Estamos acostumbrados, cuando la preocupación, la incertidumbre o el estrés nos aprietan a hacer fundamentalmente dos cosas: o guardárnoslo dentro o desahogarnos con otra persona, ejercicio que generalmente nos ofrece mucho alivio. Pero existe una tercera opción que pocos ponen en marcha y que puede resultar extremadamente útil en estos casos: un diario de preocupaciones.
A veces desahogarse, puede llevar a una situación un tanto catártica en el sentido emocional pero sin un objetivo claro más allá de liberar la tensión. Sin embargo, usar un diario para anotar las tensiones y preocupaciones puede ser una herramienta eficaz para, además de identificarlas de una forma más ordenada, establecer una estrategia más clara para hacerles frente.
La preocupación constante alimenta la ansiedad, estrés y miedo y lleva al catastrofismo. Por eso, al final de la jornada o al principio del día, coger un papel en blanco y ponerse a plasmar eso que no nos deja estar tranquilos puede parar este bucle. En primer lugar, porque ayuda a parar los pensamientos acelerados y excesivos e invita a parar esa hiperactividad cerebral. Además, al ver las preocupaciones sobre el papel, es más fácil examinarlas y comprobar cuáles son las realmente importantes y las que no. Es bastante común que, al escribirlas, nos demos cuenta de que muchas realmente no eran para tanto como pensábamos.
Además de proporcionar perspectiva, llevar un diario puede ayudarnos a ser más conscientes de cómo interpretamos las cosas. Es decir, a ver la diferencia entre el hecho en sí y cómo lo estamos interpretando. Una cuestión fundamental para gestionar el estrés que nos produce.
Para dar el primer paso y hacer un diario de preocupaciones, cada persona debe elegir el momento del día que le sea más propicio. Para algunos es mejor comenzar así el día y enfocar los problemas de otra manera. Otros son más reflexivos por la noche y prefieren irse a la cama con la mente más calmada. En cuanto al método, también varía según cada uno. Mientras que algunas personas creen que es mejor ponerse a escribir dejando fluir las emociones como un torrente, otros prefieren pararse a pensar primero, definir una por una las preocupaciones y luego ir analizándolas paso por paso.
Hay que diferenciar entre las situaciones que se pueden controlar y las que no. Para las primeras, se puede establecer y escribir una serie de propósitos para hacerlas frente, de una forma realista y con varias opciones para poder evaluarlas. En el segundo caso, quizá lo más interesante es darse cuenta por escrito de la incapacidad de controlarlas por uno mismo y utilizarlo como mecanismo de descarga.
Una buena opción es escribir todos los escenarios posibles que se pueden producir en estos casos para, aunque no se puedan cambiar, si estar preparados psicológicamente para afrontarlos.
Un buen consejo es establecer un tiempo determinado para hacerlo, que pueden ser cinco minutos al día. Se deben responder a preguntas del tipo: ¿Qué es lo que realmente te preocupa?, ¿Qué temes que va a pasar?, ¿Puedo cambiar la situación? ¿Cómo puedo afrontarla?
Y por último, de vez en cuando hay que revisar las preocupaciones para seguir su evolución. De esta forma, nos daremos cuenta de que algunas de ellas no son tan dramáticas como pensamos y que acaban por solucionarse con el discurrir de los días.