Aunque sea una sensación incómoda, el miedo tiene una función crucial: nos impide incurrir en conductas demasiado arriesgadas. Sin embargo, esto solo funciona si el miedo se mantiene dentro de un rango saludable. Un miedo demasiado intenso puede perjudicar gravemente nuestra vida diaria, como en el caso de los trastornos de ansiedad o los ataques de pánico. Entonces, ¿cómo se puede mantener en equilibrio? Y lo más importante, ¿cómo nos puede ayudar el saberlo a controlar mejor la ansiedad o los trastornos de pánico?

Las señales corporales juegan un papel crucial, ya que el miedo provoca cambios notables en nuestro cuerpo: el corazón late más rápido o la respiración se vuelve menos profunda. Sin embargo, aún se desconoce en gran medida cómo exactamente el cerebro procesa esta información para regular emociones como el miedo.

Un equipo de expertos del prestigioso Instituto Max Planck de Neurobiología ha desentrañado en un estudio la influencia de las interacciones cuerpo-cerebro en la regulación de las emociones. Durante mucho tiempo, la neurociencia ha ignorado el hecho de que el cerebro no funciona de forma aislada. El cuerpo también juega un papel crucial en la regulación de las emociones.

Mirada miedosa

Los expertos se centraron en la corteza insular, una región del cerebro que procesa emociones tanto positivas como negativas. Además, recibe información del cuerpo, por ejemplo, del corazón o los pulmones. Los investigadores utilizaron el siguiente sistema con los ratones: les expusieron a un tono y lo combinaron con un estímulo desagradable. Después de algún tiempo, los ratones sintieron miedo al tono, que se expresó a través de la congelación, un comportamiento de miedo típico que se comparte entre los humanos y muchas otras especies. Cuando el tono ya no se emparejó con el estímulo desagradable, los ratones aprendieron gradualmente a no tenerle más miedo.

Para investigar el papel de la corteza insular en la regulación del miedo, los científicos inactivaron la corteza insular durante este desaprendizaje del miedo. “El resultado fue una verdadera sorpresa para nosotros”, asegura Alexandra Klein, principal autora del estudio. “Observamos una gran diferencia en el comportamiento, dependiendo del miedo que tuvieran al principio. Los ratones muy miedosos desaprendieron su miedo más lentamente en comparación con los ratones con actividad normal de la corteza insular, mientras que los ratones menos temerosos desaprendieron mucho más rápido”. Los resultados sugirieron por tanto que la corteza insular mantiene los niveles de miedo dentro de un cierto rango.

Los investigadores examinaron la actividad de la corteza insular en ratones con diferentes niveles de miedo. En ratones menos temerosos, la actividad de la corteza insular aumentó tan pronto como estuvieron expuestos al tono que evoca el miedo. Por el contrario, los animales temerosos mostraron una disminución en la actividad de la corteza insular al escuchar el tono. Sorprendentemente, observaron que cuando un ratón mostraba un comportamiento de congelación evocado por el miedo, su frecuencia cardíaca disminuía, y también lo hacía la actividad de la corteza insular. Los ratones temerosos se congelaron mucho más a menudo y durante más tiempo al escuchar el tono, lo que podría explicar la desactivación observada de su corteza insular.