"Veía muy lejos ser bombera porque no conocía a nadie que lo fuera". Quien habla es Maria Caselles, la primera bombera que he visto nunca. Llegó vestida con el uniforme oficial, una mochila azul oscuro colgada en el hombro izquierdo y el cabello recogido en un moño a medio hacer; dice que se ha acostumbrado tanto a llevar el casco amarillo que ahora le cuesta ir con la melena suelta. Forma parte del Cos de Bombers de la Generalitat como bombera de la escala básica desde 2018, el mismo año que Cecília Egea se jubiló tras prestar servicio como inspectora durante 36 años; ella es la primera mujer en toda Catalunya que entró en la institución. "¿Cómo están las obras en el parque de Granollers"?, pregunta curiosa Cecília a Maria, sobre el lugar donde la segunda trabaja actualmente. "Es que desde infraestructuras tuvimos que trabajar mucho para poner instalaciones para las mujeres, porque los parques sólo estaban pensados para los hombres y poco a poco se han tenido que ir adaptando para dar cabida a las que han entrado".


Las mujeres representan solo el 2.14% de los Bombers de la Generalitat de Catalunya: 54 bomberas de un total de 2.524 funcionarios. De estas, hay 31 de primera de la escala técnica, 12 de la escala básica, 2 cabos, 8 subinspectoras y tan sólo 1 inspectora. En las categorías de oficial y sargento, ni una. La todavía latente desigualdad estructural y sistémica de la sociedad dificulta que un oficio tradicionalmente enfocado a hombres haga un cambio de viraje rápido y sustancial, aunque la administración pública lleva décadas queriendo corregir esta pronunciada brecha de género a través de campañas de concienciación que remarquen que ser mujer y bombera no es excluyente. Así, Maria y Cecília son dos ejemplos de dos generaciones diferentes y de una misma lacra: la de ser casi excepciones dentro de su ambiente laboral.
 

Maria y Cecília son dos generaciones de bomberas que tienen que luchar por lo mismo; reivindicar constantemente su trabajo. / Eva Parey

Una decisión tomada sin referentes

Ninguna de las dos bomberas se enamoró del oficio gracias a otra mujer: no tenían figuras femeninas próximas donde pudieran reflejarse y llegaron a través de otras inquietudes personales. Cecília era arquitecta y decidió entrar en el cuerpo cuando le encargaron un proyecto sobre las medidas de prevención de incendios de un hotel de Barcelona; Maria, apasionada por la montaña y la escalada, se lo planteó cuando unos amigos le explicaron en qué consistía la profesión y la animaron a hacer campañas forestales. A pesar de ser licenciada en Ciencias Ambientales y tener trabajo fijo, hizo 4 en la región de Girona y en el 2016 se presentó a las oposiciones, pero no entró en el cuerpo por poca acumulación de méritos hasta dos años después.

Cecília: "Me dijeron que no podía hacer guardias porque era una mujer"

Las dos tuvieron un buen apoyo en casa, pero Maria reconoce que en su casa la idea costó un poco de cuajar. "Se sorprendieron y sufrían por mí, por si se me pasaba algo, pero les demostré que era la ilusión de mi vida y que lo daría todo por este trabajo," recuerda. A Cecília, más allá de algunos comentarios del tipo "¡te has vuelto loca"!, nadie de su entorno le puso la zancadilla. Su momento más duro vendría después, cuando ya estaba dentro y le dijeron que ella no podía hacer guardias por ser mujer y porque el Cuerpo de Bomberos no estaba preparado para una mujer al mando. "Me fui a casa deshecha, quería dejarlo todo pero dije que ni hablar, que yo luchaba y salía adelante", reivindica. Ha sido galardonada con las 3 medallas otorgadas por los años de servicio (bronce, por los 20 años; plata; por los 25 y oro por los 35) y recompensada con la credibilidad total por parte de sus compañeros, aunque siempre teniendo que esforzarse mucho más que los demás "porque las mujeres tenemos que demostrar el doble".
 

A Cecília Egea le otorgaron la medalla de oro por los 35 años de servicio - y llegó hasta los 36. / Eva Parey

La desigualdad en la institución es estructural y parte de una tradición sexista y binaria de la sociedad que divide y diferencia constantemente a los hombres y las mujeres. El azul para los niños y el rosa para las niñas; la valentía para ellos y la delicadeza para ellas. "Hasta que no cambiemos eso siempre habrá profesiones para chicos y profesiones para chicas", sentencia Cecília, mientras opina que una de las tareas que deben promoverse es que las bomberas se acerquen a las escuelas para que las más pequeñas puedan identificarse con la profesión y cambiar el paradigma. Maria está del todo de acuerdo. A su ahijada de 2 años le regalaron un cuento de bomberos porque no había ninguno sobre mujeres bomberas; la feminización de la profesión todavía no está reflejada ni en los libros ni en los juguetes para criaturas.

Más esfuerzo que ellos

A pesar de pertenecer a generaciones diferentes, tanto Maria como Cecília coinciden en afirmar que nunca se han sentido discriminadas por sus compañeros hombres y que, desde el primer momento, se sintieron respetadas y acogidas. Dicen que nunca les han hecho ningún feo o ninguna diferencia por ser mujeres. Esta es una certeza a medias, al menos en el caso de Cecília. "La camaradería que tienen ellos no la tenía yo; ellos eran todo tíos y yo no. No me he sentido nunca excluida directamente, pero la situación era la que era". Maria tampoco se ha sentido desplazada por ser mujer pero también ha necesitado crear vínculos con otras compañeras de profesión para cerrar filas y sentirse más apoyadas. En su caso, es miembro de un grupo de Whatsapp donde hay un grupo de bomberas y, además, formó parte del primer equipo de excarcelación totalmente femenino. "Eso hizo que quedáramos muchas veces, fuéramos a entrenar juntas y nos explicáramos nuestras inquietudes; también como apoyo, ya que normalmente en el parque sólo somos una o dos, y el equipo fue un grupo de unión entre nosotras".
 

Maria Caselles no veía claro el objetivo de ser bombera, porque "no conocía a nadie que lo fuera". / Eva Parey

Y es que la falta de machismo implícito en los compañeros no excluye las carencias intrínsecas de una realidad que obliga a las mujeres a sacrificarse más para acceder a los mismos sitios. Cecília, que entró en los años 80 y en un contexto menos concienciado que el actual, lo confirma diciendo que ella ha luchado mucho para llegar donde está y tiene claro que, a pesar del buen trato recibido dentro del cuerpo, siempre tiene que esforzarse más que los otros. "Si yo hubiera sido hombre, seguramente algunas situaciones que me han pasado no me hubieran pasado, pero no es por culpa de mis compañeros, sino porque estructuralmente iba así", asegura.

Maria: "El día que no se queden sorprendidos será cuando ya no nos tengamos que justificar como bomberas"

Y también están los estereotipos marcados y el estigma de la feminidad. Masculina o marimacho son adjetivos que todavía se asocian a todas aquellas mujeres que tienen comportamientos, maneras de vestir u oficios que, tradicionalmente, se han segmentado al público masculino respondiendo, de nuevo, al modelo sexista. Una mofa que se tiene que desnaturalizar y que pasa por borrar las limitaciones sociales de un binomio básico culturalmente aceptado que no tiene nada que ver con capacidades, habilidades o gustos; mucho menos, con el género o sexo. "Una cosa es la profesión y la otra la feminidad de la mujer, y yo creo que cada vez se rompe más este paradigma de juntarlo con ser una mujer más masculinizada", opina Maria. Para la más veterana y ya jubilada, para poder salir adelante es importante que los demás "te vean como una profesional más, como una compañera que vale tanto como ellos, porque tantas cualidades y capacidades tiene una mujer para ser bombera que un hombre".
 

Las dos bomberas se encuentran constantemente con caras de sorpresa cuando dicen a qué se dedican. / Eva Parey

La teoría es plenamente conocida, pero en la práctica los datos hablan por sí solos. También las anécdotas, que siempre dejan paso a una retahíla de preguntas, ojos como platos e incluso alguna broma pesada, de las que cansan, como si ser mujer y ser bombera fuera cosa de un futuro que no llega. A ellas dos les suele pasar, y las ganas de hablar y dar a conocer el oficio chocan con la fatiga mental de tener que aguantar comentarios fuera de lugar.

"El día que empecemos a normalizar esta situación y no se queden sorprendidos será el día que las mujeres no nos tendremos que justificar como bomberas", reivindica a Maria. Y contesta, robusta, Cecília. "Es que no te tienes que justificar ni admitir la burla, tú eres lo que eres y no te tienes que avergonzar de nada". La verdad es que una tiene que estar indiscutiblemente orgullosa de pertenecer al poco más del 2% de las mujeres bomberas del Cuerpo de la Generalitat porque, al fin y al cabo estan allí haciendo exactamente lo mismo que sus compañeros varones, el 98% restante: un servicio a la sociedad. Un trabajo lleno de valores como la valentía, el coraje o la empatía, que no tienen género concreto. "Lo más importante es que estamos trabajando para los demás y para salvar vidas". Eso lo dice Cecília. Maria la mira y asiente con la cabeza. Ellas dos son la singularidad de la tradición, el aire fresco del conservadurismo, dos mujeres, dos personas con una misma pasión y otra manera de hacer las cosas. El 13 de octubre se termina el plazo para apuntarse a la convocatoria de oposiciones para bombero/a de la escala básica y poder empezar a revertir la brecha. Y ojalá, pronto, sean muchas más.