La procrastinación refleja la acción de posponer las cosas, dejando a un lado una tarea específica, así como cualquier sentimiento no deseado que provoque estrés o sensación de incomodidad. Lo cierto es que puede ofrecer algunos beneficios a corto plazo, como el alivio de eludir un trabajo frustrante o emociones desagradables. Pero la realidad es que no se puede ignorar esa tarea, obligación o pensamiento para siempre.
El gran problema es la procrastinación crónica, cuando posponer las cosas se convierte en la solución siempre, puede comenzar a afectar a la salud mental y emocional de una persona. Estos son los signos de que esto está sucediendo.
>cuando una persona regularmente, incluso diariamente, tiene dificultades para cumplir con los plazos y pospone cosas en múltiples áreas de la vida, no solo en el trabajo, por ejemplo, sino también en casa y con amigos.
>cuando esta actitud comienza a afectar las relaciones con los seres queridos, porque se posponen responsabilidades y compromisos y se termina por aislar de alguna manera.
>cuando se tiene dificultades para admitir la procrastinación ante uno mismo o ante cualquier otra persona.
>cuando no se puede dejar de posponer las cosas, incluso cuando uno se enfrenta consecuencias no deseadas en el trabajo, en el hogar o en los estudios.
Investigaciones como la de este estudio que lleva por título Procrastination and the Priority of Short-Term Mood (La procrastinación y la prioridad del estado de ánimo a corto plazo), sugieren que la procrastinación a menudo se relaciona con el estado de ánimo y mentalidad emocional. O en otras palabras, no ocurre porque una persona es perezosa e improductiva o no sabe cómo hacer algo. Ocurre porque teme a la angustia emocional que prevé ante ese compromiso.
Una de las causas más frecuentes de la procrastinación es el perfeccionismo porque cuando uno cree que debe hacer algo perfecto y no se siente a la altura le resulta imposible abordarlo y lo pospone continuamente. La depresión, que a menudo desgasta la energía y la autoestima, también puede producirla, así como los síntomas de falta de atención derivados de trastornos como el TDAH.
El problema es que cuando la procrastinación se hace crónica y se entra en un bucle que puede conducir a estrés, ansiedad, depresión, vergüenza y culpa, disminución de autoestima o inseguridad.
Existen estrategias para afrontar esta situación. Entre ellas, no ser demasiado duro con uno mismo y sentir compasión por lo que está sucediendo. Perdonarse por procrastinar en el pasado puede ayudar a reducir las posibilidades de que se vuelva a procrastinar en el futuro.
Las distorsiones cognitivas o los patrones de pensamientos irracionales o catastrofistas pueden contribuir fácilmente a la procrastinación, por eso es bueno identificarlos e intentar luchar contra ellos. También es buena idea tomar las cosas con calma y tomar las acciones paso a paso, no intentar pensar en ellas globalmente, así como intentar recompensarse por las tareas que se van resolviendo en lugar de buscar castigos lo que puede ayudar a animarse a uno mismo.
Aun así, si una persona es un procrastinador crónico desde hace mucho tiempo, romper el hábito puede requerir un poco de apoyo adicional como puede ser un terapeuta.