Giovanni Bergoglio y Rosa Vassallo embarcaron junto con su hijo, Mario Giuseppe, rumbo a Argentina en febrero de 1929, en medio de uno de los inviernos más duros del siglo. La pareja Bergoglio había comprado el pasaje para viajar en un barco llamado Principessa Mafalda, pero, ante la imposibilidad de vender a tiempo los bienes que la familia tenía en la villa piamontesa de Brico Marmorito, se vieron obligados a cambiar el pasaje y a viajar unos meses más tarde con otra nave, el Giulio Cesare. La historia de aquel cambio de billete en el último momento quedó grabada en la memoria de la familia Bergoglio, porque el Principessa Mafalda acabó hundiéndose ante las costas de Brasil y provocando centenares de muertos.
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No es casual que, 94 años más tarde, Jorge Mario Bergoglio abriera sus memorias, bajo el título de Esperanza, con la imagen del trágico final de aquel barco cargado de inmigrantes en el que estuvieron a punto de embarcarse sus abuelos y su padre. La lucha de aquellos que intentan escapar de la guerra o de la miseria para conseguir una vida mejor para sus hijos ha sido en todo momento una de las obsesiones del papa Francisco. Su primer viaje oficial fuera del Vaticano, en julio de 2013, fue para visitar la isla de Lampedusa, donde año tras año llegan miles de inmigrantes irregulares. Desde allí denunció la globalización de la indiferencia de un mundo anestesiado ante el dolor de los demás. "¡Es una vergüenza!", estalló el Papa en octubre de 2013 ante el enésimo drama de una barcaza con centenares de muertos.
Latinoamericano y jesuita
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Era el mayor de una familia de cinco hermanos que creció en el popular barrio de Flores de Buenos Aires, hijo de Mario Giuseppe, un contable que trabajaba en el ferrocarril, y Regina Maria Sivori. El joven Jorge Mario se graduó como técnico químico y se licenció en Filosofía, antes de ser ordenado sacerdote con 33 años. En 1973 fue nombrado provincial de los jesuitas de Argentina. Ocupó esta responsabilidad durante la dictadura militar en Argentina y, aunque siempre ha defendido que apoyó a los opositores, una de las primeras polémicas con la que tuvo que lidiar cuando aterrizó en el Vaticano fue provocada por informaciones que lo acusaban de pasividad ante el régimen. En 1992 Bergoglio fue nombrado obispo auxiliar; seis años más tarde, arzobispo de Buenos Aires, y en 2001, cardenal.

La historia de Bergoglio experimentó un giro radical en abril de 2013, cuando el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al ministerio de obispo de Roma, con un gesto inédito desde hacía seis siglos. Este papa, que entonces tenía 85 años, había intentado desde que ocupó el cargo imponer transparencia en las finanzas del Vaticano, y fue el primero en abordar abiertamente las denuncias de pederastia dentro de la Iglesia. No obstante, los escándalos le acabaron salpicando. En los últimos años del papado de Joseph Ratzinger, la Santa Sede aparecía enturbiada entre sombras de corrupción y luchas descarnadas por el poder, hasta el punto de que L’Osservatore Romano alertó en 2012 de que Benedicto XVI era "un pastor rodeado por los lobos".
No figuraba en las quinielas
La elección de Bergoglio no se hizo esperar demasiado. Fue el segundo día de cónclave, el 13 de marzo de 2013. Pasaban cinco minutos de las 7 de la tarde cuando salió por la chimenea de la Capilla Sixtina la fumata blanca. Las papeletas de la quinta votación se acababan de quemar con paja seca para anunciar al mundo que el 266.º papa de la historia acababa de ser elegido. Nunca un jesuita se había situado al frente de la Iglesia, un progresista tras el polémico papado de Benedicto XVI.
Bergoglio no entraba en las quinielas y no se esperaba aquella elección. Incluso había comprado el billete de vuelta a Buenos Aires para el sábado 23 de marzo. Pero su defensa sobre la necesidad de abrir la Iglesia en un momento de profunda crisis hizo mella entre los cardenales. Eligió como nombre Francisco, como símbolo de su apelación a una "Iglesia pobre y para los pobres". Desde el primer momento, se negó a vestir la muceta roja que cubre los hombros de los papas y la cruz de oro, símbolo de la autoridad papal. También rechazó los zapatos rojos, que lucía Ratzinger, el color que desde el Imperio Bizantino simboliza el poder. Francisco se presentó en el balcón de la plaza de San Pedro vestido de blanco y con una cruz de alpaca, la misma que había llevado cuando fue ordenado obispo. Tampoco quiso ocupar la residencia papal del Vaticano y siguió viviendo en las estancias en que se hospedaba durante el cónclave, la Casa de Santa Marta, que se encuentra dentro de la Ciudad del Vaticano. Francisco aparcó explícitamente todos los títulos vinculados al cargo y se presentó únicamente como obispo de Roma.

Las finanzas del Vaticano
Con el nuevo papa, aparecía desde el primer instante un nuevo talante liderando la curia romana, con una vocación de apertura, contrario a la ostentación y exigiendo contención a los representantes de la Iglesia. Las finanzas del Vaticano quedaron de nuevo en el punto de mira del máximo responsable de la Iglesia, que impuso mayor transparencia y control de las cuentas.
Pero tampoco esta vez resultó fácil. El primer auditor general nombrado en 2014 para revisar las cuentas del Vaticano, Libero Milone, renunció al cabo de dos años en medio de una tormenta y acusaciones de espionaje. En ese momento, uno de los hombres de confianza de Francisco, el cardenal George Pell, prefecto de la Secretaría de Economía creada para ordenar las cuentas de la Santa Sede, ya estaba siendo investigado por abusos a menores, cargo por el que posteriormente fue condenado y encarcelado 13 meses hasta ser absuelto. Pell fue sustituido por un cardenal jesuita, el español Juan Antonio Guerrero, en 2019, quien al cabo de tres años renunció argumentando razones de salud y fue relevado por su número dos, un economista laico, Maximino Caballero, también español.
Durante este tiempo la Santa Sede ha impuesto una política de mayor austeridad, también de puertas afuera, con decisiones como el recorte de sueldos de la curia romana en 2021 para superar la crisis de la covid sin despidos, o la obligación impuesta a los cardenales y obispos que viven en Roma de pagar el alquiler de los palacios que utilizan.
Pederastia
La batalla para acabar con la ocultación de los casos de pederastia dentro de la Iglesia fue otro de los propósitos de Bergoglio. "Tenemos que luchar contra todos los casos", insistía en verano de 2022 en una entrevista a Reuters en la que admitía, sin embargo, que todavía hay países donde la Iglesia muestra resistencias ante esta directriz. Con todo, se mostró convencido de que la lucha contra los abusos dentro de la Iglesia es ya "irreversible".
El primer año de su mandato, Francisco creó la Comisión para la Protección de Menores; ha endurecido el derecho canónico para perseguir los abusos y ha impuesto a los obispos la obligación de abrir procesos contra las denuncias de pederastia y entregar a la justicia siempre que lo reclame la documentación de los procedimientos incoados. En las decenas de viajes que ha protagonizado, Francisco se ha reunido con víctimas de abusos y, mientras las denuncias han continuado aflorando sin tregua, ha pedido perdón en aquellos países donde han estallado escándalos.
Constitución apostólica
La reforma de la organización del Vaticano ha sido otro de los objetivos de su papado. Ha impulsado una nueva Constitución apostólica, que modifica la organización de la curia, y ha abierto la puerta a una mayor presencia de laicos y mujeres en la Iglesia. Ha promovido una renovación del colegio cardenalicio —109 de los 137 cardenales que podrán votar en el cónclave han sido nombrados por Bergoglio— y lo ha abierto también desde el punto de vista geográfico, con el argumento de que la Iglesia católica tiene que ser cada vez más universal porque su fuerza vendrá también de zonas como Latinoamérica, Asia, India o África. En diciembre del año pasado creó 21 cardenales nuevos en Perú, Argentina, Ecuador, Chile, Japón, Filipinas, Serbia, Brasil, Costa de Marfil, Irán, Canadá, Australia e Italia.
Esta voluntad de evangelización y apertura de la Iglesia le ha llevado durante estos años a protagonizar casi 50 viajes oficiales en una sesentena de países, entre ellos Iraq, Sudán del Sud, Japón, Israel, Gaza, Corea, Marruecos, México, Australia, Indonesia o Filipinas, entre otros. No ha dejado de viajar ni siquiera cuando los problemas en la rodilla le obligaron a moverse con silla de ruedas.

Divisiones en el Vaticano
Pero la voluntad transformadora de Francisco, que no se ha frenado ni ante el poderoso Opus Dei, no ha salido gratis. La reacción del sector más conservador del Vaticano no tardó en hacerse oír y la tensión con el sector reformador, que apoya la política de Francisco, ha sido constante. Incluso ha estallado en episodios públicos, como la publicación en febrero de 2023 de las memorias del secretario personal de Benedicto XVI, el arzobispo Georg Gänswein, en las que aseguraba que Francisco mantuvo una mala relación con el papa emérito, lo cual el Pontífice siempre ha negado. "El gran chismoso es el diablo, que siempre está diciendo cosas feas de los demás, porque él es el mentiroso que busca dividir a la Iglesia", replicó Bergoglio en la misa del ángelus, haciendo evidente su enojo por los comentarios.
Los reiterados rumores en los últimos meses sobre la supuesta voluntad del pontífice de renunciar, siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI, se atribuyeron a menudo al deseo de este sector de verlo desaparecer de la primera línea. No obstante, Francisco no se ha cansado de repetir que en ningún momento se le ha pasado por la cabeza renunciar.
El Papa no solo ha resultado un incordio para el ala conservadora del Vaticano. Francisco no se ha cansado de denunciar las guerras y las empresas armamentísticas que hay detrás ellas, en un binomio que no duda en tildar de "diabólico". "Las armas con las que se lucha se fabrican en regiones completamente diferentes, las mismas que después rechazan y repelen a los refugiados que han generado aquellas armas y aquellos conflictos", ha denunciado Francisco, que en los últimos años ha clamado con intensidad contra las guerras, en particular, el conflicto en Ucrania y en Gaza. El llamamiento por la paz en el mundo centró el balance del décimo aniversario de su mandato, en el que hizo público un pódcast en el que se lamentaba de que no esperaba que "un obispo venido del fin del mundo" estaría dirigiendo la Iglesia "en tiempos de la Tercera Guerra Mundial". "Paz, necesitamos paz", advirtió.
"He sobrevivido"
Bergoglio era un apasionado por el fútbol que no veía la televisión desde 1990, desde que vio una escena que lo escandalizó, y que a pesar de su apuesta por mejorar la comunicación de la Iglesia no se ha ahorrado numerosas polémicas a raíz de comentarios desafortunados y salidas de tono: desde referencias machistas o consejos a las "suegras" hasta sus declaraciones criticando el "mariconeo" en los seminarios.
Al ser elegido papa, pensó que su pontificado sería breve, tres o cuatro años, y que su nombre había sido elegido para que el cónclave fuera rápido. "No tenía ninguna otra explicación", asegura en sus memorias, donde hace balance de sus 13 años al frente del Vaticano, durante los cuales, enumera, ha escrito cuatro encíclicas, además de numerosas cartas, documentos y exhortaciones apostólicas, aparte de las decenas de viajes. "Lo hice, sobreviví", confiesa, sin esconder cierta satisfacción por el balance que contemplaba al mirar atrás, consciente de que su momento se acababa. A partir de ahora, será el tiempo quien se encargará de decidir si también la herencia y las reformas que ha impulsado en la Iglesia este obispo venido del fin del mundo logran sobrevivir.
