Marta Roqueta (1988) es investigadora, periodista y feminista. Autora de De la poma a la pantalla. Amor, sexe i desig en l'època digital (Pagès, 2019), es una de las voces más audaces del feminismo catalán a la hora de enfrentar ideológicamente al adversario. Actualmente estudia un doctorado en la Universitat Oberta de Catalunya sobre activismo feminista en línea, colabora en diversos medios y es una de las editoras de Màtria o barbàrie, trenta veus del feminisme català (Angle, 2024). Está esperando su primer hijo. Nos encontramos en el jardín del Ateneu Barcelonès para hablar sobre la maternidad, la crianza y su encaje feminista. En un momento histórico marcado por el ascenso de los reaccionarismos, parece que reproducirse es un posicionamiento político.

Estás a un mes de parir. ¿Tienes miedo?
No, ya no. Al principio impresiona, pero ya no tengo ningún miedo. He pasado miedo y creo que a muchas mujeres les ocurre lo mismo. Siempre existe la posibilidad de que tengas complicaciones, incluso de que se te muera el hijo. También he pensado mucho en el tema de la violencia obstétrica, pero en el hospital donde me toca parir me han tratado muy bien. Eso siempre ayuda a mentalizarte para el parto, a ir pasando miedos.

¿Se te ha despertado el “instinto maternal” o se trata de otro invento?
Antes yo siempre decía que, si me quedaba embarazada y tenía un hijo, me arrepentiría, pero que si no me quedaba, también. Lo que nos pasa no es exactamente instinto maternal como tal, creo. Durante el embarazo, por ejemplo, cuando oigo llorar a un bebé, lo busco e instintivamente quiero saber qué le ocurre. El cóctel hormonal es evidente y también la transformación corporal —incluso cerebral— muy importante. Hay muchísimas emociones por enmedio. Es un cambio personal inevitable porque, de sopetón, llevas a una persona dentro. En mi caso, ideológicamente, el embarazo también me ha reafirmado en mi posición a favor del aborto, en contra de la maternidad subrogada y a favor de los derechos de las mujeres trans.

Vayamos por partes.
¿Empiezo por el final?

Tiene toda la lógica.
Respecto a las mujeres trans, me he reafirmado en lo que ya creía. La maternidad se ha utilizado a menudo para decir quién es mujer de verdad y quién no. Durante estos nueve meses, mi cuerpo ha sufrido unas transformaciones tan sustanciales —también a raíz del cambio hormonal— que me han hecho plantear qué relación tiene mi identidad con mi cuerpo, por ejemplo. Mi cuerpo ha sido un cuerpo en transición, como el de mi hijo: ha pasado de ser una pelota de células a un ser humano. Maggie Nelson, en Los argonautas, hace un paralelismo con su embarazo y el proceso de transición de su pareja. Me parece que esta idea de tránsito, de persona en tránsito, puedes comprenderla mejor como embarazada.

Marta Roqueta, en el Ateneu Barcelonès / Foto: Pau de la Calle

¿Y no pasa con cualquier cambio corporal, que tienes que reajustar tu identidad?
Quizás, pero creo que, en el caso del embarazo, pasa a un nivel mucho más ontológico. Quiero decir que el cambio psicológico y el físico van mucho más ligados, quizás por eso cuesta más reajustarte.

¿Y respecto al aborto y la gestación subrogada?
Yo he tenido un embarazo muy bueno: sin náuseas ni dolores de espalda, no se me han hinchado las piernas… Hay embarazadas que lo pasan mucho peor. Cuando hablamos del aborto siempre nos centramos en la vida del bebé, el debate siempre gira en torno al bebé, que también es importante. Pero, claro, todas esas transformaciones físicas que implica el embarazo, las revisiones médicas, las cosas que pueden salir bien o mal... Obligar a una mujer a tener un hijo también es obligarla a transitar un proceso de transformación corporal y psicológica que, en cualquier otro ámbito, si no es escogido libremente, es una tortura. La gestación subrogada es un poco lo mismo. Es importante explicarla desde el punto de vista del altruismo porque, por ejemplo, aceptamos que se puedan dar órganos de forma altruista y, en cambio, no consideremos que alguien tenga derecho a tener un órgano y quitárselo a otro. Si nos planteamos una gestación subrogada en términos económicos, lo hacemos porque en el fondo consideramos que el cuerpo de las mujeres es una máquina que produce bebés. Pero “producir bebés” tiene un riesgo físico y es una despersonalización. No hay ninguna legislación laboral que permita un sacrificio físico tan fuerte.

¿La maternidad es un tema que, históricamente, ha incomodado al feminismo?
Un poco, sí, al menos parcialmente. A lo largo de la historia, la maternidad ha sido un instrumento de control y ha servido para esclavizarnos.

Ahora se habla de maternidades mamíferas.
Es una corriente que se basa en el respeto a los instintos del cuerpo materno, respecto al preparto y al parto, y en estar muy presente en la crianza. Se habla porque, durante mucho tiempo, la maternidad ha sido un instrumento de control, y porque este control y esta violencia se ha ejercido mediante instituciones sanitarias que han justificado prácticas violentas o de sumisión, con sesgos de género, a través de la ciencia. Con las mujeres, a veces, más que ciencia se hace pseudociencia. Si se hubieran aplicado a los hombres, muchas de estas investigaciones no habrían pasado una peer review [verificación por pares] seria. Ante esto, los movimientos feministas —desde el ámbito médico o desde fuera, desde el activismo— han reivindicado un parto respetado y el fin de la violencia obstétrica. Muchas veces se ha hecho desde la investigación científica aplicando una visión de género. A veces, contradecir el régimen de la ciencia desde los instintos puede chirriar. La idea de “yo sé parir porque soy mamífera” es muy cuestionable, ya que es una esencialización de la naturaleza. Además, se habla mucho de las madres mamíferas pero muy poco de los padres mamíferos.

Marta Roqueta, en la calle de la Canuda / Foto: Pau de la Calle

¿Puede ser que el discurso de las maternidades mamíferas tenga un punto retrógrado, acientífico e incluso esotérico?
Sí. Me parece que la infiltración de la pseudociencia en el feminismo y en el activismo contra la violencia sanitaria es debida al hecho de que, durante mucho tiempo, la ciencia médica se ha comportado como una pseudociencia para las mujeres. Si la institución falla, hay quien necesita encontrar otros discursos para protegerse. Si quieres parir sin la epidural, por ejemplo, tienes derecho. Si quieres reconceptualizar el dolor o pensarlo de otra manera, tienes derecho. Si crees que todo eso te empodera, adelante. Ahora bien, me parece una tontería la idea que eres más madre y que solo es un parto de verdad si pares con dolor, o que si pides la epidural has fracasado. El dolor no empodera. Parir en casa, sin más, no empodera. Este discurso de las maternidades mamíferas a menudo termina añadiendo más carga a las mujeres porque, respecto a crianza, por ejemplo, implica tener el bebé enganchado todo el día. Los “padres mamíferos” quedan fuera de la ecuación, supongo.

Con afán de reconceptualizar la maternidad, estos discursos te empujan a hacer girar toda tu identidad sobre el hecho de ser madre.
Evidentemente, hay una parte retrógrada en todo esto. Es blanquear la estructura patriarcal familiar que esclavizaba las mujeres a los hijos. Ahora se pinta todo de voluntad y “mamiferidad”, pero si te han hecho una cesárea, por ejemplo, hay un tiempo de recuperación que no puedes saltártelo. A veces parece que la sociedad espera que dos minutos después de que te hayan abierto en canal ya estés bien —y no puedes. Con el tiempo de recuperación pasa como con la epidural o el parto doméstico: tienes que poder hacer lo que tú quieras. Hace poco leí el libro de Eva Millet, Madres mamíferas. Es flojo. Yo pensaba: ¿pero tú qué problema tienes si una mujer pare sin epidural o da el pecho al niño hasta los dos años? La cuestión son las razones y las circunstancias que llevan a la madre a escogerlo. La cuestión es cuando la madre, por ejemplo, se siente culpable por darle leche en fórmula o porque no ha podido amamantarlo hasta los dos años. Aquí empiezan los problemas. En el momento en que tú defiendes una visión desde el esencialismo y desde una espiritualidad que te lo explica dogmáticamente, en el momento en qué esencializas la naturaleza y además lo vinculas un discurso espiritual y moral, resbalas por un terreno un poco peligroso.

La maternidad mola. Yo veo la ropa que tengo preparada para mi hijo, minúscula, y me hace mucha ilusión. O verle la cara después de nueve meses de embarazo. Quiero descubrir el mundo con unos ojos nuevos: sus ojos

Pero respecto a crianza hay unas inercias históricas y sociales, ¿no? A veces no es suficiente con “que cada uno haga lo que quiera”.
Está claro. La gente de nuestra generación, por ejemplo, hemos crecido con el modelo de nuestras abuelas, que se quedaban en casa, y con el de nuestras madres, que se sentían muy orgullosas de volver a trabajar enseguida después de parir, o haber trabajado hasta el día del parto. Nuestra generación que, en este sentido, ya es la tercera, es la que quizás se ha desprendido tanto de la inercia de quedarse en casa para ser buena madre como de la inercia de volver enseguida al trabajo para ser una buena mujer. Ahora intentamos combinar las dos, así que tenemos un poco de todo.

Y unas inercias económicas.
La solución que te da el Estado es externalizar los cuidados. Por lo tanto, cuanto más dinero tengas, más fácil será. Mucha gente las externaliza gratis a través de los abuelos, por ejemplo. El modelo que escojas, el tiempo que quieras dedicar al hijo, siempre depende de la urgencia que tengas para cobrar el sueldo. Pienso que los permisos de paternidad y maternidad tendrían que ser más largos, pero no iguales. La madre no solo necesita tiempo para cuidar a la criatura, también lo necesita para recuperarse del parto. El padre solo tiene que cuidar a la criatura. O con el tema de la educación desde los cero años, por ejemplo, que debería ser gratuita y las cuidadoras y las educadoras tendrían que ser funcionarias. Lo que tiene que hacer el Estado es proteger a quien asume estas tareas reproductivas. El problema que tenemos con el sistema aquí es que se considera una socialdemocracia mediterránea donde la familia todavía tiene un peso muy importante. Normalmente, cuando hablamos de la familia, hablamos de la mujer. Hay una serie de sectores de los cuidados vinculados a la maternidad de que el Estado tendría que tener muy protegidos y cubiertos porque, en el fondo, tener hijos es un servicio público. Esto no quiere decir que tengamos que obligar a las mujeres a parir, quiere decir que, si quieren parir, tenemos que ofrecerles facilidades.

Marta Roqueta, en Ciutat Vella / Foto: Pau de la Calle

¿Tienes la sensación de que impera un discurso anti-reproductivo?
El problema es que hay discurso reproductivo, pero no lo hay sobre el fruto de la reproducción, porque el hijo, después del parto, ya es tu problema. Se nota mucho con la atención social que recibe la mujer durante el embarazo, que después se desvanece. Incluso la manera como te miran los hombres cambia cuando estás embarazada. Pero una vez has parido, la gente no solo se olvida, sino que recibes presión para recuperar la figura que tenías antes.

¿Hablas con otras madres, de eso?
Sí, y también con amigas sin hijos. Es curioso, porque las amigas que tienen hijos siempre te resuelven dudas logísticas y, en cambio, con las amigas que ni están ni han estado embarazadas estás muy bien, porque puedes hablar de otras cosas durante un rato. Hablando con otras madres, a menudo la tendencia es explicar mucho más los problemas de la maternidad, seas una señora que habla desde la conexión con la Pachamama o no. Hay más conciencia en este sentido y me parece que es una victoria del feminismo. Hay muchas mujeres que no se consideran feministas, pero hablando de según qué aspectos de la maternidad, coincides.

¿Qué papel juega la pareja? ¿Condiciona como vives la maternidad?
La pareja o quien sea. Puedes ser poliamoroso, por ejemplo. Podemos hablar de las personas que acompañan en general. Si nos centramos en las relaciones heterosexuales estrictamente monógamas, me parece que se repite mucho la idea de “he tenido suerte con mi pareja” y muchas veces esta “suerte” es, sencillamente, tener un hombre que es un adulto funcional y responsable. Una persona que entiende que es al 50-50, vaya. Que además de no sufrir los cambios físicos y psicológicos que supone ser madre, se involucre y esté dispuesto a los sacrificios laborales necesarios. Que no vea a la madre como mánager de todo, que comparta la carga mental. Que no se vea como un asalariado, sino como un codirector. Monógamos o no, la cuestión es tener a tu alrededor gente que entienda la complejidad de una crianza. En este sentido, pienso que quien ha gestado al hijo es más consciente de lo que cuesta hacer una vida. Tiene nueve meses para pensar y además ha visto a otras mujeres cis u hombres trans pasar por lo mismo. A veces la pareja no empieza a hacerse una idea hasta que no ve la primera ecografía. Desde ese momento, la responsabilidad que implica tiene que ser netamente compartida. Pienso en Bertín Osborne, por ejemplo, que es antiabortista y ha abortado como los hombres abortan de toda la vida: decidiendo no hacerse responsables del niño.

La paternidad todavía se ve como pasar tiempo con los hijos jugando, por ejemplo. Los trabajos más duros de la crianza aun recaen sobre las mujeres. Los hombres suelen involucrarse cuando les otorga prestigio o ventaja social

¿Esta conversación sobre maternidad ocupa el espacio adecuado en el debate público?
Las mujeres están más concienciadas. Quieran tener hijos o no, me parece que crece la tendencia a hablar más del asunto, incluso a asegurarnos de que otras mujeres pueden escoger lo que quieren. Ahora bien, como en muchas otras conversaciones feministas, los hombres no están y no tienen interés en estar. Como tradicionalmente han ocupado el espacio público, han hecho que se crea que solo lo que les pasa a ellos es universal. Fíjate cuántos libros tenemos de señores universitarios y de grandes pitopáusicos que se enrollan con jovencitas para recuperar un no sé qué perdido. Y dices: ¿es esto una historia universal? No. Reproducirse sí lo es. Creo que para hablar de paternidad, los hombres necesitan revestirlo de cierta épica para no vincularlo a emociones típicamente femeninas. Pienso en la saga de Star Wars, por ejemplo, que es una historia en torno a la paternidad. Es interesante ver cómo los hombres han conseguido vincular a narrativas épicas emociones que se suponen del ámbito afectivo y femenino. ¿Dónde está permitido que los hombres lloren? En el fútbol, por ejemplo. O en la guerra. ¿Por qué? Porque detrás hay una narrativa épica.

¿Cómo lo tienen que hacerlo los hombres para hablar de paternidad?
Sinceramente, no sé si hablan mucho de paternidad entre ellos. Me parece que todavía se la ve como pasar tiempo con los hijos jugando, por ejemplo. Los trabajos más duros de la crianza aún recaen sobre las mujeres. Los hombres suelen involucrarse cuando les otorga un prestigio o una ventaja social. Durante el coronavirus, las tareas domésticas que más hacían los hombres era salir a la calle a comprar. Es un poco tramposo pensar que el trabajo se reparte a partes iguales si mientras él juega con el bebé, tú estás comprándole ropa. A veces se habla de los “hombres deconstruidos” y parece que tengamos que premiarlos. Lo están convirtiendo en una identidad. Nadie merece un premio por ser una persona decente y consciente. Es lo mínimo. Ahora tenemos todo esto de predicar al hombre deconstruido porque da prestigio social y, encima, tenemos que acompañarlos en su deconstrucción. Incluso les hace ganar puntos en la escala sexual. Es lamentable. Yo no quiero que los hombres se deconstruyan, quiero que dejen de ser machistas.

La mayoría de los discursos reaccionarios pone el foco en que las mujeres blancas no tienen hijos y, por lo tanto, debemos tenerlos como una máquina. Yo creo en la maternidad desde el prisma de la esperanza, de no tener miedo, de no tener hijos contra alguien

Dicen que cada niño que nace es una muestra de que Dios no ha perdido la esperanza en el ser humano.
Me parece que ser madre hoy es un verdadero posicionamiento político, sobre todo en un momento en que el reaccionarismo, tanto de derechas como de izquierdas, se nutre de desesperanza. Si te fijas, la mayoría de los discursos reaccionarios pone el foco en que las mujeres blancas no tienen hijos y, por tanto, debemos tenerlos como una máquina. Yo creo en la maternidad desde el prisma de la esperanza, de no tener miedo, de no tener hijos contra alguien. Yop no me pliego a la extrema derecha, o a los discursos reaccionarios que vienen de la izquierda o del mismo feminismo. Dentro del feminismo hay transfobia, por ejemplo. O esa corriente dogmática contra el punitivismo, que desincentiva que las agredidas denuncien. Pero precisamente porque el reaccionarismo es transversal, también estamos en un buen momento para que conservadores, liberales y progresistas nos aliemos en estas cuestiones. No debemos tener miedo.

Hemos empezado hablando de miedo, pero no quiero acabar hablando de miedo. ¿Qué te ilusiona de ser madre?
A ver, ¡la maternidad mola! A veces, para concienciar, desde el mismo feminismo nos hemos encargado de destacar que es dura, pero no hemos puesto bien el límite en ese acento. Yo veo la ropa que tengo preparada por mi hijo, minúscula, y me hace mucha ilusión. O verle la cara, por ejemplo, tras nueve meses de embarazo. Quiero descubrir el mundo con unos ojos nuevos: sus ojos.