El estrés deja huellas en el cerebro, posiblemente permanentes. Así queda patente en un estudio llevado a cabo por expertos de la Universidad de Bonn y recogido por la prestigiosa revista Nature. Las personas con estrés crónico a menudo muestran anomalías en sus habilidades motoras, como un control motor fino más deficiente. Sin embargo, hasta ahora apenas se ha estudiado cómo se producen procesos.
Los investigadores de la Universidad de Bonn utilizaron ratones como animales de experimentación, algunos de los cuales fueron expuestos a una situación estresante durante unos días. Mientras tanto, utilizaron un método para tomar fotografías de los cerebros de los roedores. Se centraron en partes de la corteza cerebral responsables del control motor y del aprendizaje de nuevos movimientos.
Los expertos se encontraron con una característica llamativa: después de la situación estresante, las neuronas estudiadas perdieron algunas de sus sinapsis, los contactos con otras células nerviosas. Durante los procesos de aprendizaje, generalmente se forman nuevas sinapsis o se fortalecen las existentes. En cambio, los roedores estresados perdieron hasta el 15 % de sus contactos.
Al mismo tiempo, los animales desarrollaron déficits de aprendizaje motor. Por ejemplo, tenían que intentar agarrar una bolita de comida con una pata y transportarla a la boca. En la naturaleza, los ratones usan ambas patas para hacer esto, por lo que tuvieron que volver a aprender esta habilidad. El grupo de control sin estrés logró una tasa de éxito del 30 % después de cinco días. Los roedores estresados, sin embargo, solo lograron tomar la comida en cada décimo intento.
Curiosamente, algunos de ellos apenas desarrollan anomalías después de unos días de estrés y por parte de los expertos se les considera resistentes. Pero aun así, tenían dificultades similares a las de sus compañeros más sensibles para aprender a agarrar con una mano. “Por lo tanto, es posible que las pruebas motoras sean muy adecuadas para detectar trastornos relacionados con el estrés, como la depresión, antes de que se manifiesten otros síntomas”, apuntan los expertos.
Incluso en animales resilientes, el número de sinapsis disminuyó después del evento de estrés. Sin embargo, a diferencia de aquellos sensibles al estrés, las neuronas afectadas se recuperaron: después de una semana y media, el número de sinapsis volvió a ser similar al anterior al evento de estrés y comparable al de los animales de control sin estrés. “Sin embargo, bien puede ser que el estrés psicológico también les deje huellas permanentes si es demasiado prolongado o demasiado frecuente”, creen los investigadores.
El grupo de investigación también examinó el líquido que se lava alrededor del cerebro y la médula espinal. Encontraron ciertas proteínas que normalmente se pueden detectar allí en enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer. “Por lo tanto, creemos que las enfermedades psiquiátricas relacionadas con el estrés, como la depresión, también están asociadas con la degradación de las neuronas”, aseguran. “En consecuencia, el estrés a largo plazo, al que los niños están cada vez más expuestos, puede potencialmente causar daños graves al cerebro”.