Duna Ametller es modista y sastra especializada en indumentaria histórica y catalana popular. Ha estudiado un grado superior de vestuario a medida y espectáculos (CFGS), se ha formado trabajando codo con codo con modistas sin abandonar el dibujo y el diseño. Ahora está establecida en el Bisaura, en Osona, y vive del oficio que desde pequeña la ha vertebrado. Vive y lo vive, porque viste habitualmente con ropa de época que cose ella misma. Nos encontramos en el jardín del Ateneu Barcelonès para que me enseñe el encargo que ha venido a entregar y para hablar de moda, de cultura popular, de autoestima y del país.

¿Cómo empezó esta pasión por confeccionar ropa a medida?
Mi padre era artista. Pintor. En casa tenía un montón de cuadros y libros de referencia de los antiguos maestros y de pequeña los consultaba para distraerme. Siempre que miraba lo que había en casa me fijaba en los vestidos. Mi familia siempre me ha animado a seguir la vena artística y al cumplir diez años quise apuntarme a una extraescolar de costura con una modista de Barcelona. Recibí clases un par de años. A los catorce, empezó a interesarme el mundo del teatro, aunque yo nunca actué. En una de las representaciones a las que asistía, los hombres llevaban vestidos del siglo XVIII y decidí, sin más, que me gustaría tener trajes como aquellos y que yo los haría. Poco a poco fui indagando en el mundo de la costura, mi abuela me dejó una máquina de coser, me explicó un par de trucos y aprendí de forma autodidáctica. Al acabar el bachillerato, quise hacer el ciclo superior de vestuario y espectáculos para completar mis conocimientos.

Entrevista|Vislumbrada Duna Almendro / Foto: Pau Venteo
Duna Ametller viste siempre ropa de época / Foto: Pau Venteo

Las mujeres somos creadoras y durante mucho tiempo se nos ha relegado al ámbito doméstico. No hemos hecho catedrales, pero hemos creado lo que forma parte de las necesidades básicas: la comida, evidentemente, y la ropa

De confeccionar indumentaria de época a vestirte habitualmente con ropa de época hay un salto.
La ropa de época me parece estéticamente placentera. Más que la que ahora se lleva. La ropa que llevo también lleva cosidos unos valores. Quizás no fue así cuando empecé, pero con el tiempo he entendido que saber qué hay detrás de aquello con que me adorno es un valor. Saber qué materiales se han utilizado y también por qué y quién ha participado en el proceso de confección. Además, es una puerta al conocimiento histórico del país desde una vertiente cotidiana y doméstica que a veces obviamos. Empecé a vestir cada día indumentaria de época hecha a medida, sobre todo durante la covid porque, como no podía salir de casa, me dedicaba a coser y pensar piezas que me cayeran bien. Antes vestía así solo en ocasiones especiales, pero al acabar el confinamiento, me atreví a llevarla esta ropa habitualmente y a reafirmarme: yo soy esta persona, me siento cómoda vestida así y me veo bonita cuando me miro al espejo.

¿Hay una prioridad para realzar la belleza de cada uno que la ropa contemporánea ha perdido?
No lo diría exactamente de este modo, porque la estética está sujeta a las modas y una parte de la belleza, a veces, también. Sí diría que, en el caso de las mujeres, manifiesta una idea que hoy hemos perdido: el volumen, la idea de ocupar espacio. A lo largo de la historia, a las mujeres se nos ha criticado por ocupar espacio. Por estar, simplemente. Por existir en un lugar. Los vestidos que llevo me dan una presencia, me hacen sentir más segura de mí misma y me dan un peso. Esta ocupación del espacio y la reivindicación de la presencia me llamaron la atención desde siempre. Siempre he tenido mucha inquietud por crear con las manos. Crear es una necesidad humana, y más en el caso de las mujeres. Las mujeres somos creadoras y durante mucho tiempo se nos ha relegado al ámbito doméstico para hacer todo lo que se da por supuesto y que pasa desapercibido. No hemos hecho catedrales, pero hemos creado lo que formaba y forma parte de las necesidades básicas: la comida, evidentemente, y la ropa.

Entrevista|Vislumbrada Duna Almendro / Foto: Pau Venteo
Duna Ametller cose un corsé / Foto: Pau Venteo

No sabemos arreglar desgarrones y descosidos, todo lo tiramos. Vivimos en un extremo de consumismo que es insostenible para el medio ambiente. En este sentido, en mi artesanía también hay militancia ecologista

Tienes predilección por las ropas típicas catalanas. ¿Es militancia?
Sí. En mi trabajo añado parte de mi identidad nacional. Catalunya, por el hecho de ser una nación oprimida, parece que nunca está de moda y que siempre tiene que reivindicarse cargando el estigma. Es una lástima que veamos tantas otras culturas —en la península o en el resto de Europa— y las romantizamos de entrada, mientras aquí todo lo que son vestidos tradicionales ha quedado relegado a los esbarts y lo vemos con sorna. Como tantas otras cosas, parece que nos avergüenza ser quienes somos. Con respecto a indumentaria típica catalana, una de las consecuencias de la falta de autoestima es que se ha hecho poca investigación y divulgación. Siendo modista, puedo hacer un servicio al país y buscar qué nos falta en un plan de normalización de nuestras tradiciones. Es lo mismo que todo el mundo entiende que hay que hacer con la lengua: militancia para conseguir vivirla en un contexto de normalidad. La ropa tradicional está relegada a los días de fiesta mayor. Por vergüenza de reivindicar lo que es nuestro, lo hemos folclorizado, lo hemos petrificado. La ropa es importante porque es lo primero que la gente ve de ti: antes de abrir la boca y hablar en catalán, la gente ya me ha visto. No estoy pidiendo que mañana vayamos todos vestidos con ropas tradicionales, pero tendríamos que verlo con mucho menos recelo.

Si preguntáramos por ropas catalanas, la mayoría de los catalanes quizás solo podrían identificar un par o tres de piezas.
Sí, porque la mayor parte ya no las utilizamos. Todo el mundo sabe qué es una barretina porque se ha convertido en un símbolo, y las alpargatas porque son un calzado que, además, ha disfrutado de una especie de resurgimiento. Evidentemente, otra consecuencia de ese recelo es el desconocimiento. Siendo la nación minorizada, poco a poco se deshace el vínculo con nuestra tradición y se vincula a la tradición de la nación mayoritaria. Quizá pensemos en cosas grandes, en la sustitución de los momentos gloriosos de la historia de Catalunya por momentos gloriosos de la historia de España. Pero el problema de fondo es que nos hemos dejado de fijar en las cosas pequeñas, y son las cosas pequeñas las que hacen la nación. Tras los grandes momentos que nos han hecho —la industrialización, por ejemplo— había una cotidianidad, un talante propio, que también se ha ido perdiendo. Nos pasa aún hoy: la covid nos ha marcado, participar en grandes manifestaciones independentistas nos ha marcado. Reconfiguramos la catalanidad a través de aquello que nos parece grande, pero pensando en Maria Nicolau, por ejemplo, ya no sabemos hacer un fricandó. La catalanidad también está en el ámbito privado y doméstico.

Entrevista|Vislumbrada Duna Almendro / Foto: Pau Venteo
Duna Ametller, en el jardín del Ateneu Barcelonès / Foto: Pau Venteo

Es desolador que yo haya tenido que buscar cuál es mi cultura en lugar de haberla mamado. He tenido que salir a buscar mi pasado, no me ha sido dado por impregnación cultural como pasa en las naciones normales

Has hablado de la barretina. En su Costumari, Joan Amades explica que entonces solo llevaban barretina algunos ancianos de la Garrotxa y del Alt Empordà, aunque personajes como Jacint Verdaguer y después Salvador Dalí habían trabajado para popularizarla de nuevo.
Verdaguer representa el punto de escisión completa entre lo que es popular y la moda hegemónica. Quien dice moda, dice cultura. Precisamente durante la Renaixença se procura elevar e idealizar lo que es catalán, pero a pesar de todo escogimos la moda hegemónica. Otra vez, es fruto de un menosprecio: no nos gusta mirar a casa, no nos gusta pensar en nuestros abuelos y bisabuelos con barretina, en el pastor que vivía en la montaña o en la hilandera con su rueca en el portal de casa.

¿Cómo superar esta situación en todos los ámbitos sin apelar a la autoestima de manera vacía?
Amando a quién somos desde la conciencia. Entendiendo que somos quien somos, trabajamos como trabajamos y hablamos la lengua que hablamos porque procedemos de un pasado: soy y me siento catalana porque la gente que es como yo tiene un pasado o se lo ha hecho suyo. Y entendiendo que, aunque haga siglos que sufrimos, también hace siglos que resistimos. Es así. Lo que me parece desolador es que yo haya tenido que buscar mi cultura en lugar de haberla mamado. Tanto con respecto a canciones populares, a rondallas o a vestuario, todo lo que yo he querido comprender de mi catalanidad me ha pedido un esfuerzo. He tenido que salir a buscar mi pasado, no me ha sido dado por impregnación cultural como pasa en las naciones normales. Para tener autoestima, primero tenemos que conocer lo que estimamos. Los complejos, sin embargo, nos desvinculan. Si olvidamos por qué hace años nos vestíamos de una determinada manera, obviamos las razones históricas, económicas e incluso climáticas que había detrás y que también son parte del caldo de cultivo cultural que ha levantado la nación.

Entrevista|Vislumbrada Duna Almendro / Foto: Pau Venteo
Duna Ametller se ata el delantal / Foto: Pau Venteo

Nunca nada nos queda bien del todo. Si la ropa es ajustable, si sabes hacer arreglos, ya no eres tú quien tiene que caber en la ropa: la ropa te cabe a ti. En vez de poner la presión sobre el cuerpo, pongámosla sobre el producto

Has hablado de las alpargatas: hay quien las considera de baja estofa.
Yo no considero de baja estofa la ropa que llevo. Tampoco visto de seda, pero es ropa hecha a medida. Considero que voy bastante engalanada, pero no formal: para mí es la ropa de cada día. Hay quien considera las alpargatas de baja estofa y va vestido con ropa que han hecho niños vaya usted a saber en qué condiciones. Hay quien piensa que va muy bien vestido, que mira las alpargatas por encima del hombro, pero en un par de lavados, su camiseta se desintegra en tus manos. Ahora mismo es impensable llevar la misma ropa durante veinte años, o llevar a reparar unas alpargatas: compramos ropa que nos queda bien en la primera prueba y basta, cambiamos de armario a menudo y bruscamente, nos compramos una pieza para una sola ocasión y no nos la volvemos a poner nunca más. No sabemos arreglar desgarrones y descosidos, lo tiramos todo. Vivimos en un extremo de consumismo que es insostenible para el medioambiente. En este sentido, en mi artesanía también hay militancia ecologista: reducir el armario, comprar una pieza buena de vez en cuando, llevar las cosas a arreglar, y no comprar siguiendo el impulso de TikTok. Cada uno tiene que vestir para su confort, pero solo con la perspectiva de escoger una prenda de ropa que dure toda la vida, o de vestir con materiales más nobles —lana, lino y algodón en vez de poliéster acrílico—, estaremos más cómodos, le haremos un bien al medioambiente y ennobleceremos nuestro vestido. Y si añadimos unas alpargatas o algún elemento propio, además, disfrutaremos de nuestra unicidad.

¿Eso no significa volver al corsé, no?
A lo largo de los años, el cuerpo de las mujeres suele cambiar más que el de los hombres. Porque podemos quedarnos embarazadas, por ejemplo, o porque nuestras medidas varían en función del ciclo menstrual o la edad. El corsé que llevo, la ropa de época, puede ajustarse con lazos. Incluso embarazada podría llevar el mismo corsé, menos ajustado. O abrírmela para amamantar al hijo. O estrecharla menos para estar cómoda si engordo. Hoy, el tallaje de la ropa, por el hecho de que todas tienen cuerpos únicos y diferentes, nunca ajusta del todo. Nada va bien a nadie y eso también ejerce una presión sobre nuestros cuerpos, que deben hacer esfuerzos para encajar en unos patrones, en unas tallas ficticias. Nunca nada queda lo suficiente bien. Si la ropa es ajustable, si sabes hacer arreglos, ya no eres tú quien tiene que caber en la ropa: la ropa te cabe a ti. En vez de poner la presión sobre el cuerpo, pongámosla sobre el producto.

Entrevista|Vislumbrada Duna Almendro / Foto: Pau Venteo
Duna Ametller en el Ateneu Barcelonès / Foto: Pau Venteo

¿Qué papel juega la comodidad?
La comodidad juega un papel un poco falso. Siempre que me preguntan por el corsé, lo hacen porque asumen que no es cómodo, que es una pieza que me oprime como mujer. El hecho es que la opresión estética sobre la mujer ha cambiado de forma, pero todavía existe. Antes todo partía de la misma pieza: si la moda era tener los pechos levantados, estrechabas el corsé. Si la moda eran los pechos pequeños, lo desajustabas. Este discurso de la comodidad y la opresión me parece un poco contradictorio, porque ahora nos planteamos de entrada modificar nuestros cuerpos y someterlos a operaciones antes que modificar la manera como lo vestimos. Aquí hay intereses, porque la moda lenta no mueve dinero, mientras que la presión sobre el cuerpo de las mujeres, sí. Que no se me malinterprete, no estoy simpatizando con las tradwifes americanas ni romantizo un ayer edulcorado: estoy defendiendo la idea de que yo no quiero modificar mi cuerpo por la moda. Es absurdo, porque hay cosas del cuerpo que nunca podremos cambiar. Modificar la ropa y aceptar tu cuerpo, y no a la inversa. Si no, la moda, que es pasajera, nunca jugará a tu favor.

La industria de la moda hoy es uniformizando.
Sí, reduce la individualidad. Nos vestimos igual aquí que en China, cosa que es fruto de la globalización que se lo come todo: los idiomas, las particularidades, las culturas. Creemos que vivimos una época de multiculturalidad, y no es multiculturalidad. No vivimos inmersos en varias culturas, las omitimos. Las tratamos como un producto de consumo, ignoramos lo que es nuestro en nombre de la moda y así, nunca miramos nada de lo que nos es propio con ternura y respeto, y tampoco lo hacemos con lo que es de otros: lo consumimos y lo tiramos. Además, nos avergonzamos de lo que es nuestro. Mis ancestros no pasaron penurias por ser como eran —sin ir tan lejos, durante el franquismo— para que yo ahora me desdiga de todo con indiferencia.

Con los años he pasado de imaginarme a Dios como un señor barbudo que castiga desde el cielo a entender que lo es todo, también la belleza que busco y adoro desde pequeña

Aparte de hacer arreglos de ropas de época, también has restaurado las ropas de la Virgen del Rosario de Santa Maria del Pi.
Hay pocos restauradores textiles. Yo misma no lo soy: no he restaurado esa ropa, la he rehecho. No lo hago como una cosa más. Me parece que en el hecho de restaurar cualquier cosa, de no dejar que se caiga a trozos, evitamos condenarla al olvido. Me parece que es una falta de respeto y de amor dejar que las cosas se pudran y se estropeen. Restaurar es mostrar respeto y amor por aquello que han respetado y querido nuestros antepasados, sobre todo cuando son cosas que, durante años, la gente de nuestro país ha adorado con mucho fervor y mucha devoción.

Entonces ¿la cruz que llevas al cuello y que completa cada modelo no es estética?
No es estética, no. Supongo que siempre he vivido en contacto con la espiritualidad de la mano del arte y de la belleza, aunque antes no sabía ponerle nombre. Con los años he pasado de imaginarme a Dios como un señor barbudo que castiga desde el cielo a entender que lo es todo, también la belleza que busco y que adoro desde pequeña. Cuándo fui entendiendo eso, cambió mi manera de ver la vida, incluso a través de mis creaciones, de la ropa que coso con mis manos. Cuando he entendido qué era lo que necesitaba, me he sentido satisfecha y plena. Me siento agradecida de poder vivir, crear y disfrutar de la belleza. Cada acto cotidiano es un agradecimiento, conscientemente o inconsciente. Todos tienen que poder disponer de un hogar, todos tenemos que poder tener una identidad y una manera de vestir propia, todos tienen que poder ser amados y todos tienen que poder disfrutar de su existencia. Dios es este todo que nos satisface.