En los últimos años, los probióticos han adquirido tal fama que se han convertido en uno de los mayores reclamos de la industria alimentaria a la hora de vender alimentos que mejoren nuestra salud. Por definición, según recoge la Organización Mundial de la Salud, los probióticos son “microorganismos vivos que, administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio a la salud del que los toma”.
Entre sus beneficios, se encuentra el hecho de favorecer el tránsito intestinal y regenerar la flora bacteriana. Su ingesta se ha relacionado con la prevención de enfermedades como la obesidad, el síndrome del intestino irritable, la resistencia a la insulina, el estreñimiento, las enfermedades autoinmunes e incluso la depresión. Nuestro intestino alberga una gran cantidad de probióticos, pero también se pueden ingerir a través de alimentos como los yogures, el queso, el kéfir, los encurtidos, el chocolate negro y el chucrut (c0l fermentada). No es raro encontrar la recomendación de ingerir diariamente estos productos para mejorar la salud en guías de alimentación actuales.
Sin embargo, desde la comunidad científica se ha mostrado una cierta prudencia, pues se alega que todavía no existen suficientes investigaciones que demuestren de forma definitiva y para el gran público estos beneficios. De hecho, se ha publicado recientemente un estudio llevado a cabo en la Universidad de Washington que concluye que “los probióticos pueden no funcionar de la misma manera para todos y que algunas cepas de probióticos pueden no ser seguras”. Los científicos han investigado el comportamiento de una cepa de uno de los probióticos más conocidos, Escherichia coli, concretamente en los intestinos de los ratones.
Los expertos escogieron esta cepa por sus supuestos beneficios a la hora de regular el tránsito intestinal y para ello eligieron ratones con cuatro tipos de microbioma intestinal: un tipo que no tenía bacterias preexistentes, otro con un rango limitado y desequilibrado de bacterias, uno más con microbioma intestinal normal y el último tipo con un microbioma normal tratado con antibióticos.
Después de cinco semanas en las que se les administró la cepa concreta de Escherichia coli, se volvieron a analizar los microbiomas de los roedores y se comprobó que la bacteria había cambiado para desarrollar nuevas características en función de los diferentes tipos preexistentes.
Entre las conclusiones del estudio destaca que, en algunos casos y bajo ciertas condiciones, la bacteria no produjo beneficios sino todo lo contrario. Acabó con la capa protectora que recubre el intestino, lo que aumenta el riesgo de sufrir el síndrome del intestino irritable. En principio, los expertos señalan que en un microbioma saludable, la bacteria no alteró la flora bacteriana ni produjo beneficios. Hechos que vienen a reafirmar otros trabajos que se han hecho hasta la fecha y que han concluido de la misma manera. Esto pone en entredicho la moda de ingerir probióticos para prevenir las enfermedades. En definitiva, todo apunta a que se trata más de marketing que de evidencia científica.