Desde la puerta de entrada, es inevitable e imposible no dejar de observar con atención cada rincón de los pasillos y salas del estudio de Miralles Tagliabue EMBT. Cada espacio es único e interesante para focalizar la mirada. En el fondo, se intuye la figura de Benedetta Tagliabue (Milán, 1963) que, reunida en un despacho, acaba una videollamada en el estudio que tiene situado en el barrio Gótico de Barcelona, lleno de maquetas, libros y proyectos arquitectónicos. Agradecido para disponer de unos minutos de espera, aprovecho para mirar y remirar todo lo que me rodea. Cada elemento y cada objeto es único y, cualquiera, podría estar expuesto en los mejores museos de diseño de todo el mundo. Anna, la arquitecta de su equipo que ha gestionado la entrevista, nos explica que la mesa mismo es un diseño excepcional de Miralles y sólo existen dos muestras reales en el mundo: la del estudio donde haremos la entrevista y la de casa de Benedetta.

Acabada la reunión, aparece con la sonrisa sincera que la caracteriza y que la acompañará a lo largo de toda la conversación, una de las arquitectas más internacionales que encontramos en nuestra casa. Apasionada y enamorada de su trabajo, Tagliabue sólo transmite que buenas vibraciones. Se excusa y nos dice que le es difícil desconectar del trabajo, "esta profesión es muy absorbente y siempre pienso en experimentar y en incorporar nuevas fórmulas en cada proyecto". A pesar de todo, busca los momentos de calma, y confiesa que desconecta viajando, leyendo, bañándose al mar, paseando con su perro -que hoy no la acompaña en el estudio-, disfrutando del arte y, últimamente, llevando a cabo una vida más natural y sana, haciendo actividades de meditación y tai chi. Con ella, repasamos sus inicios, valoramos su trayectoria y recordamos cómo aterrizó en Barcelona el 1989 de la mano del arquitecto Enric Miralles (1955-2000), el hombre que le robó el corazón en Nueva York, "una ciudad capaz de generar relaciones y contactos estrechos entre personas muy distantes".

Foto: Sergi Alcàzar

¿Qué es para Benedetta Taglibue la arquitectura?

La arquitectura es el arte universal que permite una mejor vida a las personas. Le Corbusier, un referente y biblia de nuestra arquitectura, decía que es el juego de las formas y los volúmenes bajo la luz. Y a veces lo pienso, lo tengo muy presente. Él era pintor y hacía este esfuerzo de compartir pintura y arquitectura. En la definición de Le Corbusier, le añadiría el sentimiento de felicidad, de estar bien, de la humanidad como referente de la arquitectura y de la necesidad de esta, de dar una mejor vida a las personas.

La arquitectura, como cualquier otro tipología de arte, puede ser muy subjetiva. ¿Qué distingue que un elemento, un edificio, un objeto o un determinado diseño pueda ser considerado bueno o nefasto?

Eso no es fácil. Si piensas como Le Corbusier que la arquitectura es el arte del juego de los volúmenes bajo la luz, todo vale, pero si empiezas a introducir el bienestar humano, entonces ya tienes un referente objetivo para analizarlo. Seguro que hay cosas de más valor y de menos valor en la arquitectura, como en el resto de artes; si estás muy bien en un lugar, te sientes a gusto, te sientes inspirado para hacer otras cosas, para trabajar... Todos tenemos nuestro gusto personal y a todos nos interesan más algunas cosas que otras.

¿Y a usted, qué le interesa?

Quizás cosas más experimentales, que juegan con materiales nuevos, con el sentimiento de probar y de conectar. ¿Por ejemplo, el otro día pasaba en bicicleta por una plaza y pensaba que bonita que es, quien la habrá hecho? Al cabo de unos días, me encontré a un amigo y me dijo que la plaza era de Pepe Llinás, a quien tengo una gran admiración. Me sorprendió cómo no había reconocido su mano en aquella obra, porque allí transmitía una cosa totalmente diferente, pero me comunicó que el lugar tenía mucho valor. Me gustaba mucho y no era nada similar a lo que hacía él, era un experimento, una prueba hecha con una grandísima sensibilidad.

A la Fundación Enric Miralles que creó en honor a su marido, explica que usted siempre le decía: ¡"Enric, tú eres un inventor"!, y a él le gustaba...

¡Sí, porque lo era! [Exclama sonriente]. A veces tenía una especie de confusión sobre su papel, porque era un arquitecto muy único, muy especial. Lo podrías comparar un poco con lo que ha sido Marià Fortuny hijo -el padre era el pintor-, que fue a Venecia a hacer vida de inventor. Era un artista que también pintaba, pero hacía de todo; experimentación con el teatro, pintaba los tejidos de forma especial, hacía lámparas increíbles... ¡Era todo un inventor y mira, Enric era un poco así!

¿Qué lo hacía especial, a Enric?

Siempre te sorprendía. Normalmente, en un mismo grupo de personas, más o menos pensaréis o iréis todos en una misma línea. Enric no, era una persona suficientemente creativa como para ser él mismo mi inspiración. Y de aquí, hemos ido introduciendo nuevas fórmulas que quizás vemos en una exposición de arte, o que nos encontrábamos en un jardín. Al final te dejas impregnar por el entorno en base al conocimiento de los maestros que estudiamos en la universidad y que nos permiten hacer el propio camino.

Enric era una persona suficientemente creativa, como para ser él mismo mi inspiración

¿Y este factor sorpresa, lo ha absorbido usted en su trabajo?

No lo sé, yo soy mucho más convencional que Enric, sin duda, pero si que existe esta posibilidad.

Foto: Sergi Alcàzar

Deberían hacer un buen tándem...

Sí, él era una persona que absorbía mucho a todo el mundo que tenía a su lado. Cuando vine a Barcelona en 1989, la atracción hacia el mundo antiguo de los arquitectos no existía. Al principio, como aquí había menos trabajo, con Enric empezamos a buscar proyectos fuera, siendo los primeros arquitectos de España en trabajar en el exterior.

Con Enric fuimos los primeros arquitectos de España en hacer proyectos al exterior

No se valoraban los objetos o los elementos antiguos, todo era obra nueva y ciudad nueva. A mí me gustaban más las cosas antiguas y él se acercó a eso. Junts empezamos a hacer una arquitectura de collage, aceptando lo que existía mezclado con lo nuevo. Un sistema que hicimos desde el principio para complementarnos y que ahora está muy de moda y aceptado.

¿Diría pues que es su vía o metodología de trabajo, complementar los nuevos diseños con objetos antiguos?

Quizás digo que soy convencional, pero tampoco es verdad... Soy un poco rarilla, también [Ríe]. Si me comparas con Enric, yo era la más convencional, pero nuestra arquitectura, más que nada es una arquitectura que intenta integrarse. Eso es lo que he intentado ver y hacer, integrar y aceptar lo que te encuentras. ¡Si te chocas con una ciudad vieja, no tiremos al suelo todo el edificio! Aprovechamos las maderas que son bonitas, pero quizás ponemos una lámpara diferente, construimos un muro o ponemos muebles.

Nuestra arquitectura es una arquitectura que intenta integrarse

Eso lo hemos hecho en edificios como el Parlamento de Escocia, el Mercado de Santa Caterina o el Ayuntamiento de Utrecht. Pero no siempre nos dedicamos a recuperar cosas antiguas, también hacemos parques con un amor al arte natural muy grande y otros proyectos diferentes.

Hablamos de la capital catalana. El gobierno actual está apostando por la pacificación de muchos barrios y calles, un hecho que muchos valoran positivamente con respecto a los niveles de contaminación y para el contexto post pandémico que vivimos.Otros, en cambio, se muestran totalmente en contra. ¿Qué opinión tiene al respecto?

Tenemos que utilizar un poco la lógica. Queremos una ciudad más sana, donde se respire mejor y eso lo queremos todos, sin duda. Qué eso signifique eliminar los coches, quizás es demasiado radical. Cerrando la mitad de calles, generas unos atascos de coches importantes en otras vías, y eso también provoca más CO2 y sigues sin solucionar el problema. Hay que abordar el tema haciendo acciones más calibradas e inteligentes. Quiero vivir en una ciudad sana que me pueda desplazar el más rápido posible de un lado al otro. Y eso tenemos que ver cómo se puede hacer, porque hay muchas soluciones posibles.

¡Usted que se mueve en bicicleta, debe estar encantada!

Estoy encantada porque tengo la suerte de poder moverme en una zona bastante reducida, pero no siempre es así. Por ejemplo, poder subir la bicicleta al metro o tener un sistema de alquiler de motos o bicis eléctricas, serían alternativas o soluciones a implementar poco a poco. No creo que se pueda decir: ¡el coche es mi enemigo, a por los coches! ¡También es mi amigo! [Sonríe]. El CO2 es mi enemigo, el aire contaminado es mi enemigo, pero tiene unas causas más matizables.

Foto: Sergi Alcàzar

Ha tenido la oportunidad de desarrollar proyectos por todo el mundo convirtiéndose en una arquitecta de renombre a nivel internacional. ¿Qué distingue o diferencia la arquitectura del resto de países donde ha trabajado de la que tenemos aquí?

Cuando vuelvo a Barcelona, siempre digo: ¡qué ciudad tan bonita! Es una ciudad muy cuidada, preciosa, con una historia vieja y con una sociedad cohesionada. Cuando voy a Shenzhen, veo qué significa vivir en ciudades de 20 millones de habitantes, dónde a veces es inhabitable y no puedes ir en la bicicleta a ningúna parte. Barcelona es una ciudad que tenemos que amar|estimar mucho porque es magnífica.

Barcelona es una ciudad que tenemos que amar mucho porque es magnífica

Me enamoré de una persona de Barcelona y, después, la ciudad me ha enamorado poco a poco. ¡Me he ido divirtiendo con esta cosa que tiene de un lado muy racional, el Eixample, muy bien hecho desde un punto de vista ingenierístico, pero también muy alocada, porque imagina la arquitectura modernista donde, sin la locura, qué sería aquello! Es uno mixto, y en la misma época pasaban estas dos cosas. ¡Así es Barcelona, esta tierra y eso me gusta, porque la locura me encanta! [Dice con un tono más bajo, entre sonrisas]. Miralles me conquistó porque pensé, este es un loco de verdad, es fabuloso! Tengo una debilidad por la locura... [Ríe].

¿A qué atribuye el éxito de su trabajo que la ha hecho llegar a ser reconocida a nivel internacional y que la acompaña en su trayectoria?

Quizás en esta vertiente que tengo más atada a la locura. He escogido cosas no convencionales, como por ejemplo venir a vivir con Enric aquí en Barcelona -cuándo habría podido quedarme en casa tan tranquila-, la opción de seguir con este estudio después de su muerte, seguir intentando hacer cosas especiales o proponer por el Pabellón de España un material que no había utilizado, nunca antes como era el mimbre. Fue una locura. Sin embargo, quien no arriesga...

¡No gana, toda la razón! [Reímos]. Disponer o acceder a disfrutar de elementos arquitectónicos de renombre o valiosos, es excluyente para una parte importante de la sociedad, igual que tener un Ferrari. ¿Considera que la arquitectura se tendría que democratizar y hacerla más accesible para todo el mundo?

La buena arquitectura ya está democratizada. La mayoría de buenas obras son edificios públicos que la gente puede utilizar y son parte de su vida diaria. Es un Ferrari que la mayor parte a veces, se ofrece a todo el mundo. Si piensas en la buena arquitectura o el buen urbanismo que se ha hecho en las ciudades, son para todo el mundo y, además, educan. Ahora estoy con programas de estaciones de metros en París y en Nápoles, y nos piden un buen diseño arquitectónico compaginado con arte. Consideran que si vas al metro, no sólo tienes que coger el tren, sino que también te tienes que educar y salir pensando; ¡mira, esta mañana he utilizado el metro y que a gusto que me he sentido!

La buena arquitectura está democratizada. La mayoría de buenas obras son edificios públicos que la gente puede utilizar y son parte de su vida diaria

La mayoría de hits arquitectónicos son edificios públicos abiertos. Aquí en Barcelona mismo hemos acabado de hacer un pequeño edificio dentro del Recinto Modernista del Hospital Sant Pau, que es justamente un edificio para los enfermos de cáncer. Allí se les permite entrar en un ambiente arquitectónicamente mucho más acogedor, con un jardín y materiales que les hacen sentir muy cómodos. Una puerta abierta a todo el mundo que está en un momento delicado y difícil.

Foto: Sergi Alcàzar

Entre las obras que ha elaborado, destacan el Pabellón Expo Shanghái de China, el Parlamento de Escocia o aquí en Barcelona el Mercado de Santa Caterina o el edificio de Naturgy, entre muchos otros. ¿Tiene alguno que le haya marcado más que el resto?

El primero es nuestra casa. Es una obra que hicimos con Enric sin pensar que podría ser una obra. La idea era no publicarla, porque decíamos que era nuestro espacio. Después, al ver que gustaba tanto a la gente, la hemos publicado y la hemos mostrado muchísimo. Para nosotros ha sido creada de manera muy íntima, sin proyectarla como si estuviera en el nuestro manifiesto y, quizás, por esta razón, lo ha podido acabar siendo. Después el Mercado de Santa Caterina y todo el barrio, porque para nosotros ha sido aplicar en un edificio público, lo que hemos aprendido en casa. Y después el Pabellón de España, que me ha abierto las puertas de la China siendo un proyecto increíble, donde pudimos jugar con materiales naturales, experimentando con un riesgo enorme y para mi sorpresa, siente muy bien aceptado para la población china.

Ahora me he quedado con las ganas de hacer la entrevista en su casa...

[Reímos]. Tienes razón, toda la razón... ¡Yo encantada, si quieres estupendo!

¡Eso queda grabado, eh!

¡Estáis invitados a venir y hacemos un comida!

Ahora hablaremos... ¿Antes de acabar, tiene alguna espinilla clavada de algún proyecto para hacer de cara a un futuro?

No, a mí me gustan todos los proyectos que me llegan, especialmente aquellos que se ven y son útiles para mucha gente. La estación que ahora estamos haciendo en Nápoles o en París, me hacen una ilusión tremenda. Sí que me gustaría encontrar la posibilidad de introducir más materiales innovadores dentro de la arquitectura y, realmente, estoy buscando hacer una arquitectura más textil. Normalmente esta no resiste al tiempo ni al aire, por ejemplo el Pabellón de España, que era de mimbre era maravilloso, como un capazo, un edificio de una arquitectura entrelazada, pero que no ha resistido. Era para desmontarlo a los 6 meses. Ahora estoy experimentando y probando con materiales textiles, pero quizás con fibra de cristal, de basalto, de carbón... Que su color o su delicadeza puedan resistir al tiempo, al aire, y quizás este es uno de los deseos que tengo.

¡No tiene nada convencional, usted!

¡No, muy convencional no soy, pero más que Enric Miralles sí!

[Acabamos entre sonrisas].