Ni desdoblamiento de grupos, ni grupos burbuja, ni metro y medio de distancia ni tampoco las mascarillas. Todas aquellas circunstancias pandémicas que han marcado los dos últimos cursos escolares se han acabado. Este 5 de septiembre arranca el curso escolar 22-23 a infantil y primaria y lo hace con absoluta normalidad. La abominable covid-19 cambió la vida y, por lo tanto, la escuela. Durante el confinamiento y a partir del retorno a las aulas, la educación en general, la primaria en particular y la infantil en concreto han evolucionado para combatir la pandemia. Ahora, sin embargo, la pesadilla parece haber terminado, al menos en las escuelas.
La llegada de la covid irrumpió una ley no escrita, es decir, un tipo de contrato social histórico entre la educación y sus alumnos y estudiantes. Niños y niñas perdieron aquel factor común que tenían desde que nacieron: la escuela. Y con ella la seguridad física y emocional, la capacidad y habilidad de relacionarse, las amistades, los compañeros de clase. El coste era enorme. De hecho, todavía lo es. De esta manera, los últimos dos años de pandemia no han forjado ni mucho menos las circunstancias ideales para hacer o profundizar en las relaciones de los más pequeños.
El aislamiento físico: un gran obstáculo
Al principio, había un aislamiento físico, un obstáculo claro y evidente para construir o mantener la conexión con otros niños de la misma edad. Unos meses después pasaron a confluir las limitaciones impuestas por cada familia de cara al virus y las ganas de los hijos de salir y relacionarse. Las cosas se aflojaron al cabo de un tiempo, permitiendo encuentros entre la gente. El problema era que los niños entonces estaban oxidados. Quizás tenían amigos, pero desde el punto de vista de los padres y cuidadores, faltaba alguna cosa: una intimidad o dependencia que recordaban de sus amistades infantiles. O quizás los niños y niñas pasaron el curso escolar sin relacionarse mucho con los amigos, hacer nuevos o profundizar con los viejos, desgastados y erosionados por las mascarillas y el impacto de ver una realidad tan diferente.
El reto, por lo tanto, es evidente. Como señalan diversos estudios, es primordial ayudar a los más pequeños y facilitarlos los lazos sociales para reconstruir un fenómeno social primitivo: relacionarse y entablar nuevas amistades. Es importante, porque según dicen los expertos, las amistades son una parte esencial de la infancia. No solo por las razones evidentes, sino también porque crean nuevas oportunidades de desarrollo que conducen a un mejor funcionamiento a la escuela y a la vida por parte del niño en edad formativa.
El primer paso social
Un reportaje de la CNN muestra a través de la visión de expertos la importancia de la presencialidad educativa al menos hasta los tres años, a través del vínculo, la presencia, la mirada, la palabra y la voz, el contacto personal y físico y las tareas de cura son pedagógicamente indisociables de la acción educativa. Por otra parte, el juego es la actividad propia del niño, vehículo y motor de aprendizaje. En la misma línea, de tres a seis años, el juego, la relación, el diálogo, el contacto personal y presencial son fundamentales en un proceso de aprendizaje rico y global. Las pantallas, el teléfono, aunque nos puedan acercar, no podrán nunca sustituir la presencialidad ni la convivencia. Por todo eso, recuperar la presencialidad acompañada de una normalidad es primordial para los más pequeños.
El primer paso que pueden encarar los niños es el de presentarse. Se trata de una cosa pequeña, un simple paso, pero necesaria para fomentar las relaciones. Cosas tan sencillas como "Hola, me llamo... ¿Cómo te llamas? ¿Quieres jugar conmigo?". Según el medio estadounidense, estas pequeñas frases introducen en el ámbito de la relación y permiten hacer nuevos amigos. La tarea de las madres y los padres es ayudarlos a iniciar una conversación, hablarles, de disculparse, de agradecer y compartir. Así como es importante también acompañar aquellos más pequeños que tienen dificultades y obstáculos para presentarse o, directamente, relacionarse. Según los expertos, la empatía es fundamental para no dejarles atrás y que caigan en la frustración.
Menos capacidad para relacionarse
Según los datos recogidos en el estudio "Salud mental a la infancia" realizado por la Guía d'AIJU, el Instituto Tecnológico de Producto Infantil y Ocio, entre el 30 y el 45% de los niños han visto afectada su salud mental con motivo de la pandemia: ha aumentado la ansiedad, el aburrimiento y el pesimismo de los menores. Como consecuencia, están más tristes y se enfadan más. Precisamente, los expertos que han trabajado en este estudio señalan que "las medidas adoptadas durante la pandemia han vulnerado insistentemente los derechos de los niños y las niñas. Necesitamos infundir seguridad e ideas para recuperar el hábito de salir y disfrutar de actividades", destaca.
Los niños han reducido drásticamente el tiempo que pasan con otros menores (70%), aunque ha aumentado la comunicación a través de dispositivos tecnológicos (47%). Igualmente, se han reducido las actividades extraescolares y de ocio y hasta un 27% de los menores manifiesta el deseo de evitar situaciones con mucha gente. A causa de la etapa "burbuja" en que los niños han interaccionado con un círculo cerrado, hasta un 33% ha visto empeorada su capacidad para relacionarse con las personas y un 40% ha disminuido la capacidad para controlar sus propias emociones. Según este trabajo, la pandemia ha pasado una factura seria en los niños de entre 3 y 12 años, extendiendo las emociones desagradables o negativas, una cosa impropia a la infancia. Además, hay más conciencia de la muerte (35%).
La función de los progenitores
A partir de una amplia investigación, experiencia de primera mano y estudios de casos, Emotionally Intelligent Parenting rompe el molde de los libros tradicionales de crianza teniendo en cuenta el fuerte papel de las emociones, las de los padres y los hijos, en el desarrollo psicológico. Explican los autores que los padres tienen que reaprender a comunicarse con los niños a un nivel más profundo y gratificante y a ayudarlos a navegar con éxito en las complejidades de la relación con los otros. Según la lectura, los padres pueden ayudar a sus hijos a desarrollar amistades más profundas haciéndolos preguntas sobre sus amigos y conduciéndolos a pensar en estas amistades más allá de ellos mismos. En esta línea se mueve también la CNN que expone la curiosidad como un modelo positivo de aprendizaje y socializar.
Con esta finalidad, el libro ofrece sugerencias, cuentos, diálogos, actividades para ayudar a los padres a utilizar sus emociones de la manera más constructiva, centrándose en temas cotidianos como la rivalidad entre hermanos, las peleas con los amigos, situaciones en la escuela, deberes y presión de los compañeros. En la amplia experiencia de los expertos, los niños saben responder rápidamente a estas estrategias, su autoconfianza se refuerza, su curiosidad se despierta y aprenden a afirmar su independencia con el paso del tiempo a la vez que despliegan su capacidad para empezar a tomar decisiones más responsables.