Algunos niños presentan en su infancia una alteración por la que tienen una respuesta exagerada ante determinados estímulos sensoriales. Los ruidos, la sensación al tacto de algo que les molesta continuamente, problemas de equilibrio… son muchos los factores que pueden alertar de esta situación.
El problema es que algunos de ellos, de adultos, pueden presentar problemas más graves, como ansiedad, depresión, migrañas, insomnio y dificultades para relacionarse con los demás. Todo está relacionado con un trastorno llamado Disfunción de la Integración Sensorial, que no es más que una hipersensibilidad a todos los estímulos que se reciben a través de los sentidos y que se traduce en una dificultad manifiesta para interpretar y organizar la información que se obtiene a través de la vista, oído, tacto, olfato y gusto.
Normalmente se presenta en la infancia. Son los típicos niños muy inquietos, muy sensibles al entorno, que parecen no adaptarse bien a determinados contextos y situaciones. No soportan escuchar un ruido excesivo, se asustan fácilmente, tienen un olfato muy desarrollado, les molesta el roce de los calcetines si no están bien puestos…
De esta forma, cualquier tarea sencilla se convierte en todo un desafío. Estar en clase y atender al profesor les cuesta, porque no pueden inhibir de forma correcta todos los sonidos que les llegan de otros niños o del exterior. Concentrarse en hacer una tarea también les puede resultar extremadamente difícil, por la misma razón. Reaccionan de manera exagerada ante los estímulos del medio y cualquier cambio en su rutina cotidiana les produce una gran desazón.
Cualquier persona es capaz de filtrar parte de la información que recibe proveniente de los sentidos, lo que nos permite concentrarnos en una actividad, o poder desarrollar un trabajo normal a pesar de escuchar otros ruidos o percibir cualquier aroma. Pero estos niños no tienen esa capacidad de filtrar y se distraen fácilmente ante los estímulos que parecen pasar desapercibidos para los demás, como por ejemplo puede ser un ruido muy leve que llega de otro lugar. Por eso no les suelen gustar las multitudes, a veces evitan el contacto físico, tienen un mal equilibrio y una gran resistencia al cambio y a la alteración de cualquier rutina.
El principal problema es que este trastorno no se puede prevenir, porque los médicos no tienen muy claro todavía qué es lo que lo causa. Algunos creen que puede tener una causa genética, pero no siempre se hereda de padres a hijos.
El tratamiento consiste en una terapia que se conoce como dieta sensorial, que de lo que se trata es de exponer a estos niños a estímulos de una forma controlada y en un ambiente de tranquilidad que les permita ir adaptándose poco a poco a recibir la información a través de sus sentidos. El objetivo es que desarrollen habilidades de adaptación que puedan llegar a convertirse en una respuesta automática de su cerebro.
Por ejemplo, a algunos niños se les pide que durante un tiempo al día realicen una caminata, a otros que puedan manipular objetos para que su tacto de una respuesta adecuada al estímulo. Generalmente las actividades se van haciendo cada vez más complejas para que el sistema nervioso dé una respuesta más adecuada a los estímulos y no los rechace.