemplo, en este sentido, sería el uso de las mascarillas o el hecho de lavarse las manos con más frecuencia.
¿Vacuna para volver a la 'normalidad'?
Hoy por hoy, se calcula que podría haber hasta 170 proyectos de vacuna para el coronavirus. Los expertos, sin embargo, coinciden en que las vacunas necesitan, normalmente, unos dos años y tiempo para producirlas con ciertas garantías. Ahora bien, algunos creen que ya se podrá hablar de una vacuna 'segura' en un plazo de 12 o 18 meses. Las vacunas, hablando en lenguaje sencillo, enseñan a nuestro cuerpo como combatir el virus y le ayudan desarrollar anticuerpos. Por lo tanto, tienen que garantizar seguridad y pasar una serie de filtros porque, para conseguir que nuestro cuerpo sepa como combatirlo, se le administra una pequeña cantidad y se hace en personas sanas. De esta manera, es importante que pasen una serie de fases. La más básica es la preclínica, donde los investigadores hacen pruebas en animales para ver si estos consiguen desarrollar una respuesta inmunitaria. En una primera fase, se administra a un pequeño grupo de personas, con el fin de determinar si es segura y tener más conocimientos de esta.
En una segunda fase, la vacuna se administra a centenares de personas. En esta fase, los investigadores prestan especial atención en la seguridad y la cantidad administrada para descifrar cuál puede ser la dosis correcta. Finalmente, en una tercera fase, la vacuna se administra a miles de personas. Aquí ya se empiezan a mirar, aparte de la seguridad de esta, los efectos secundarios extraños y eficacia. Algunos de los participantes en esta fase reciben un placebo, es decir, no se les suministra la vacuna.
Tras superar todas estas fases, llega la cuatro. Los ensayos de fase cuatro, posteriores a la obtención de la licencia, verifican si la vacuna causa problemas o patologías extrañas. Es posible que algún caso concreto de rareza no se llegue a detectar hasta el paciente 1.000.000. Es precisamente por eso que es tan importante, detallan los expertos, respetar todas las fases.
Algunas de las vacunas que están en fases más avanzadas como Pfizer y Moderna se tendrán que administrar en dos dosis y un mes de diferencia. Después de eso, se necesitan casi dos semanas para que se desarrolle la inmunidad. Eso hace que sea seis semanas desde la primera dosis. Pero claro está, para que haya inmunidad de grupo hace falta que se vacune un número importante de gente.
Si la mayoría de la población no se vacuna, el virus se seguirá propagando. Las estimaciones sugieren que tendría que ser entre el 60% y el 70% de la población inmune para que pueda proporcionar inmunidad colectiva para interrumpir la propagación del virus.
¿Dejar circular el virus, vacunarse o las dos cosas?
Suecia apostó por no confinar su población y dejar que el virus se propague hasta que la mayoría de la población esté inmunizada. Un hecho que podría dar alas al movimiento antivacunas. Sin embargo, el doctor y profesor de Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC Xavier Bosch explicaba hace unos meses en conversación con ElNacional.cat que "la inmunidad de grupo protege los no vacunados que conviven en poblaciones bien vacunadas, aproximadamente el 70% de la población". Así, destacaba que esta protección se mantiene "mientras la persona no vacunada se queda en el grupo. Si viaja o se reciben viajeros y no se priva vacunado el riesgo de contaminarse y acabar enfermo es muy grande".
De esta manera pone de manifiesto que "los virus más comunes como el de la gripe o el sarampión siguen circulando y acaban encontrando a las personas mal vacunadas y provocando brotes como los que estamos viendo de sarampión en Europa, en poblaciones que tenían controlada la enfermedad desde hacía años".