Aspirar a cambiar la sociedad con el fin de convertirla en más igualitaria implica necesariamente trabajar en diferentes frentes: cambios en las leyes, el sistema educativo, medios de comunicación, políticas e, incluso, en la lengua. Uno de los movimientos o corrientes para colaborar en la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres es el uso del lenguaje inclusivo o no sexista. Según expone Estrella Montolío, catedrática de Lengua Española en la Universitat de Barcelona (UB), el lenguaje inclusivo o no sexista se puede definir como "un movimiento que tiene como objetivo visibilizar a las mujeres con el discurso". Esta finalidad se persigue a través de evitar utilizar el masculino genérico y buscando alternativas como los desdoblamientos de las palabras o sustantivos más genéricos. Por ejemplo, emplear los trabajadores y las trabajadoras o el personal de la empresa. Sin embargo, ¿qué cambio genera esto? La premisa para usar el lenguaje inclusivo es sencilla: a través de cómo hablamos del mundo, lo conocemos y, ahora mismo, lo conocemos desde una visión androcéntrica.

"Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho de que es un hombre. (...) El hombre representa al mismo tiempo lo que es positivo y lo que es neutro hasta el punto que se dice los hombres para designar a los seres humanos", escribía hace 73 años Simone de Beauvoir en las primeras páginas de El segundo sexo. El análisis de la filósofa señala una problemática que actualmente se mantiene: se utiliza el masculino para designar la universalidad. Narraciones, discursos, relatos, en todos tradicionalmente se usa el masculino para apelar a toda la humanidad, hecho que relega a las mujeres al margen, son la otra cosa, la Alteridad, según Beauvoir. Todo no se limita a emplear una palabra en masculino o femenino, para la filósofa francesa, sino que narrar y exponer la realidad solo desde la perspectiva masculina, como única, neutral, universal.

A favor

Juliana Vilert, psicóloga y vicepresidenta segunda de la Associació 50 a 50, expone: "El lenguaje condiciona como nosotros vamos construyendo nuestra visión del mundo y de la realidad. Por lo tanto, es muy importante si estamos empleando un lenguaje que deja fuera de forma sistémica a más de la mitad de la población". Vilert reivindica la importancia de utilizar el lenguaje inclusivo como herramienta para introducir una perspectiva más amplia a la manera como definimos lo que nos rodea, pero reconoce sus complicaciones. "Entiendo que desde un punto de vista lingüístico intentamos comunicar de forma eficiente, utilizando el mínimo de expresiones posible", asegura. Sin embargo, considera que "cuando se trata de corregir desigualdades es crucial estirar las costuras, en este caso, de la ortodoxia lingüística". Vilert ilustra la necesidad de estirar las costuras con otra estrategia que ha sido polémica en las políticas feministas: las cuotas. "La cuota también es estirar las costuras de la ortodoxia de la igualdad porque puedes decir: 'poner cuotas discrimina', pero a veces tenemos que corregir desigualdades iniciales de esta manera".

Si bien, dejar atrás la visión androcéntrica de la sociedad a través de un cambio en cómo usamos la lengua, es la principal propuesta que podemos extraer del lenguaje inclusivo o no sexista, este también nos puede generar algunas dudas como: ¿Su uso no puede reforzar el sistema binario sexo-género? ¿Forzar un cambio en el uso de la lengua puede precipitar realmente un cambio social? ¿Es su uso trasladable más allá de los ambientes formales? Estas y otras preguntas han surgido dentro y fuera del movimiento feminista y plantean la eficacia de la adopción del lenguaje. Como cualquier estrategia en cualquier movimiento social, el lenguaje inclusivo tiene firmes defensores, pero grandes detractores que cuestionan su utilidad.

Juliana Vilert, psicóloga, vicepresidenta segunda de la Associació 50 a 50 y directora de Organización y Personas de FGC / FGC

En contra

Entre las voces más criticas con el lenguaje inclusivo o no sexista encontramos a la lingüista y profesora del Departamento de Filología Catalana y Lingüística General de la UB, Carme Junyent. "No hablo nunca de lenguaje inclusivo porque lo que se trata de cambiar es la lengua. El lenguaje es la capacidad de hablar, la lengua es lo que hablamos y es lo que quieren cambiar", matiza Junyent. La lingüista considera que los cambios en la lengua no motivan un cambio en la sociedad, es decir, que la estrategia en sí que plantea el proyecto del lenguaje inclusivo se fundamenta en una premisa errónea. Sin embargo, ¿por qué? "Nadie puede mostrar ningún caso en que cambiando la lengua haya cambiado la realidad, por lo tanto, como no conozco ningún caso y sé cómo cambian las lenguas, que es adaptarse a la realidad y no al revés, no puedo compartir esto", sentencia la lingüista.

Gran parte de la crítica al lenguaje no sexista se centra justamente en esta cuestión: ¿cambia realmente la realidad? La Fundéu, una asociación que vela por el buen uso del castellano en los medios de comunicación, se ha hecho eco de este debate: "Muchos creen que es el idioma el que va cambiando a medida que cambia la sociedad, mientras que para otros el fenómeno corre en la dirección contraria: solo impulsando cambios en la lengua conseguiremos que cambie la realidad que esta designa. Como en casi todos los debates, es posible que en este ambas partes tengan un poco de razón". Si bien la fundación no se decanta por ningún lado, el planteamiento recuerda a la eterna pregunta: ¿va primero el huevo o la gallina? Con las palabras entendemos el mundo, o entendemos el mundo y creamos las palabras. Si una de las opciones es correcta, el lenguaje inclusivo puede tener sentido o ser inútil. Por eso es un aspecto tan central entre quien le da apoyo y quien no.

Carme Junyent, lingüista y profesora del Departamento de Filología Catalana y Lingüística General de la UB / Montse Giralt

Vilert, como psicóloga, sostiene que sí; Junyent, como lingüista, considera que no. Pero la oposición de Junyent no se limita a esta cuestión, ya que la lingüista observa que las lenguas no cambian con intervenciones así de directas, sino que lo hacen de forma más orgánica. Un ejemplo: "El cambio del tú y el usted. Los cambios en los años 60 y 70 modifican la sociedad y cambian las jerarquías. Antes teníamos claro a quién tratábamos de tú y a quién de usted, pero ahora no lo tenemos tan claro. Los cambios son así, muy lentos". Considera que el lenguaje inclusivo no cumple esta evolución progresiva de la lengua como en el ejemplo expuesto, ya que se han elaborado guías y manuales adoptados por asociaciones e instituciones que ayudan a promover su uso y, por lo tanto, organismos institucionales juegan un papel importante en su promoción. Por eso asegura que es una imposición "desde arriba". 

Más allá

El lenguaje inclusivo es presentado, en esencia, como una corriente o estrategia para ayudar a construir una sociedad más igualitaria. Los últimos años, sin embargo, el protagonismo que ha tomado en el debate público hace que expertas y miembros del movimiento feminista se cuestionen si se está haciendo un buen uso o está sirviendo como coartada. Irene Yúfera, lingüista y profesora del Departamento de Educación Lingüística y Literaria y DCEM de la UB, afirma: "Yo no estoy en contra del lenguaje inclusivo, estoy en contra de la banalización, de que sea solamente un cambio en las formas y que pare una reflexión que vaya más allá". Estrella Montolío comparte esta preocupación y lo ejemplariza de la siguiente manera: "Se puede utilizar de manera muy superficial. Un directivo puede soltar un: 'buenas tardes a todos y todas', pensando que es el más igualitario del mundo, y acto seguido hace una broma sobre lo guapas que son las azafatas del evento".

Desdoblar o emplear genéricos no cambia el contenido del discurso y se corre el riesgo de que se usen simplemente para quedar bien, de manera superficial. Eso se da porque el lenguaje inclusivo no es una finalidad en sí misma, sino una corriente más hacia un objetivo, se puede usar bien o mal. Puede ser una herramienta útil o no, pero no es el final de un proyecto político para promover la igualdad, aunque pueda haber gente que lo perciba como tal. Es por esto que tanto Yúfera como Montolío son críticas con su potencial banalización y apuestan por una perspectiva comunicativa más profunda. "No nos podemos quedar solo con un uso superficial del lenguaje", asegura Montolío, y añade: "El lenguaje inclusivo tendría que tener una perspectiva más amplia hacia una comunicación inclusiva o igualitaria". Cambio en las metáforas, las fotografías que ilustran las noticias, la manera en que se presentan a los hombres y las mujeres, son algunos de los aspectos que engloba la propuesta para una comunicación inclusiva. El lenguaje inclusivo puede ser una pata más de esta, que todavía tiene recorrido para mostrar si realmente cambiando la lengua se puede cambiar nuestra percepción del mundo y saber si es antes el huevo o la gallina.