La abuela de David vivía en la residencia Ca n'Amell de Premià de Mar, donde empezó a mostrar síntomas de coronavirus a finales de marzo. Los familiares y el Ayuntamiento habían avisado de que había problemas en el centro desde el inicio de la pandemia: no facilitaban los datos que se les pedían de casos o muertes y tampoco informaban a las familias ni permitían que se comunicaran con los abuelos. Los responsables del geriátrico no aplicaron los protocolos de aislamiento necesarios, lo que provocó que 172 de los 200 usuarios se contagiaran, entre ellos, la abuela de David. Sin embargo, al menos ella pudo ser trasladada a un centro médico, mientras otros abuelos morían en el mismo geriátrico.
Ingresó el día 2 de abril en Hospital de Mataró con diagnóstico de caso sospechoso de coronavirus. Mientras estuvo ingresada no podía recibir ninguna visita y los familiares se tenían que conformar con una llamada al día del médico para contarles su evolución. Un día, esta llamada fue para avisar que se encontraba en los últimos días de vida y que la familia tenía derecho a una visita. Fue su hija, sabiendo que eso le impediría estar presente en la incineración ya que, después de verla, tendría que confinarse en casa por riesgo de contagio. Finalmente, la abuela de David murió diez días después de haber sido ingresada.
La familia pudo incinerarla en un plazo aceptable en estos momentos, dos días después de la muerte, y ahora esperan que les entreguen las cenizas.
El coronavirus ha trastocado completamente el proceso de la muerte y del luto. Se han visto escenas que hace dos meses nadie habría imaginado y muchas personas han tenido de lidiar con situaciones y sentimientos para los cuales no se les ha preparado.
Las muertes diarias se dispararon en Catalunya, especialmente durante las dos primeras semanas de abril. Aunque no hay cifras oficiales de muertes totales durante aquellas fechas, se podría haber llegado a multiplicar por cuatro o por cinco la media habitual.
La incomunicación, el "primer luto"
Una de las primeras consecuencias palpables del coronavirus fue el corte brusco del contacto entre las familias y los usuarios de residencias o centros sociosanitarios. Ramon Torres, médico del Casal de Curació de Vilassar de Mar, ve eso como "el primer luto" que han sufrido tanto familiares como profesionales. "Todo es muy frío ahora, porque tenemos que hacerlo todo por teléfono", explica. Desde el centro sanitario, se hace una llamada al día a los familiares de los enfermos, que se convierten en dos si parece que el paciente empeora. "Intentamos dar tranquilidad y paz y demostrar que luchamos para que su familiar tenga un final plácido", añade Torres.
En este centro, los enfermos de coronavirus no pueden recibir visitas aunque se estén muriendo. Sólo los "no covid" pueden ser visitados por un familiar una vez y durante 30 minutos como máximo, con todas las protecciones. Torres habla del caso de una auxiliar que tiene la madre ingresada en el centro en fase terminal. "Mira la parte positiva, al menos estás a su lado", la consuelan los compañeros, mientras ella desea poder cambiarse por su padre y que se pudiera despedir.
Cuando, finalmente, llega la muerte, el centro llama a la familia para avisarles y, a partir de aquí, el resto de contactos ya son directamente con la funeraria. Los familiares no vuelven a ver al difunto en ningún momento.
Despidos por móvil y pertenencias quemadas
En el centro sociosanitario donde trabaja de enfermera Sandra (nombre ficticio para mantener el anonimato), sí se permite una última visita a los pacientes de coronavirus, aunque los familiares tienen que ir protegidos y no pueden acercarse ni tocarse. "Es una situación muy fría que a veces compensa y a veces no, porque el riesgo de contagio existe aunque sólo entres en la habitación", recuerda.
De hecho, algunas familias les piden consejo sobre si hacer o no la última visita y, en algunos casos, optan por una videollamada. "Aguantar un móvil mientras alguien se despide de su familia es muy complicado. En un momento tan íntimo, encontrarte allí en medio es una situación muy difícil", asegura.
Las enfermeras están haciendo todos los papeles posibles: dan el acompañamiento de una familia, la atención de una cuidadora y velan por el derecho a una muerte digna en unos momentos en los que parece que eso ya no está siempre asegurado. "Durante toda mi vida he tenido muy claro que quería ser enfermera, pero hasta ahora nunca me había dado cuenta de todo lo que haríamos por la gente más allá de los cuidados estrictos e, incluso, sin poder tener contacto físico", explica, con la sorpresa de sentirse "más realizada que nunca, a pesar de la situación horrible y desastrosa".
A principios de abril, se vivieron los días más complicados de la pandemia en el centro donde trabaja Sandra. Durante tres o cuatro días, el ritmo de muertes se disparó y tuvieron que transformar una planta cerrada por falta de personal en una morgue improvisada -la 'oficial' sólo está preparada para acoger cuatro cadáveres-. "Llegamos a tener pacientes muertos en el centro hasta 10 o 12 horas, cuando la recogida habitual es de entre media hora y una hora", detalla.
Durante aquellos días, las enfermeras tuvieron que asumir todavía otro papel: el de preparar a los cadáveres, envolverlos con los sudarios especiales que compró el propio centro y desinfectarlos. En cuanto a la ropa de los difuntos, se quema para evitar contagios y sólo se guardan las pertenencias más importantes siempre que se puedan desinfectar.
El punto crítico, por suerte, duró poco y el número de muertes fue bajando. Excepto en los días de pico, las funerarias, dice, "han respondido muy bien, siendo bastante rápidos y efectivos". "Ahora hace una semana que no tenemos nuevas muertes", celebra.
El personal sanitario como apoyo
Donde el pico de principios de abril también se vivió con dureza es en las UCI de los hospitales. Mercè López, que trabaja en la de la Vall d'Hebron, lo combatió desde primera línea: "Fue muy bestia, no había suficiente UCI para tanta gente". Sin embargo, insiste en que aquellos que han muerto "lo han hecho con paz, respeto y dignidad" aunque no pudieran estar con la familia. "Nosotros estamos aquí, siempre hemos estado", asegura.
El personal sanitario de las UCI fueron de los primeros en reclamar que los enfermos de coronavirus pudieran recibir, como mínimo, una última visita. "Dijimos que aquello no podía ser, la familia tenía que poder verlo y poder despedirse", explica. Sin embargo, aunque ahora se permita la visita, López recuerda que el familiar que acude al hospital a acompañar durante la muerte "también está solo y no tiene el calor de la familia en aquel momento". Una vez más, las enfermeras son el apoyo.
Las últimas visitas se tienen que hacer desde detrás del cristal de la habitación de la UCI y, sólo en algunos casos contados, los familiares han podido ponerse el equipo de protección para, como mínimo, cogerse la mano. "Sientes mucha rabia y mucha impotencia. Después de todo, nosotros somos personas", confiesa López, pero apunta a uno de los pilares más importantes que tienen en estos momentos: el equipo. "Hemos estado muy unidos".
El colapso en Madrid permitió anticiparse
El trabajo también se ha multiplicado para las empresas funerarias. Tanto Mémora como Áltima, dos de las principales empresas del sector en Catalunya, han visto cómo tenían que gestionar un volumen de trabajo cinco veces superior al habitual en el área metropolitana y Barcelona ciudad. En el resto de Catalunya, la crecida ha sido del doble de lo habitual en Girona y Bages y de un 20% en Tarragona, según datos de Mémora.
Los esfuerzos se han centrado en poder responder con la mayor rapidez posible a las peticiones de recogidas, especialmente, de hospitales y residencias. En los hospitales, una recogida rápida permite liberar camas para nuevos pacientes, ante unas morgues internas con espacio limitado, y evitar escenas como las que se han visto en Nueva York, por ejemplo, donde se tuvieron que colocar tráileres frigoríficos en la puerta de los hospitales para acoger cadáveres. En el caso de las residencias, se ayuda a reducir el riesgo de contagio ya que, por ahora, no está confirmado que con la muerte acabe el virus.
Desde Mémora, explican que el colapso que se vivió en Madrid los primeros días de la crisis sanitaria sirvió de "aprendizaje" para anticipar la respuesta en Catalunya con más margen. Una de las medidas que más impactaron fue la ampliación del tanatorio de Collserola en el aparcamiento, con capacidad para 2.000 difuntos. Ahora, pasado al menos el primer pico de la epidemia, aseguran que el máximo de capacidad utilizada ha sido de cerca del 30%.
Las medidas de seguridad durante las recogidas se han extremado, incluyendo bolsas estancas para los cadáveres, EPIs para todos los trabajadores y prohibición de abrir los ataúdes bajo ningún concepto. Se han cancelado todos los servicios de acondicionamiento de los cadáveres, como maquillaje o peluquería, y también se han prohibido los velatorios y ceremonias.
Eso hace que el gasto de las familias en servicios funerarios se haya reducido entre un 20 y un 35%. Además, el Gobierno intercedió para prohibir que los precios aumentaran durante la crisis del coronavirus y, en el caso de Barcelona, se han limitado a 1.948,10€ por los servicios funerarios básicos más 540 euros si se opta por un entierro y 550 en el caso de incineración. De media, el gasto de las familias ha sido de unos 2.500€.
Momentos críticos: 'cola' de 10 días para incinerar
Aunque los servicios funerarios aseguran no haber llegado al colapso, sí han aumentado los tiempos de espera para poder incinerar o enterrar a un familiar. En los momentos más críticos, la 'cola' en los crematorios de Barcelona llegó a ser de unos 10 días -7 o 8 más que habitualmente-, mientras que para celebrar un entierro la media se situaba en unos 2 o 3. "En un día podíamos hacer más de 200 recogidas, pero los servicios municipales pueden gestionar como mucho 70 cremaciones y 56 inhumaciones", explica Fernando Sánchez, director de comunicación de Mémora.
Reprochan al Ayuntamiento que, hace cerca de un año, cerrara el horno crematorio de Collserola en lugar de adaptarlo a las nuevas normas medioambientales. "Con el cierre de este horno, en invierno ya sufrimos cuando hubo un pico de gripe", lamenta. Sin embargo, fuentes municipales aseguran que el servicio "está dimensionado a la demanda habitual" y recuerdan que se ha puesto en marcha un quinto horno de apoyo durante el pico de la epidemia. También confirman que en ningún momento se ha tenido que llegar al último recurso de entierros provisionales que se había planteado a inicios de la crisis.
La cantidad de familias que se decantan por la cremación ha aumentado mucho con la llegada del coronavirus. "Creemos que puede ser porque poder tener las cenizas es emocionalmente reconfortante y permiten hacer una despedida una vez superado el estado de excepcionalidad", augura Josep Ventura, director general de Servicios Funerarios de Àltima.
El hecho de que las muertes sean de personas más jóvenes y en el contexto de una pandemia también podría influir en este aumento, según Mémora. Llega a las familias de imprevisto, sin ninguna planificación como la adquisición de un nicho, y las generaciones más jóvenes son quien toma las riendas de la situación y decide.
El estado de alarma también ha obligado a repensar la entrega de las cenizas a las familias para que no se tengan que esperar a recogerlas una vez acabe el confinamiento. Para solucionar esta demora, algunas empresas han empezado a ofrecer un servicio nunca aplicado hasta ahora, el de entrega de cenizas a domicilio.
Sin abrazos, pero con música
Aquellos que optan por un entierro han visto limitado el aforo en los cementerios a tres personas. Se les recomienda que vayan con mascarilla y no pueden ni abrazarse por la distancia de seguridad de entre 1 y 2 metros. Sin embargo, esta norma se hace difícil de cumplir en muchos casos teniendo en cuenta la dureza de las despedidas.
Ante la imposibilidad de celebrar una ceremonia, algunas familias improvisan pequeños homenajes poniendo alguna música especial para el difunto con el móvil, tocando canciones, bailando o recitando unas palabras.
Sí se permite la presencia de un sacerdote religioso en el momento del entierro, si así se pide. El cura, en el caso de los católicos, puede hacer una plegaria, pero en un formato mucho más reducido que las misses habituales.
Eucaristías virtuales por Facebook
Alfons Gea, rector de la parroquia Sant Vicenç de Jonqueres de Sabadell y psicólogo, destaca como es de importante "poder hacer un cierre". Por eso, ha decidido ofrecer la celebración de Eucaristías para difuntos retransmitiéndolas en directo por Facebook. Concretan una hora con la familia y esta avisa al entorno para que puedan unirse y participar en esta "despedida virtual".
Esta situación excepcional provoca un "luto extraño", tal como explica Gea, que combina el trabajo de rector con una línea de apoyo psicológico a las familias. "Mucha gente nos dice que están preocupados porque no lloran, no pueden llorar. Eso es porque el estado de shock de un luto habitual dura unas horas o unos días, pero ahora se ha hecho permanente", dice, aconsejando darse tiempo para esperar que pase.
El luto del coronavirus es un luto atrapado por el miedo. "Cuando no controlas una cosa, sientes que no te puedes defender", describe Gea, que trabaja especialmente con la gestión del miedo. "La muerte era una cosa lejana y lógica y ahora se ha convertido en una especie de ruleta rusa. Eso genera miedo".
¿Cómo encarar este luto?
Fuera de la religión, también hay tradiciones vinculadas a la muerte que ayudan a pasar el luto de una manera más sana. Ahora, todo eso se ha roto. No hay abrazos, no hay reuniones familiares, no hay palabras de despido, no se puede ni siquiera ver el difunto una última vez. Xavier Savin, psicólogo de la fundación Salud y Persona, está en contacto cada día con personas que han perdido seres queridos durante la crisis del coronavirus.
"Se alarga la primera fase del luto: la negación, el no hacerse a la idea", explica, a causa de las dificultades para hacer una última visita o despedirse del cadáver. Ir a decir adiós al hospital a veces puede, incluso, agravar la situación. Esta última visita puede obligar a cumplir unos días de confinamiento en soledad por riesgo de contagio. Algunas personas lo cumplen en casa del difunto en vez de en la suya propia para no exponer a los familiares. "Nos quedamos sin el acompañamiento, sin las tradiciones habituales, sin trabajar en muchos casos y con mucho tiempo para pensar", enumera.
Sus recomendaciones son darse tiempo para exponer las emociones y entender que es normal sentir rabia o tristeza. Consejos para el día a día como centrarse en cuidarse -no dejar de comer, dormir o mantener la higiene- pasan de ser triviales a ser básicos en una situación de tristeza y desesperación. También puede ayudar celebrar algún tipo de homenaje como una videoconferencia con familiares para hablar y recordar en clave positiva a aquella persona mientras no se puede organizar una ceremonia más grande. "No es perfecto, pero es menos malo", aconseja Savin.
"Sobre todo, hay que dar un nuevo significado al hecho de llorar", apunta y pide "no hacerlo a escondidas ni sentirse mal". "Si echamos de menos a alguien es porque valía la pena y llorarlo es un pequeño homenaje a lo que fue".