Aunque pueda resultar sorprendente, por primera vez desde hace varias décadas, la esperanza de vida ha descendido en los Estados Unidos. Los expertos apuntan a que el hecho se debe, sobre todo, a una atención médica de difícil acceso, al aumento en la adicción a determinados medicamentos y drogas, al incremento de la tasa de los trastornos de salud mental y a factores socioeconómicos.
Al mismo tiempo, se ha llevado a cabo un estudio científico entre varios organismos, liderado por la Facultad de Medicina de Yale y la Universidad de Alabama-Birmingham. En el mismo se ha intentado descifrar el impacto relativo de dos variables frecuentemente vinculadas a la esperanza de vida: la raza y la educación. Para ello se han analizado los datos de 5.114 individuos blancos y negros en cuatro ciudades de los Estados Unidos. El estudio de longevidad ha abarcado un periodo de unos 30 años, desde que los participantes estaban en la veintena hasta la cincuentena.
La investigación ha sido publicada en la revista American Journal of Public Helth y la principal conclusión de la misma ha sido que el nivel de educación –y no la raza– es el factor que mejor sirve para predecir qué personas vivirán más tiempo.
El estudio
Para cuando se dio por finalizado el trabajo científico, de entre las 5.114 personas seguidas, 395 habían muerto. En lo referente a las tasas de mortalidad en función de la raza, el 9 por ciento de las personas de raza negra murió a una edad temprana, respecto al 6 por ciento de los blancos.
Sin embargo, sí que se dieron diferencias más notables cuando se filtraron los resultados a través del nivel de estudios. De entre los que habían dejado de estudiar en secundaria o antes, el 13% falleció prematuramente, mientras que de los graduados universitarios, solo había perdido la vida un 5%. Un 8 por ciento menos de muertes que en el caso de los que tenían una formación académica menor.
Otros datos que revelan que fue la formación académica y no la raza el factor verdaderamente distintivo, se ve en los siguientes guarismos. Durante el transcurso del estudio falleció el 13,5% de las personas negras y el 13,2% de los blancas que contaban con un título de secundaria o inferior. Y al mismo tiempo, de entre los universitarios participantes en el trabajo científico, murió el 5,9% de los negros y el 4,3% de los blancos.
Para ayudar a explicar las diferencias en la mortalidad relacionada con la edad, los investigadores utilizaron una medida llamada Años de vida potencialmente perdidos (AVPP), calculada como la esperanza de vida proyectada menos la edad real de muerte.
Esta medida no solo captura el número de muertes, sino también cómo de inesperadas son. Por poner un ejemplo, si alguien muere a los 25 años por homicidio acumula más AVPP que alguien que fallece a los 50 años por una enfermedad cardiovascular.
Incluso después de tener en cuenta los efectos de otras variables como los ingresos económicos, el nivel de educación seguía siendo el mejor predictor de AVPP en el estudio. Cada salto educativo equivalió en el trabajo de los investigadores a 1,37 años menos de esperanza de vida perdida.
En opinión de los autores, “los hallazgos son muy valiosos. Sugieren que mejorar la equidad en el acceso y la calidad de la educación es algo tangible que puede ayudar a revertir esta tendencia preocupante en la reducción de la esperanza de vida entre los adultos de mediana edad”.