Entrar al supermercado y ponerse gel desinfectante. Salir del metro y ponerse gel desinfectante. Tocar la puerta del portal de casa y ponerse gel desinfectante. Ir al lavabo de un bar y ponerse gel desinfectante después de haberse lavado las manos y tocar la puerta de salida. Limpiar dos veces el ordenador de la oficina. Ponerse gel desinfectante antes y después de comerse el bocadillo. Comer delante del ordenador para no coincidir con nadie. Lavarse las manos antes y después de hacerlo. Lavarse las manos o ponerse gel desinfectante antes de dar un abrazo. Entrar en una casa y lavarse las manos. Lavarse las manos unas 300 veces al día y, sin embargo, coger el coronavirus.
Y después, sentirse como un auténtico leproso. Que todo el mundo te ponga la etiqueta de "persona contagiada" y repasen mentalmente los contactos que han tenido, frecuencia, proximidad y con mascarilla o sin. Sentir el peso de la culpa como si se tratara de una losa de cemento. Pasar el aislamiento en soledad, en una habitación minúscula, no poder salir sin mascarilla y al hacerlo, en horas pactadas para no cruzarte con nadie. Una vez superado el virus, queda el estigma.
Miedo al contagio
"Apestado es un término que utilizamos coloquialmente y viene de la peste. "El primero que aparece es la necesidad de identificar los cuerpos contagiados. Durante la peste se marcaban con una cruz las casas de la gente que tenían la enfermedad, estaba marcado como alguien que no podía moverse", explica el psicólogo y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC José Ramón Ubieto.
"La condición de apestado y estigma está presente en el miedo al contagio y durante la pandemia se ha demostrado una creciente desigualdad" y expone que es precisamente este aspecto de división que comporta "un cierto estado paranoide permanente". Ubieto comenta que también se puede ver claramente con las vacunas y las restricciones. "Eso responde a la polarización social y a la necesidad de encontrar un sentido en un mundo donde la desconfianza a los dirigentes políticos es muy grande". "Ya no creemos en nada porque la división aumenta la desconfianza", enfatiza.
Según dice, el crecimiento de la desconfianza aumenta los fenómenos paranoides y las burbujas de odio. "El estigma se hace mayor porque los 'apestados' forman parte de una burbuja que no es la mía". Y recuerda que durante el desconfinamiento, algunos jóvenes se sintieron señalados como posibles contagiados por gente mayor. "Algunos jóvenes i personal sanitario pueden tener la sensación de verse como terroristas llevando el virus".
Qué necesita un estigma para sobrevivir
Ubieto cree, sin embargo, que la cosa no irá a peor. "Los estigmas necesitan condiciones de reproducción y estas condiciones piden continuidad en el tiempo". Por lo tanto, tiene que haber cierta reiteración de los actos, cosa que, a priori, no debería suceder en la situación actual de la pandemia.