Con el paso de los años, sobre todo en aquellas mujeres que han tenido hijos, un número importante de mujeres padece problemas de incontinencia de orina. Se presenta como una necesidad imperiosa que no se puede retener y que provoca pérdidas en actos tan cotidianos como un estornudo o un ejercicio físico.
Ahora, un equipo de antropólogos evolucionistas e ingenieros evolutivos de la Universidad de Viena, el Instituto Konrad Lorenz para la Investigación de la Evolución y la Cognición, y la Universidad de Texas en Austin (EE.UU.) han presentado en la publicación PNAS una nueva hipótesis acerca de cómo se produce la incontinencia urinaria. Es debido a que el canal pélvico óseo más grande que tienen las mujeres es menos ventajoso para la capacidad del suelo pélvico de sostener al feto y los órganos internos y predispone a la incontinencia.
La pelvis humana está sujeta simultáneamente a una selección obstétrica, lo que favorece un canal de parto más espacioso y una fuerza selectiva opuesta que favorece un canal pélvico más pequeño. Pero ¿cuál es la ventaja de un canal de parto estrecho, dada su desventaja a la hora de dar a luz? Durante mucho tiempo se ha pensado que un canal de parto más pequeño era mejor para el rendimiento del aparato locomotor bípedo. Una explicación diferente, menos destacada, es que mejora la funcionalidad del suelo pélvico. Los músculos del suelo pélvico humano desempeñan un papel vital en el apoyo de nuestros órganos internos y un feto pesado, y en el mantenimiento de la continencia. Un canal pélvico más grande aumentaría la deformación hacia abajo del suelo pélvico, aumentando el riesgo de trastornos del suelo pélvico, como el prolapso de órganos pélvicos y la incontinencia.
El equipo de antropólogos utilizó un nuevo enfoque para probar esta hipótesis. Los investigadores, dirigidos por Katya Stansfield y Nicole Grunstra del Departamento de Biología Evolutiva, simularon un modelo de elementos finitos de un suelo pélvico humano en una variedad de áreas de superficie y grosores diferentes e investigaron la deformación en respuesta a la presión. “El análisis de elementos finitos nos permitió aislar el efecto de la geometría del suelo pélvico controlando otros factores de riesgo, como la edad, el número de nacimientos y la debilidad de los tejidos”, asegura Stansfield.
Este enfoque también permitió al equipo modelar el tamaño del suelo pélvico en un rango de variación más amplio que el que se puede observar en la población humana, “porque la selección natural puede prevenir la aparición de tamaños tan extremos precisamente debido a las desventajas de la funcionalidad del suelo pélvico”, explica Grunstra. Como predijo la hipótesis, los suelos pélvicos más grandes se deformaron desproporcionadamente más que los suelos pélvicos más pequeños.
Los investigadores también encontraron que los suelos pélvicos más gruesos eran más resistentes a la flexión y el estiramiento, lo que compensaba en parte el aumento de la deformación del suelo pélvico como resultado del aumento de la superficie.
Entonces, ¿por qué la selección natural no terminó por propiciar un canal de parto más grande que facilitase el parto, junto con un suelo pélvico desproporcionadamente más grueso que compensase la deformación adicional? Según los expertos porque los suelos pélvicos más gruesos requieren presiones intraabdominales bastante más altas para poder realizar el estiramiento que es necesario durante el parto.
Las presiones generadas por las mujeres en trabajo de parto son ya muy altas y puede ser difícil aumentarlas aún más. “No poder empujar al bebé a través de un suelo pélvico resistente complicaría igualmente el parto, por lo que creemos que hemos identificado una segunda compensación evolutiva, esta vez en el grosor del suelo pélvico”, concluyen.