La comisión creada en Montserrat para estudiar los posibles casos de abuso sexual a menores ha concluido que el monje Andreu Soler fue un "depredador sexual y un pederasta". Tras escuchar los relatos de sus víctimas —hasta 12 personas lo han denunciado— el colectivo asegura que el monje no sólo no mostró en ningún momento arrepentimiento, sino que su actitud se agravó con el paso de los años y que incluso llegó a utilizar la violencia. Además, saca a la luz que otro monje, V.T.M., fuera ya del monasterio, habría abusado como mínimo de dos menores. La Abadía de Montserrat ha adelantado que trasladará los resultados de la investigación a la fiscalía, el Síndic de Greuges, y a organismos competentes de la Santa Sede y de la misma congregación benedictina.
En declaraciones a la ACN, el padre Bernat Juliol, portavoz del monasterio e integrante de la comisión, lamenta los hechos y el dolor que han podido causar. El mismo padre abad, Josep Maria Soler, tiene intención de pedir públicamente perdón a las víctimas en la homilía de este domingo.
El padre abad, que en el año 2000 recibió la denuncia de una de las víctimas, apartó al monje Andreu Soler de los escultistas y lo envió al monasterio del Miracle, donde no tenía contacto con menores. Ahora, entrevistado por la comisión, dice que "actuaría de manera diferente", de forma "más firme y contundente", al tratarse de una la "lacra social muy grave".
12 personas denunciaron haber sido víctimas
Desde que se constituyó la comisión, el pasado 24 de enero, hasta el 27 de febrero, un total de 12 personas denunciaron haber sido víctimas del monje. Ocho de ellos accedieron a ser entrevistados por un integrante de la comisión, como también miembros de la comunidad monástica.
Según la comisión, el comportamiento del monje Andreu Soler empeoró con los años. Este era el responsable del agrupamiento escultista y las denuncias recibidas van de 1972 al 2000. Los denunciantes entonces tenían entre 15 y 18 años. "Fue un depredador sexual", dice el padre Bernat Juliol, que reconoce que vivir desde dentro la investigación y escuchar a los testigos "ha sido duro". "Oír a unos testimonios tan dolorosos y saber que quien ha hecho el dolor es tu comunidad no es fácil", explica, remarcando, sin embargo, que lo más importante es haber dado a las víctimas "la oportunidad de hablar" y ahora poder ayudarlas.
El modus operandi de Andreu Soler
En la mayoría de los casos, los relatos de las víctimas del monje son muy similares: intentaba un acercamiento hacia el menor con el fin de ganarse su confianza y así poder abusar sexualmente de él. No obstante, también se dieron situaciones en las cuales utilizó la violencia, no conocía al menor o lo acababa de conocer. Con los años, ha dictaminado la comisión, la actitud del monje empeoró y el delito no sólo se agravó, sino que el monje actuaba "con más urgencia".
Según la investigación, algunas víctimas sufrieron abusos reiterados y, en otros casos, fue una sola vez. También hubo situaciones en que se trató de intentos de abuso, ya que el menor tuvo la reacción o la estrategia suficiente para evitar la actuación del monje.
En todos los casos, sin embargo, dicen desde la comisión, las consecuencias emocionales y psicológicas para el menor —ya adulto— han sido "imborrables" y, a pesar del paso de los años, hay que todavía están gravemente afectados.
El caso de un segundo monje
En paralelo, en el seno de la investigación la comisión recibió un informe de unos antiguos monaguillos en que hablaban de dos abusos perpetrados por un segundo monje, V.T.M., quien era responsable de la escolanía. Estos habrían ocurrido entre 1964 y 1968. El portavoz del Monasterio explica que desconocían "completamente el caso". V.T.M., que todavía vive, fue entrevistado por la comisión. Según esta, aunque su conducta es totalmente "reprobable" y "condenable", a diferencia de Andreu sí muestra "arrepentimiento".
El entonces padre abad, Cassià M. Just, actuó con "celeridad" y "transparencia". Tras reunirse con los padres de las víctimas de V.T.M. y con los monaguillos mayores, tomó "decisiones concretas y definitivas" para alejar al monje del contacto con menores. "Lo envió al extranjero y, cuándo volvió, no tuvo contacto con menores. En los años ochenta se marchó del monasterio", explica el padre Bernat Juliol.