Lo peor del oficio es tener que escribir de la muerte de un amigo, sobre todo cuando el amigo ha sido una persona tan extraordinaria y conocida como Toni Batllori, que es noticia para todo el mundo.
A punto de cumplir 72 años, Toni no tenía previsto morirse todavía. Le habían diagnosticado la enfermedad hace solo unos meses e iba haciendo el tratamiento sin dejar de trabajar. Aunque era consciente que el tiempo puede no ser eterno - "voy cerrando carpetas" me dijo bien entero en nuestra penúltima conversación- se mostraba optimista por lo que haría el día siguiente o la semana que viene. Hasta el punto que antes de morir, como cada día, ha hecho llegar a La Vanguardia sus últimos "Ninots", la tira que se pública desde hace 30 años en este diario y en los cuales se ha convertido un referente de la crónica política. Siempre crítico, siempre valiendo, como hoy mismo refiriéndose al discurso armamentista del rey Felipe VI. Su tesis es que "el humor tiene que servir para llevar la contraria".
Empezó a trabajar en catalán todavía bajo el franquismo en la revista En Patufet y enseguida fue reclamado por los medios escritos de referencia, tanto humor como los diarios de información general. Publicó sus viñetas a El Papus y El Jueves, y, en diferentes etapas, en todos los diarios editados en Barcelona, desde El Noticiero Universal a La Vanguardia pasando por el Diari de Barcelona y el Avui. También en El País.
Batllori se definía en lo referente a su actividad en los medios como "ninotaire". Se enfadaba cuando lo trataban de dibujante, ilustrador o caricaturista. Como caricaturista, heredero del también artista Antoni Batllori i Jofré, ha formado parte de la generación que elevó el humor gráfico a la categoría de las columnas de opinión. Como Plantu, El Roto, Georges Wolinski, Miguel Gila, Forges, Mingote, Hacer, Gallego & Rey, o Ferreres recibió el premio internacional Gat Perich en el 2004 y en el 2007 el Premi Ciutat de Barcelona.
De las mejores experiencias que he tenido como periodista han sido los debates cotidianos con Batllori durante 14 años seguidos en La Vanguardia. Llegaba al diario y le comentaba la crónica que abriría la sección de política. Era un intercambio enriquecedor, incluso o especialmente cuando discrepábamos. A menudo sus comentarios me ayudaban a acabar el artículo. A veces, cuando me enseñaba la tira recién hecha, le reprochaba a menudo que me hiciera la competencia: "Me birlas los lectores, Toni. Con esta tira, que lo dice todo, ya no hay que leer la crónica". Agudo, ingenioso y atrevido, ni los tiempos más difíciles que ha vivido el periodismo en los últimos años no ha bajado nunca el listón de su libertad creativa, que es lo que convirtió sus "Ninots" en referencia del periodismo político. A veces, se enfadaba con los personajes y los dejaba de dibujar. Solo se refería a ellos elípticamente. Lo hizo con José María Aznar y últimamente también con el rey Felipe VI.
Sería injusto pero reducir la actividad de Toni Batllori a los "ninots". Ha sido un artista polifacético, también pintor y escultor, pero más bien un creador, incluso inventor de propuestas artísticas interactivas y provocadoras como las cajas mágicas y El Barret de Pluja. En la Diagonal con la Rambla del Poble Nou se erige el MALIP, el Monument a les Il·lussions Perdudes. Lo hizo antes del Procés, quizás por la intuición que lo ha caracterizado. En Olost de Lluçanès recuperó La Fera dels Cremats, una especie de jabalí de dos metros por cuatro y una rana de bronce en la fuente del mismo nombre.
Y más allá del artista, hemos perdido a la persona, un hombre de carácter que no estaba por hostias, poco amante de las parafernalias, pero tanto buen amigo de los amigos, que era imposible no querer. Lo echaremos de menos. Suerte que deja huella.