Margarita Robles es la última bala de plata de la España progre. El hecho de que la portavoz parlamentaria del PSOE sea una independiente, ya da una idea del nivel de escombros que ha llegado a acumular la vieja izquierda española. La hipocresía y las mentiras son un poco como el alcohol y el tabaco. Como sus efectos tardan en notarse, a veces es fácil abusar hasta el punto que, cuando se manifiestan, ya resultan difíciles de remontar.
Nacida en León en 1956, Robles estudió Derecho en Barcelona, en la época en que la ciudad ha sido más felizmente españolizada. A los 25 años ingresó en la carrera judicial con las mejores notas de su promoción. Fue la cuarta jueza de España y la primera mujer que presidió una audiencia provincial y una sala del contencioso administrativo. Hija de un abogado emigrado a Catalunya, es probable que su fortísima ambición tenga alguna cosa que ver con su padre.
En la última legislatura de Felipe González, Robles fue nombrada secretaria de Estado del Ministerio del Interior, que entonces dirigía su amigo Juan Alberto Belloch. Sólo entrar en el despacho ya chocó con el juez Baltasar Garzón, que en aquel momento estaba a punto de dimitir de la Secretaria de Estado que le dieron para luchar contra las drogas y que todavía le guarda un rencor manifiesto, seguramente porque se parece a ella y le recuerda sus propios defectos.
Mujer de sentimientos fuertes, que no retrocede nunca, impulsó la investigación del caso Lasa y Zabala contra la opinión de Pérez Rubalcaba y otros popes del gobierno socialista. Como secretaria de Interior, se enfrentó con el general Galindo y con las dificultades que ponía la Guardia Civil para investigar los detalles del asesinato. También retiró los fondos destinados a los GAL y dio la orden de investigación y captura de Luis Roldán.
Como recordó en el choque que tuvo con Rajoy en el Congreso, su declaración en los tribunales jugó un papel clave en la condena de los responsables del famoso crimen de Estado. Su tendencia a llevar las convicciones hasta el final llevó a Barrionuevo a la prisión y le acabó costando la amistad con el ministro Belloch y con María Teresa Fernández de la Vega, que en aquella época era la secretaria de Estado de Justicia.
Robles encarna la fuerza ciega de esta falsa superioridad moral que la España de la transición dio a las izquierdas a cambio de que no entraran a juzgar el franquismo. El sistema ya dio el primer aviso cuando se cargó a Garzón por hurgar en los crímenes de la dictadura. La comparación que Rajoy osó hacer entre su caso y el de Robles indica que la izquierda está perdiendo margen para ganar votos escarbando en la basura de la historia y de la condición humana.
Magistrada del Tribunal Supremo entre 2004 y 2016, Robles es una enemiga incómoda, que tiene mucho tiempo para trabajar y que puede embestir a placer, sin sufrir por la familia, porque es soltera. También tiene una red de relaciones en el mundo periodístico de Madrid muy amplia, que ha ido tejiendo a lo largo de los años. Como, además de ser simpática, es criticona y tiene fama de dar información, los periodistas siempre están encantados de escucharla.
Su salto a la política es fácil de entender en un contexto de crisis institucional y de caza de brujas. Quizás porque el mundo de la justicia no superó del todo el franquismo, la portavoz socialista tiene una idea del Estado totalitaria, de engranaje perfecto que tiene que purificar las almas y hacer ir a todo el mundo al unisono. Rajoy, que es listo, ha detectado que ante el problema catalán la estupidez pijoprogre se volverá maldad y por eso el otro día ya le dijo que bajara del pedestal.
Acostumbrada a hacer el papel de mujer liberada y justiciera en la farsa de la España indivisible, Robles lleva marcadas en la cara todas las dimisiones que ha pedido pero los próximos meses verá como se le acentúa el aire de suegra antipática. Muy amiga de sus amigos y enemiga de sus enemigos, seguro que votó de corazón contra la investidura de Rajoy. El apoyo que el presidente español recibió de los diputados controlados por González, también debe ser un incentivo para hacer oposición.
Se dice que la fortaleza de la alianza que tiene con Sánchez viene de la marginación que sufrió por parte del PSOE cuando se negó a tapar el caso de los GAL. Los dos hacen una pareja quijotesca, que podría resultar entrañable si Robles tuviera la humanidad campechana de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, en vez de la altanería agria de Rosa Díez.
Aunque durante el gobierno de Aznar defendió la necesidad de dar una salida política a la violencia de ETA, las últimas declaraciones pidiendo la retirada de las urnas del 1 de octubre la han puesto a la altura de Soraya Sáenz de Santamaría. Ver como la corriente de fondo de la política española arrastra al PSOE hacia las costas del PP pondrá a Robles cada día más irritable y susceptible.