Se calcula que alrededor del 25% de la población padece dispepsia, un trastorno que provoca molestias o dolor en la parte alta del abdomen. Normalmente se produce después de las comidas y genera una serie de síntomas como náuseas, acidez, gases, hinchazón abdominal, ardor y otras molestias sin que exista ninguna enfermedad metabólica que lo justifique.
Es una causa bastante frecuente de consulta médica, sobre todo por pacientes que cursan indigestión y otros síntomas gastrointestinales frecuentes y de origen desconocido, como los mencionados anteriormente y otras alteraciones como el estreñimiento persistente, la diarrea o la hipersensibilidad visceral, que se produce cuando se presenta un aumento de la sensibilidad en el tubo digestivo.
Las causas de la dispepsia son desconocidas en la mayoría de los casos. Los síntomas suelen presentarse tras realizar comidas abundantes o alimentos más pesados que pueden derivar en digestiones más lentas. Pero tampoco se descarta el componente psicológico, porque los episodios suelen ser más recurrentes cuando los pacientes atraviesan periodos de depresión o estrés.
En otros casos, el abuso de sustancias como el alcohol, de determinados fármacos como los antiinflamatorios, de cafeína o tabaco, una dieta inadecuada o la presencia de alguna lesión como una úlcera pueden ser los desencadenantes de las molestias. De hecho, se suele distinguir entre dos tipos, la dispepsia funcional, que no tiene causa aparente ni relación con una lesión o la dispepsia orgánica, provocada por un daño orgánico en concreto.
En ocasiones, la dispepsia viene precedida por la infección de la bacteria Helicobacter pylori. Esta bacteria, cuando se vuelve problemática, puede llegar a provocar gastritis crónica de mayor o menor intensidad en los pacientes infectados, lo que puede derivar en síntomas de dispepsia que se vuelven muy comunes en las personas que la sufren.
Cuando se produce el diagnóstico una vez se han descartado otras patologías, se suelen prescribir en primer lugar un cambio en los hábitos de vida del paciente. Una alimentación equilibrada, baja en grasas y con alimentos ligeros que no provoquen digestiones pesadas y en pocas cantidades. Hay que masticar despacio, de forma relajada y descansar después de las comidas para evitar las molestias que se generan después.
Normalmente no es un problema grave de salud, por lo que no se suelen prescribir fármacos a no ser que los síntomas sean muy molestos. Por ejemplo, un antiácido para evitar el ardor o antibióticos cuando es necesario eliminar el Helicobacter pylori porque la bacteria está presente.
En los casos en los que los síntomas se agravan, sí que es necesario acudir al especialista para comenzar con el tratamiento correspondiente y así evitar que las posibles lesiones puedan derivar en mayores complicaciones para el tubo digestivo.