El periodista Pere Pascual Piqué falleció este miércoles en Barcelona. Tenía 88 años. PPP, como era conocido en las redacciones, era sacerdote de la prelatura personal del Opus Dei desde 1982. Antes había hecho una intensa carrera como periodista, especialmente en la redacción del diario El Correo Catalán. Entre 1964 y 1976, PPP comandó allí a un grupo de periodistas, entre los cuales figuraban nombres que hoy son historia del periodismo en Catalunya. En septiembre de 2016, un grupo de antiguos del Correu, como se le llamaba familiarmente, homenajeó a Pascual Piqué, que celebraba su octogésimo cumpleaños. Uno de ellos, Toni Rodríguez Pujol —presidente ejecutivo de Intermedia Comunicació— escribió esta semblanza de PPP, que sirve para recordar aquellas redacciones, donde el periodismo empezaba a profesionalizarse y actuar en oposición a la dictadura del general Franco.

PPP, actualmente mosén PPP, empezó su larga carrera periodística en El Correo Catalán, donde ingresó el 4 de julio de 1964. Dos años después, vivió profesionalmente la primera gran contestación catalana al franquismo; la Caputxinada y el nacimiento del SDEUB (Sindicato Democrático de estudiantes de la Universitat de Barcelona), precursor del Grup Democràtic de Periodistes, del que sería cofundador Pere Pasqual. El GDP fue una organización de resistencia sin parangón en España e hizo de Catalunya la abanderada de la democratización del periodismo.

Pere Pascual Piqué y su pipa, inseparables

En 1967, ya bajo sospecha directa del entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, fue nombrado jefe de la sección de información local por el mítico director del Correu, Andreu Roselló. Allí fue donde Pere Pascual Piqué creó un equipo bastante cualificado y competitivo, que practicaba el periodismo de investigación e innovaba cada día mediante la edición de secciones fijas que no existían en los diarios de la competencia. Él mismo escribía una columna diaria que firmaba con su triple P. Era lectura obligada —y a menudo temida— en la Casa Gran, como él llamaba al Ayuntamiento franquista y tardofranquista de Barcelona.

La sección de local que Pere dirigía era una expresión nuestra del compromesso storico italiano, con él mismo en el papel del democristiano Giulio Andreotti y el compañero Rafael Pradas, en el del picino (comunista) Enrico Berlinguer. O, dicho lo más modestamente, con Pascual interpretando al rector Don Camillo, y Pradas al alcalde comunista, el onorevole Peppone, protagonistas de las populares novelas de Giovanni Guareschi.

Dicen las crónicas que, pese a algunos incidentes más o menos ruidosos, la fórmula funcionó bastante bien. En aquella sección de local se formaron o acabaron de formar algunos nombres que llegarían a ser bastante conocidos, como José Martí Gómez, Rafael Espinós, Santiago Vilanova, Antoni (Toio) Ribas, Josep Bigordà, Toni Rodríguez y, más tarde, Josep Català, Alfred Rexach, Anna Galcerán, Màrius Carol, Teresa Artigas o Jordi Bordas.

Alrededor de la sección de local, y bajo la mirada amable y comprensiva del director Andreu Roselló, del subdirector Antoni Roma, y del redactor jefe Josep Morera Falcó, se movía otro círculo muy potente de aquella multitud inquieta de jóvenes periodistas. Eran Xavier Batalla, Albert Garrido, Miguel Ángel Bastenier, Josep Sanz y Jordi Daroca, en internacional: Josep Francesc Valls, en universidades y economía; Josep Playà y Enric Bañeres en deportes; Enric Tintoré, Daniel Arasa y Rosa Marqueta, en España. Josep Plaja i Mateu y Jaume Fabre en Catalunya; Joan Anton Benach, en cultura y espectáculos; Teresa Berengueras en people; Jesús Ruiz, en huecograbado; los entrañables Josep Maria Sala, Miquel Ferreres, Pere Prats y Enric Abad en maquetación, tiras y caricaturas; y Lluís Martínez y Lluís Mascaró en tareas complementarias (e imprescindibles) de secretaría técnica. Sin olvidar a las dos Montse providenciales del archivo, al señor Sala, que nos cortaba (y comentaba peripatéticamente) el teletipo, y al querido botones Sacarino, que nos llenaba alegremente con ginebra de garrafa los magníficos cubalibres que después nos cobraba a precio de barra de bar.

En medio de todo aquello, reinaba la maestría tranquila& y serena de Pere Pascual Piqué, siempre dispuesto a ayudar y defender a todo el mundo y a publicar las informaciones que le llevábamos cada día a la mesa de redacción, por muy comprometidas que fueran. A pesar de las dificultades, era una redacción alegre y confiada, como demuestra el episodio de los cubatas, muy dada a bailar la conga y a cantar habaneras entre exclusiva y exclusiva.

Eran tiempos de grandes fraudes alimentarios como la falsificación del aceite de colza; de grandes movilizaciones sindicales, aún clandestinas; de las primeras luchas vecinales; del patinazo de los concejales de Barcelona del "no al catalán"; la Caputxinada; el impacto de las nucleares; las causas de la contaminación del Ter y del Segre; los sumarios de Capitán Arenas; las falsificaciones de obras de arte; las urbanizaciones en las marismas del Empordà y la degradación de la zona volcánica de la Garrotxa; las Terceras Vías; el envenenamiento provocado por los mistos garibaldi durante las verbenas de Sant Joan y Sant Pere; las ejecuciones de Txiqui y de Salvador Puig Antich; el incendio de la sala de fiestas Scala, justo delante del Correu; los primeros conciertos protesta de la Nova Cançó, y las primeras apariciones de los líderes políticos, que emergían progresivamente de la clandestinidad.

Todo aquello culminó con la muerte del dictador, en 1975, que nos agarró a todos de madrugada, y con la gran fiesta de la Diada de 1976, celebrada en Sant Boi, con fotos del gran Carlos Bosch, en la que participó casi toda la redacción, y las primeras elecciones en el Congreso de los Diputados del 15 de junio de 1977, sin Pere ni Roselló, y con un director inexperto: la redacción se autogestionó. Pere ya no estaba. Todavía pasó por la agencia Europa Press y por Mundo Diario, donde conoció a Antoni Torvà, con quien iría a trabajar en el equipo de campaña del democristiano Anton Cañellas, un hombre para Catalunya, antes de dejarlo todo y marcharse a hacer el doctorado en Teología a Pamplona. Juan Pablo II ordenó sacerdote a PPP el 8 de noviembre de 1982. Ese día, el Opus Dei fichó una gran firma y el periodismo perdió otra.