En los últimos años, la obesidad ha crecido de manera vertiginosa, tanto en la población adulta como en la infantil. Coincidiendo con este aumento de peso generalizado, aumentan los casos de enfermedades cardíacas, diabetes, cáncer y otras complicaciones derivadas. Y el motivo de todo esto es, principalmente, que en los últimos 50 años la dieta ha cambiado drásticamente, aumentado considerablemente el consumo de alimentos altamente procesados y grasas trans.
Ahora, un nuevo estudio publicado en la revista Current Biology, ha demostrado que el centro de placer del cerebro que produce la dopamina química y el reloj biológico que regula los ritmos circadianos, están vinculados y que los alimentos ricos en calorías interrumpen los horarios normales de alimentación, provocando un aumento del consumo de alimentos.
La investigación
Para el estudio se han utilizado ratones a los que se dividió en dos grupos. Al primero de ellos se les ofreció una dieta normal y al segundo, la posibilidad de ingerir una dieta alta en grasas las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Los expertos pudieron comprobar que los ratones alimentados de forma equilibrada mantenían horarios normales de alimentación, hacían ejercicio y tenían un peso adecuado. Pero los ratones alimentados con dietas altas en calorías con grasas y azúcares comenzaron a picar a todas horas y se volvieron obesos.
Además, descubrieron que los ratones con la dieta sana mantenían la señalización de la dopamina interrumpida fuera de las horas habituales de comida, lo que significa que no buscaron el placer gratificante de la dieta alta en grasas, mantuvieron un horario de alimentación normal y no se volvieron obesos. Es decir, que la activación de la dopamina en el cerebro gobierna la biología circadiana e induce al consumo de alimentos altos en calorías y no solo a horarios normales, sino también entre comidas o durante lo que deberían ser horas normales de descanso. Y precisamente el exceso de calorías se almacena como grasa mucho más fácilmente que la misma cantidad de calorías consumidas durante los períodos normales de alimentación. Lo que a su vez aumenta las posibilidades de desarrollar obesidad.
Los científicos alegan que el cuerpo humano, en los miles de años de evolución, desarrollaron la capacidad de consumir la mayor cantidad de alimentos posible cuando estaban disponibles porque cazaban, y al haber solo breves períodos de abundancia y luego períodos potencialmente largos de hambruna, buscaron activamente comida durante el día, y se refugiaron y descansaron por la noche.
Eso dejó un impacto que nos lleva a querer consumir tanto como sea posible, pero ahora la comida es abundante y ya no hay que hacer esfuerzos para conseguirla. Además, los alimentos disponibles son ricos en grasas y azúcares, y eso es totalmente contraproducente para nuestra salud.
También provocó que la actividad humana, por lo tanto, se sincronizó con el día y la noche. Pero hoy, trabajamos, comemos y nos relacionamos las 24 horas del día. Esto afecta nuestros ritmos circadianos. En definitiva, nuestro organismo –que evolucionó para funcionar en un ciclo de sueño-vigilia programado para la actividad diurna, la alimentación moderada y el descanso nocturno– lleva un estilo de vida completamente distinto, lo que está haciendo un daño irreparable al mismo.