Finalmente la pandemia del coronavirus ha afectado al colectivo más discriminado y maltratado de nuestra sociedad y al mismo tiempo luchador incansable por la libertad y emancipación de las clases oprimidas: los fumadores y fumadoras. El viernes pasado, el ministro Salvador Illa atentaba contra la libertad de poder fumarme un cigarro en tu cara y soplarte, ya no sólo las sustancias nocivas del humo del tabaco, si no también la posible carga vírica que pueda tener después de descansar unos segundos en mis pulmones. Ataque directo al estado del bienestar que tanta sangre y sudor ha costado a nuestros antepasados. Porque en los debates sobre tabaquismo a veces parece que la libertad es unidireccional: los fumadores tienen que tener derecho a fumar donde quieran y cualquier restricción en relación a eso implica coartar derechos fundamentales, pero el resto de personas no tienen derecho a reclamar espacios sin humo. Fue así en el 2006, está siendo así ahora y será así hasta que el tabaco quede reducido a la más absoluta intimidad como lo están, exceptuando el alcohol, el resto de drogas.

Esta es la cara que se le queda al prestigioso doctor Harold cuando te dice que tendrías que dejar el tabaco porque tienes cáncer de pulmón con metástasis y le respondes "¡Puto comunista! ¿Y mi libertad de fumar"?

En cualquier caso y ya mirando adelante, no poder fumar en las terrazas o en calles abarrotadas representa todo un reto para una sociedad demasiado acostumbrada a tendencias autolesivas socialmente aceptadas y disfrazadas de placer. Se nos presenta un final de verano donde tendremos que superar algunos tics que repasamos en la Tumbona.

El piti de después de currar

Faena hecha no mete prisa y con qué tranquilidad entra ese cigarrillo que te dura exactamente el tiempo que tardas en llegar al metro más próximo al trabajo. A partir de ahora, a no ser que salgamos de trabajar a horas intempestivas o que lo hagamos en un polígono industrial de calles anchas y vacías, nos quedamos sin este regalo que nos damos los fumadores después de una jornada laboral. ¡Y sorpresa! Descubriremos que trabajamos porque no nos queda más remedio si queremos acceder a derechos universales como la vivienda o la comida. Que la meta que nos ponemos en forma de nicotina y monóxido de carbono no es más que un pequeño premio por aguantar un trabajo que nos supone un esfuerzo que no queremos hacer. Como cuándo le das una golosina a tu perro por no cagarse en el sofá de casa. Con la nueva normativa tendremos que dejar de ludificar nuestro día a día o tendremos que esperar a llegar a casa para hacerlo.

Una fumadora recompensándose a sí misma con un cigarrillo como premio por haber aguantado un día más su jornada laboral / Hebi B. - Pixabay

El piti de esperar el bus

O el de esperar a la amiga que llega tarde. O el de esperar a que me cojan en la peluquería. O el de cualquier momento en el cual nuestra vida acelerada se detiene repentinamente y no nos queda más remedio que esperar. Un pequeño tiempo muerto donde, de repente, sentimos el yugo del productivismo, nos atacan los nervios y recurrimos al suicidio. Pero quitarnos la vida ahora mismo sería un golpe duro para nuestra familia, así que lo hacemos poco a poco y en diferido: sacamos un cigarrillo para pasar la angustia del momento y, nunca mejor dicho, le cargamos el muerto al abuelo de nuestros nietos. Una posible alternativa es cambiar el tabaco por las chuches. O dicho de otra manera: cambiamos la EPOC por la diabetes y así podremos conseguir igualmente nuestro cometido de huir de este mundo de forma precoz y, encima, no impedimos que negocios que dependen de la mala salud de los demás paren su enriquecimiento desmedido.

La directora ejecutiva de una farmacéutica nos enseña como le afectan los malos hábitos y los excesos de una sociedad entera / Sally Jermain - Pixabay

El piti social

Quién no ha escuchado (¡o dicho!) nunca aquello de "yo es que soy fumador social". Gente que sólo fuma cuando está tomando una cerveza en compañía. Que le llaman fumador social pero en realidad nunca se acaba de saber del todo si es por la compañía y la actividad comunitaria o si la causa de este tabaquismo intermitente es en realidad la concentración de alcohol en la sangre. Demasiada casualidad que el grueso de fumadores sociales se concentre exclusivamente en discotecas y terrazas de bar y en cambio no te encuentres ninguno en la caminata a Monsterrat o en la puerta del MNAC. En realidad estos son los principales afectados por estas nuevas restricciones ya que les quitan los pocos espacios donde se permitían la libertad de fumar.

"No, crack, si yo sólo soy fumador social. No soy una lacra adicta a sustancias como tú. Pero ahora que llevo un par de birras encima, te cojo a un piti si no te importa, ¿vale máquina"? declara en exclusiva para La Tumbona un fumador social. / SamWilliamsPhoto - Pixabay

Y afectados no quiere decir perjudicados porque igual serán los primeros en dejar un vicio que no aporta nada más allá de la estética. Un vicio que sentencia a muerte a nuestro 'yo' del futuro, quien, posiblemente, será alguien bastante más interesante que nosotros, pero a quien no podemos salvar de forma inmediata por culpa de la prepotencia del presente y de unos cuantos neurotransmisors activados por la nicotina.