2020. El año que será eternamente recordado por una pandemia que dio la vuelta al mundo también es sinónimo de otra efeméride en Catalunya que, a diferencia de la covid, a todos nos gustaría repetir. Después del temporal Glòria, que supuso un riego de dimensiones bíblicas, el nivel de los embalses de las cuencas internas creció hasta fregar prácticamente el 100%, su máxima capacidad. El episodio de tormentas incluso obligó a abrir las compuertas de algunos embalses ante el inesperado crecimiento, un hecho que se repitió solo unos meses después, en abril, cuando otro temporal golpeó Catalunya. Durante todo ese año, el nivel de las reservas no se situó nunca por debajo del 83%.
Damos un salto adelante en el tiempo hasta la actualidad y la situación no podría ser más contrastada. Y es que Catalunya acumula ya más de tres años —lo que equivale a 1.100 días— sin lluvias abundantes y generalizadas por todo el país. Las voces expertas sitúan a finales de noviembre de 2020 el último episodio destacable de precipitaciones. Desde entonces, un descenso casi sin traba. El 2021 vino acompañado de un régimen de lluvias deficitarias —el gran temporal de noviembre esquivó las cabeceras de los ríos—, una realidad que se mantuvo a lo largo de 2022, aunque un marzo lluvioso permitió una significativa acumulación de reservas. Este 2023, solo las lluvias de marzo y en junio permitieron detener momentáneamente el vaciado de los embalses.
Hasta caer al 17%. Este es el porcentaje con que cerrarán el año las reservas de las cuencas internas catalanas. Se trata del nivel más bajo nunca registrado. De hecho, el récord histórico ya se rompió el 10 de noviembre, cuando los embalses habían bajado hasta el 18,95%, y desde entonces ha continuado la tendencia negativa. Sin ninguna perspectiva inminente de precipitaciones, la Generalitat ya se prepara para anunciar lo indeseable: el paso de la fase de preemergencia a la emergencia para la gran mayoría de habitantes.
¿Cuándo llegará y qué supone la fase de emergencia?
Este cambio está a tocar, y se producirá precisamente cuando las reservas de agua en los embalses caigan por debajo del 16%. El conseller de Acción Climática, David Mascort, ya advirtió en una reciente rueda de prensa que la fase de emergencia llegaría a lo largo del mes de enero "si sigue lloviendo en mínimos históricos y se sigue reduciendo el uso de agua". De hecho, la previsión inicial era entrar en diciembre, pero se había conseguido "alargar" la preemergencia gracias al ahorro de agua. Hay algunos municipios concretos —los que dependen del acuífero Fluvià-Muga, los embalses de Darnius-Boadella, Siurana y Riudecanyes, y de Anoia-Gaià— que ya se encuentran en emergencia. Pero la situación dramática se producirá en las próximas semanas, cuando sean todos los municipios dependientes del sistema Ter-Llobregat los que pasen a la fase más extrema: el cambio afectará a unos seis millones de personas que viven en Barcelona y los alrededores.
¿Qué supondrá esta nueva fase? Según indica el Plan de Sequía que aprobó la Agencia Catalana del Agua en 2020 —cuándo la situación era todavía extremadamente favorable—, habrá una dotación máxima de 200 litros por habitante y día, la cual podría bajar hasta los 160 en caso de máxima severidad. Además, el uso agrícola del agua experimentará una reducción hasta el 80%, suprimiendo precisamente el riego y autorizándolo solo para la supervivencia de los cultivos leñosos, mientras que el ganadero se recortará a la mitad. El uso recreativo se reducirá el 100%, e irá acompañada de la prohibición de llenar piscinas privadas, fuentes ornamentales, lagos artificiales, mientras que las administraciones locales podrán limitar el uso de agua en instalaciones deportivas y espacios lúdicos. El uso industrial solo se recortará una cuarta parte para proteger la economía. Como cambios recientes, se permitirá la apertura de piscinas públicas e instalaciones deportivas que usan agua para garantizar la salud mental de los jóvenes, y se seguirán regando los árboles del espacio público para que sean "refugios climáticos" en verano.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Como mencionábamos al inicio de este artículo, el principal condicionante climático que ha llevado a la situación actual es la falta de lluvias consistentes y abundantes. Solo hay que fijarse en los datos: como ejemplo, los años 2021, 2022 y 2023 son los que han dejado los datos de precipitaciones más bajas en el Observatorio Fabra, que se encuentra en la Cordillera de Collserola, y conserva un historial de más de un siglo. Durante estos tres años se han registrado cifras anuales muy similares, siempre entre los 300 y los 330 litros acumulados. Hay que remarcar que el valor promedio entre el periodo 1990-2020 es de 621,5 litros anuales acumulados, es decir el doble. El cambio climático está provocando estragos.
Pero también hay que fijar la atención en el mundo de la política. Los partidos de la oposición ya han cargado con dureza contra el Govern por su inacción a la hora de intentar revertir la sequía con grandes inversiones. El argumento tiene algo de cierto, y lo ha reconocido al mismo director de la Agencia Catalana del Agua, Samuel Reyes. En una entrevista con ElNacional.cat, Reyes admitió que desde 2011 hasta 2019 no se hizo "absolutamente nada". "Estar ocho años paralizados ha hecho que la sequía sea tan difícil", añadió, en referencia a las grandes construcciones que había previstas —como potabilizadoras y desalinizadoras—. Ahora bien, él mismo puntualizó que eso ocurrió porque la ACA estaba peligrosamente endeudada, y tuvo que "cerrar el grifo" antes de poder impulsar nuevas obras. "Tener que devolver 200 o 250 millones de euros el año significa que no podíamos ni comprar un bolígrafo", lamentó Reyes.
Las previsiones de futuro
Las previsiones inmediatas no ofrecen motivos para ser optimistas. El invierno se espera que sea seco, sin precipitaciones. En este contexto, la próxima primavera será "clave", en palabras del director de la ACA, ya que será "una ventana de probabilidad de lluvia". Hoy por hoy, el Govern tiene toda la esperanza puesta en que un abril y mayo pasado por agua sirva para revertir la crítica situación actual.
Mientras que se espera que las nubes lleven lluvia, no hay alternativa a las obras. Desde la ACA, la estrategia pasa para invertir en la construcción de potabilizadoras —una de las principales, ubicada en el río Besòs—, plantas de reutilización —por ejemplo, en el Llobregat— y desalinizadoras de agua marina. También el ahorro será esencial. De hecho, Catalunya ya es uno de los territorios del Estado que se sitúa por debajo de la media con respecto al uso de agua per cápita. En los últimos veinte años, el consumo doméstico de agua potable en Barcelona se ha reducido más en un 20%, de manera que hay conciencia social sobre la importancia de este bien preciado. En cambio, no se prevé la llegada de barcos con agua para aliviar la sequía. A pesar de ser una de las medidas que más ruido mediático ha generado por la espectacular imagen que supondría, la Generalitat sitúa esta como "la última opción", priorizando por delante todo el resto.