Una vez pasado el caos de estands, mochilas arriba y abajo y el torrente de jóvenes perdidos, literal y metafóricamente, que es el Saló de l'Ensenyament, los alumnos de toda Catalunya que cursan ciclos finales de sus estudios (4t de ESO, 2.º de Bachillerato o el final de un grado de formación profesional) ahora tienen apenas un par de meses para pensar qué hacer con su vida y decidir el siguiente paso. La oferta es abrumadora: solo en Catalunya hay unos 640 grados universitarios entre las 12 universidades catalanas, según los datos del Departament de Recerca i Universitats (4.083 a todo el Estado), hay 2.235 centros de FP en todo el país, unos estudios que tienen 24 ramas profesionales, en algunos casos con decenas de estudios concretos de ciclo medio o superior cada una, además de los diversos itinerarios de bachillerato. Este abanico de opciones es un primer laberinto a afrontar, pero, aparte, hay que pensar en el futuro y los caminos a los cuales cada estudio abre paso, y el entorno laboral y económico al que llevan, a veces marcados por la precariedad, la temporalidad o la falta de oportunidades. Por si no fuera suficiente, los jóvenes están sometidos a miles de condicionantes: presiones familiares y de las redes sociales, angustias y frustraciones propias, o la situación económica y familiar en casa. ¿El resultado? Una tormenta perfecta, un cóctel de desorientación que los expertos en la materia ven cada vez más presente y, según alertan algunos, relleno de mucho pesimismo entre una juventud que toda la vida por delante.
"Ahora es más difícil que nunca tomar decisiones sobre tu itinerario académico y profesional, por la gran cantidad de oferta que hay", valora Gemma Latorre, psicopedagoga, portavoz de la Asociación Catalana de Psicopedagogía y Orientación Educativa y Profesional (ACPO) y experta en la materia con años de experiencia. Una multiplicidad de caminos formativos, y de vida, que genera mucha desorientación entre los jóvenes: según un estudio reciente, elaborado por el ACPO con más de 3.000 adolescentes, el 80% de los alumnos tienen algunos o muchas dudas, "perdidísimas", valora Latorre; delante de un 20% que decían tenerlo todo claro. "Y este 20% que lo tiene claro suele ser por condicionantes que impactan en su toma de decisiones, como presiones familiares o idealización de profesiones o estudios que quizás ni siquiera conocen bien. O bien por prejuicios, en negativo, con respecto a otras profesiones o estudios", explica la portavoz de la asociación.
Autoconocimiento y mirada a los ámbitos profesionales y a la oferta de estudios
La tarea de los orientadores como Gemma Latorre consiste, según explica ella misma, en escuchar los jóvenes, sus dudas y angustias, y hacer que cada uno aplique tres pasos a su caso concreto: primero, autoconocimiento, una mirada introspectiva para saber quiénes son, su personalidad, sus habilidades, sus intereses. Segundo, una mirada a largo plazo sobre los ámbitos profesionales, "que no profesión", puntualiza Latorre, y qué puede interesarle por el futuro. Y finalmente ver con detalle qué itinerarios hay en la abrumadora oferta formativa que tienen delante, sobre la cual hay "mucho desconocimiento", y escoger la que capacite a desarrollarse profesionalmente en el ámbito que se quiere. "Mirar solo la formación sin pensar a qué dedicarte después es un error; si decides unos estudios, pero sin la introspección de saber qué es importante para ti y qué te interesa, sin tenerte en cuenta, también," apunta Latorre.
"Concentramos en tres meses al año un trabajo que se tendría que hacer en años"
El "reto de país", explica a la experta, tendría que ser empezar este proceso de orientación mucho antes, en primaria, para que después cuando se llegue a la ESO o bachillerato ya haya mucho trabajo hecho en materia de autoconocimiento y de conocimiento del mundo exterior. "Si no me ha entrenado, cuando llego a los 16 años, en pleno cambio vital, descubriendo mi identidad y con un primer acceso a la autonomía personal, en 3 meses me hacen decidir en qué me quiero dedicar", valora Latorre, que apunta que normalmente la orientación empieza a finales de 3.º o 4.º de ESO, apurando el momento de decidir. "Concentramos en tres meses al año un trabajo que se tendría que hacer en años", sentencia, acto seguido apuntando a eso como un factor que potencia el abandono escolar prematuro.
Desigualdad y pobreza como condicionantes
"- Quiero estudiar una ingeniería.
- ¿Cuál?
- No lo sé, pero una ingeniería porque me han dicho que eso tiene muchas salidas."
En este ejemplo, muy común, que aporta Latorre se ven lo que la experta señala como los condicionantes y desconocimiento que sacuden la decisión de los estudiantes que tienen que escoger caminos de futuro. En cuanto al desconocimiento, la respuesta es informarse, leer qué grados hay y qué plan de estudios tienen, "nadie lo hará por ellos". Con respecto a los condicionantes, tratar de aislarlos para que la decisión sea tanto "libre" como pueda ser: ya sea el género (a las mujeres se las presume un bajo hacia profesiones que impliquen cuidados, alerta Latorre), la familia ("como a mi familia son abogados, pues yo estudiaré Derecho"), expediente académico o socioeconómicos.
Con todo, hay condicionantes socioeconómicos que son imposibles de obviar y no hay más remedio que sufrir sus consecuencias y tratar de sacar adelante la decisión de elección de futuro condicionada de la mejor manera a que se pueda. "Si la familia de este crío está en riesgo de desahucio, este crío quizás dejará de estudiar. Si ha pobreza energética y le cortan la luz: este niño no puede estudiar en casa, y quizás tiene malos resultados. Y entras en una cadena", exemplfica Latorre, sobre estos factores socioeconómicos.
¿Hay carreras de rico, para gente con contactos y un buen colchón económico en casa, y estudios de pobre, para quien ha de ser realista? Preguntada sobre si la orientación educativa-profesional tiene en cuenta estos condicionantes, Latorre argumenta que los profesionales evitan caer en planteamientos naifs, de "puedes hacer todo lo que te propongas". En este sentido, con cuestiones estructurales de este tipo, admite que su función se limita a poder informar sobre becas, ayudas y opciones de formación alternativa en caso que sean estudios con unos costes que el alumno no puede hacer frente.
El papel de la familia: puede ser un agente limitador
La familia, de hecho, es uno de los factores cada vez con más peso. Según explica la experta entrevistada, el entorno del alumno cada vez está más encima cuando tiene que tomar estas decisiones de futuro. "Es la consecuencia del modelo de crianza, la familia es más protagonista: hay mucha sobreprotección, cosa que vale vigilar, alerta Latorre. La familia, explica a la orientadora, se convierte en un agente orientador más, que los jóvenes toman como referente y que tienen muy en cuenta a la hora de decidir. Y eso, a veces, puede llegar a ser negativo, si los padres transmiten sus prejuicios o imponen su opinión: "No estudies eso, dedícate a una cosa que tenga salidas profesionales, eso en tu tiempo libre," ejemplariza.
Evitar idealizar (y abordar la frustración)
Otra alerta que deja ir Gemma Latorre es sobre la idealización de estudios o profesiones concretas, en función de lo que se ha sentido o lo que han transmitido familiares o el entorno social. Eso puede provocar enormes frustraciones en los jóvenes, si se dan circunstancias como la imposibilidad de acceder en determinados estudios que tenían como objetivo, por un expediente académico insuficiente o cualquier otro factor social o económico sobre el cual no tienen control. La experta lo ejemplariza con un alumno que quiere estudiar Medicina y no lo llega la nota: "¿Tú quieres hacer Medicina? ¿Fantástico, para hacer qué? ¿Trabajar con pacientes? Bien, pues por eso puede llegar desde muchas vías, hay más estudios de ciencias de la salud, en la universidad o FP". En este sentido, un consejo para hacer menos traumática una frustración parecida es tratar de ampliar mirada y tener un plan A, B, C, D y, si hace falta, E.
A veces, sin embargo, la frustración puede ser que no esté ni justificada, sino que sea producto del desconocimiento y de la idealización de una determinada profesión. La orientadora lo ejemplariza con el caso de una chica que tenía muy clara la intención de estudiar una formación profesional de Educación Infantil por su interés en los niños y que, al indagar más, descubrió que eso implica ciertas tareas de cuidado de los niños de lo que estaba dispuesta a hacer. "Una chica que ha venido muy angustiada para no saber si podrá entrar a estudiar eso, se marcha con un conjunto de alternativas porque resulta que en el entorno profesional este tendría que hacer unas tareas no le gustarían", apunta Latorre.
La proyección lineal ha desaparecido: prueba y error
De hecho, no es ajeno a nadie que cada vez hay más cambios de rumbo: la trayectoria educativa y profesional lineal, sin redirección, "ha desaparecido", afirma Latorre. El 30% de los alumnos que empiezan un grado universitario lo abandonan durante el primer año, para cambiar de estudios, porque han descubierto que no es su lugar o porque no les interesa. En muchos casos también, señala la experta, porque no quieren un entorno de aprendizaje tan teórico como la universidad, después de toda una vida de estudio en un aula, y buscan entornos más arraigados en el mundo laboral, como la FP. "Vamos evolucionando y lo que para nosotros era importante cuando teníamos 22 años no es lo mismo que cuando tenemos 35 o cuando tenemos 45. Valores como hacer un trabajo que tenga un determinado propósito social, o que tenga unas condiciones económicas buenísimas, o en el que se me permita tener tiempo libre, o con el que tenga relaciones con otras personas; en cada momento vital pueden cambiar", señala la psicopedagoga.
Un replanteamiento que se pueden dar al inicio del camino escogido, en alumnos, o después de 15 o 20 años. Es común que lleguen adultos con años de experiencia profesional tras suyo que piden orientación porque necesitan un cambio de rumbo. Un fenómeno que, según constata la entrevistada, se dio ampliamente después de la pandemia de la COVID, cuando muchas personas tuvieron tiempo para redefinirse, repensar prioridades o la visión del mundo y el trabajo. En este sentido, no hay uno "demasiado tarde", valora Latorre, que señala que "cuando estás haciendo un trabajo con el cual no estás a gusto, que te genera insatisfacción, buscas una salida. Sea a la edad que sea". ¿Es lo bastante flexible el sistema para permitir abrir estos nuevos caminos? "Lo es, pero haría falta que lo fuera más, la realidad va por delante del sistema", valora a la psicopedagoga.
¿La universidad está sobrevalorada?
Un factor condicionante que todavía pesa sobre muchas personas son los prejuicios sobre las formaciones profesionales, apunta Latorre, que asegura que en la universidad se lo otorga "más prestigio" y se insta a los estudiantes con mejor expediente a ir: actualmente, hay 228.717 estudiantes universitarios en Catalunya, según datos de Idescat. "El prejuicio que se tiene es que la FP prepara profesionales con calificación bajos o intermedios. Eso no es así. A veces pasa por la visión que se tiene de la industria: la industria como una cosa oscura, sucia, estandarizada... Y la industria 4.0 lo que necesita son técnicos y técnicos superiores muy bien cualificados", argumenta la entrevistada. La realidad es que la FP es una formación con altas tasas de inserción laboral, en tanto que es una educación profesionalizadora donde el desarrollo en el entorno a trabajo es fundamental. Con todo, la realidad más constatable es que contra más alto es el nivel de formación, con ciclos superiores o universidad, más alta es la tasa de ocupación, tal como muestran los datos estadísticos de la Generalitat. También hace falta tener en cuenta que la universidad es un entorno de aprendizaje crítico y de adquisición de conocimientos, no una herramienta de inserción laboral ad hoc, como sí que es la formación profesional.
De la incertidumbre al pesimismo: recupera la ilusión
Como se decía al principio, profesionales que trabajan cerca de los alumnos constatan una creciente sensación de pesimismo, de frustración y de resignación en muchos jóvenes. Latorre asegura que ve año tras año un gran desánimo y hace un llamamiento a tratar de traspasar un mínimo optimismo por parte de los adultos. Un trabajo que es de todo el mundo, según la entrevistada, que considera que si se proyecta una visión del mundo y del futuro muy pesimista, los niños lo interiorizan y los condiciona, porque ellos tendrán que vivirlo y tienen que tomar una serie de decisiones en el presente. No es un tema nuevo tampoco el problema creciente de salud mental entre los jóvenes sobre el cual médicos, psicólogos y profesores alertan. La motivación de los alumnos a no abandonar la escuela y seguir estudiando también es un reto de país. "Tenemos que dedicar nuestra energía a traspasar optimismo para afrontar el proceso, que vean que están al principio de su vida y con la oportunidad de decidir sobre su futuro. ¡Hostia, eso te tiene que hacer ilusión!", concluye Latorre.