La obesidad es una auténtica epidemia global que está causando una gran número de problemas para la salud de millones de personas del planeta, sobre todo en los países occidentales y aquellos que se encuentran en vías de desarrollo. La solución parece sencilla, realizar una dieta equilibrada y reducir aquellos alimentos que conducen a una subida de peso.

Pero no es tan sencilla, entre otros aspectos, porque para muchos, el hecho de comer está asociado a un comportamiento compulsivo que no se puede reprimir y que lleva asociado algún tipo de recompensa que ha automatizado el acto en sí.

No es algo exclusivo de la comida. La impulsividad, el hecho de responder sin pensar en las consecuencias de una acción, además de con la ingesta excesiva de alimentos, los atracones, el aumento de peso y la obesidad, está relacionada con otros trastornos psiquiátricos, como la adicción a las drogas, el alcohol o el juego.

Recientemente, un equipo de expertos de la Universidad de Georgia ha identificado un circuito específico en el cerebro que altera la impulsividad alimentaria, creando la posibilidad de que los científicos algún día puedan desarrollar terapias para abordar este problema y otros relacionados con él. El estudio ha sido publicado en la revista Nature y aborda la cuestión de que existe fisiología subyacente en el cerebro que regula la capacidad de decir no a determinadas circunstancias, como la alimentación impulsiva.

El estudio

 

Con los ratones con los que se llevó a cabo el experimento, los investigadores se centraron en un subconjunto de células cerebrales que producen un tipo de neurotransmisor en el hipotálamo llamado hormona concentradora de melanina (MCH).  Si bien investigaciones anteriores han demostrado que elevar los niveles de MCH en el cerebro puede aumentar la ingesta de alimentos, este estudio es el primero en mostrar que el MCH también juega un papel en el comportamiento impulsivo. Cuando se activan las células en el cerebro que producen MCH, los animales se vuelven más impulsivos en su comportamiento en general y, más concretamente, con los alimentos.

Para probar la impulsividad, los investigadores entrenaron a las ratas para presionar una palanca y recibir una bolita alta en grasas y en azúcar. Pero los ratones tuvieron que esperar 20 segundos entre cada presión de la palanca. Si el ratón presionaba la palanca demasiado pronto, tenía que esperar 20 segundos adicionales. Los investigadores utilizaron técnicas avanzadas para activar una vía neural MCH específica desde el hipotálamo hasta el hipocampo, una parte del cerebro involucrada en el aprendizaje y la función de la memoria. 

Los resultados indicaron que el MCH no afectaba en función de cuánto les gustaba la comida o cuánto tenían que trabajar por ella. Más bien, el circuito actuó sobre el control inhibitorio de los animales, o su capacidad para evitar intentar obtener la comida. Es decir, la activación de esta vía específica de las neuronas MCH aumentó el comportamiento impulsivo sin afectar la alimentación normal por necesidad calórica o la motivación para consumir alimentos deliciosos. Este descubrimiento abre la posibilidad de desarrollar terapias encaminadas a ayudar a las personas a seguir una dieta sin reducir el apetito normal.