Alberto López Ferrer, el agente de la Guardia Urbana de Barcelona detenido por el asesinato del policía que apareció carbonizado en el maletero de su coche el 4 de mayo pasado al pantano de Foix, nació y vive en Badalona. Tiene 36 años. Vive en una calle bastante céntrica, próxima a la zona de Pep Ventura y el Palau Olímpic del Club Joventut Badalona. En la calle donde vive, prácticamente no se le conoce. Pero en el momento que entramos en el entorno deportivo de los gimnasios de boxeo y artes marciales, todo cambia.

Practica kick-boxing en un gimnasio municipal de la ciudad, el CEM Sistrells. Lo hace de manera amateur, nada profesional, aunque "está en forma y es fuerte", dice el entorno deportivo de la ciudad que lo conoce. Su profesor, con quien también compartía amistad, está en choque.

Estos días en los grupos de Whatsapp de entrenadores y alumnos de boxeo y artes marciales se habla mucho de lo sucedido y coinciden en que "era una persona normal" y que estaba mal influenciado por ella. "Esta mujer le ha hecho perder la cabeza", dicen algunos de los que le conocen.

Alberto López admitió ante la jueza en su declaración del martes que estaba implicado en los hechos, aunque él no había matado a nadie. Una de las sospechas es que él se encargara de ayudar a mover y hacer desaparecer al cadáver. De hecho, medio en broma, preguntó a una conocida suya como deshacerse de un cuerpo. López está en la prisión mientras continúa la investigación, en un módulo de seguridad para policías.

"Los hombres somos capaces de todo por una mujer"

Todo su entorno recuerda que hace un tiempo salieron juntos y algunos cuestionan como era ella. "Los hombres somos capaces de todo por una mujer", dicen, atribuyendo la máxima responsabilidad en los hechos a Rosa Peral y retratándolo a él como un títere en sus manos.

Entre los comentarios que hacen los que conocen a la pareja es que "tenían las manos muy largas" y enumeran las historias en las que se han visto implicados. Dos de ellas lo bastante conocidas y que están ahora siendo revisadas por la policía que hacen referencia a dos manteros.

Alberto López hacía tiempo que llevaba una barba cuidada y últimamente se había dejado crecer una especie de cresta a la cabeza que también cuidaba mucho y escondía bajo la gorra de policía cuando estaba de servicio. El día que se encontró el cuerpo al mediodía todavía llevaba la barba y la cresta, pero al día siguiente fue a trabajar todo afeitado. Los que lo conocen ven en esta actitud una premeditación del crimen, que todavía les sorprende más y no pueden entender. Tampoco se explican cómo pudo burlarse del crimen días después de que encontraran el cuerpo y justo antes de que los Mossos se presentaran en la comisaría de la Guardia Urbana para detenerle.