Pocas horas después de que los Mossos d'Esquadra desalojaran uno de los narcopisos en el número 50 de la calle de Valldonzella, el local volvía a ocuparse. El operativo policial consiguió este lunes que los toxicómanos que vivían allí abandonaran los bajos de este edificio en la parte alta del barrio del Raval, propiedad de una entidad bancaria. Sin embargo, la presencia de personas en el interior no permitió sellar este punto de venta y consumo de droga durante la actuación de los agentes. La policía precintó el local y se marchó sobre las dos de la tarde.
"Durante la tarde no paró de entrar y salir gente con objetos y ropa", asegura Lola, propietaria del restaurante contiguo al narcopiso. Este movimiento se mantuvo hasta cerca de las diez y media de la noche, cuando la Guardia Urbana se personó en los bajos para expulsar a los inquilinos. La misma situación se ha repetido esta mañana, cuando un vecino ha alertado a la policía porque había visto entrar a varias personas. Al llegar los agentes, ya no quedaba nadie en el interior. Después de la comprobación, los operarios han procedido a sellar el narcopiso con una puerta metálica para evitar más ocupaciones.
Ruta por el interior
El estado del local es impactante. Sólo entrar se puede percibir una fuerte peste, hay dos sofás colocados el uno delante del otro, una nevera, ropa y varios objetos repartidos por el suelo. En un rincón se amontonan cucharas utilizadas para calcular la dosis de droga a consumir. Después de esta primera sala se accede a una habitación más pequeña, que comunica con un pasillo, donde hay un microondas y restos de comida.
El lunes, este mismo espacio estaba lleno de jeringas y en una mesa quedaban restos de heroína y de otras sustancias estupefacientes, según explica uno de los operarios que pudo acceder a los bajos cuando los Mossos acabaron el desalojo. Siguiendo el pasillo, a mano izquierda, un pequeño lavabo destrozado y una ventana que da al patio interior de la finca, lleno de basura y de prendas de ropa.
A partir de aquí, el narcopiso se ramifica en hasta tres habitaciones con sofás y camas para los clientes. Esta narcosala también servía de alojamiento para un grupo de indigentes, que aparte de poder consumir, se podían refugiar en un espacio caliente con luz, que pinchaban de una de las fincas vecinas.
De metalistería en narcopiso
La historia de este narcopiso se remonta hasta el 2011, cuando el antiguo propietario de la metalistería se jubiló. El nuevo responsable del negocio se endeudó y no lo pudo sacar adelante, de manera que el local quedó embargado por una entidad bancaria. Los bajos del número 50 quedaron vacíos durante cinco años hasta que un hombre mayor y su hija los ocuparon. Algunos vecinos apuntan a que se dedicaban al tráfico de drogas menos duras y a la prostitución.
El siguiente inquilino del local es un hombre que recupera el negocio de la metalistería pero de manera ilegal, sin pedir los permisos correspondientes y estafando a algunos clientes. Para evitar que la policía le siga la pista, abandona el espacio. Entonces, un pequeño grupo ocupa los bajos y se empieza a dedicar al tráfico de droga pero de manera muy residual. Esta ocupación no dura mucho, ya que reciben una suculenta oferta a cambio de abandonar el local. Después de ver cómo la policía desmantelaba dos de los narcopisos que regentaban en la misma calle Valldonzella, la red dominicana de distribución de drogas se interesa por el espacio y al principio de septiembre ya se ha instalado.
En bicicleta o patinete
"Nos dimos cuenta de que había un narcopiso porque había demasiado movimiento", explica Lluís Sanz, uno de los vecinos del inmueble donde se instaló el punto de venta. Algunos de los propietarios incluso se encontraron a drogadictos dando vueltas por la escalera del edificio. Por los bajos pasaban todo tipo de clientes, desde indigentes hasta un hombre bien vestido que bajó de un taxi para entrar al local, recuerda Sanz. Los vecinos también fueron testigos de cómo se distribuía la droga: un hombre -que cambiaba cada 15 días para evitar ser detectados- en bicicleta o patinete eléctrico llevaba los suministros en varios viajes.